Randy ‘The Ram’ Robinson es un luchador que ha dejado atrás los tiempos en los que brillaba como una gran estrella. Malviviendo con un trabajo en un supermercado y peleas de poca monta, mantiene una subsistencia solitaria y no posee nada, ni siquiera la cochambrosa caravana en la que habita. Su ánimo se recupera ligeramente cuando el manager le propone celebrar una pelea con el Ayatollah para conmemorar el vigésimo aniversario de un combate que les llevó a lo más alto.
Mickey Rourke protagoniza ‘El luchador’ (‘The Wrestler’), de Darren Aronofsky, un film que se estrena el viernes, 20 de febrero, y que está nominado a dos Oscar. Junto con Rourke, aparecen en cartel Marisa Tomei, Judah Friedlander y Evan Rachel Wood.
‘El luchador’ plantea varias cuestiones vitales, sin que ninguna de ellas ensombrezca a las demás. La principal sería cómo asumir el deterioro físico al que llevan la edad y los excesos, así como el declive que sigue a la fama o el éxito. Esto está encarnado, obviamente, en el personaje de Rourke, pero también en el de Tomei quien, sin ser tan mayor como él, percibe antes su decadencia debido a la naturaleza de su trabajo como stripper. Parece innecesario mencionar que el paralelismo con la carrera de Rourke como actor es evidente y, a pesar de eso, es importante suscitarlo ya que, gracias a eso, el intérprete aporta valores al film, no sólo con su trabajo, sino también de forma metalingüística.
Cuando crees que todo lo que se iba a contar en ‘El luchador’ ya ha sido planteado, surge una trama sobre los vínculos paterno-filiales que finalmente se convierte en lo mejor del film de Aronofsky. En ella se plantea el problema de la soledad y del abandono, de los errores cometidos en el pasado, de la familia… El personaje de la hija del luchador es lo que aproxima más a Randy a una vida que se podría tildar de normal. Y él se ha alejado siempre de ese tipo de vida, por ello Stephanie siente un rencor que no puede evitar, por mucho que quiera desprenderse de ese sentimiento. Sin que podamos nadie negar que se esté acercando a ella porque sabe que lo bueno se le ha acabado, no dejamos de pensar que se merece algo de ese cariño que él mismo rechazó en otra época. Los momentos más emocionantes de la película surgen de esta relación de Randy con su hija.
Este triángulo de personajes está compuesto de forma magistral, a pesar del poco tiempo que el guión de Robert Siegel roba para cumplir ese propósito. Con pocas frases, con miradas, con dejarse observar… los tres nos transmiten toda su forma de ser.
Aquí los intérpretes han sido valiosísimos para acercarnos a los seres que encarnan. Mickey Rourke borda su trabajo en el film, con algunos momentos de humor, con otros más bajos, con una sinceridad que nunca le habíamos visto. Parece que se ha desnudado para hacer el personaje y no hay segundo de la película en la que no pensemos que es un hombre haciendo de sí mismo, en lugar de un actor recreando un papel. Marisa Tomei se gana igualmente al público con un personaje pequeño, pero muy sentido y, de nuevo, la sinceridad de su interpretación es lo que más nos llega. La sorpresa de ‘El luchador’ se llama Evan Rachel Wood, actriz que encarna a la hija de Robinson. Con un papel complicado en el que sentimientos muy diversos están siempre dejándose ver a pesar de que la joven quiere ocultarlos, esta intérprete nos regala una grandísima actuación.
Esas interpretaciones en las que se respira tanta autenticidad se han visto favorecidas por la manera en la que Aronofsky ha realizado la película. La cámara en mano, el material no cinematográfico, los planos sostenidos durante un largo tiempo y las escenas extensas, que son en sí bloques narrativos, nos dejan llegar muy cerca de estos seres. No suelo encontrar positivo que se utilice esta estética por pura moda o para destacar entre otros cineastas, sin embargo, en este caso, el tratamiento está justificado porque acompaña a lo que se narra. Podría parecer que no estamos viendo un film de ficción, sino un documental biográfico.
Los aspectos profundos y humanos se sostienen sobre un argumento no sólo convencional, sino totalmente previsible. Pero da la sensación de que los autores eran conscientes de ello y de que han orquestado los posibles sentimientos de los espectadores con respecto a la evidencia de cuál será el desenlace. De nuevo, es como si se nos narrase la vida de alguien que hubiese existido y cuyo final ya conociésemos. Que se asemeje a un retrato biográfico no significa, afortunadamente, que tenga la ausencia de estructura de un biopic, pues su narración está mucho más concentrada en torno a un hecho concreto y se dirige claramente hacia un destino. Gracias a eso, las emociones se transmiten mejor.
El espectáculo de Wrestling consiste en peleas fingidas, programadas y casi coreografiadas. Pero esa falsa lucha requiere de los contendientes una entrega física casi tan total como la de los boxeadores. La profesión del protagonista de ‘El luchador’, que podría parecer gratuita con respecto a la historia que se cuenta, funciona como una metáfora de lo que duele la existencia, incluso cuando nada realmente malo nos está ocurriendo. Todas las escenas que transcurren entre bastidores son fascinantes, no sólo porque dan a conocer los entresijos de este deporte, sino también por la gran carga significativa que tiene cada una de las heridas que se autoinfligen los luchadores.
Por ende, ‘El luchador’ se perfila como una de las grandes películas que nos están llegando en esta época previa a los Oscar. Consigue, como pocas, plantear los conflictos internos que atenazan a sus personajes y, gracias a ello, conmueve. Las magníficas interpretaciones de sus tres actores principales, así como su tratamiento naturalista, son las bazas que ayudan a que el guión transmita tanta emoción.
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