'La buena vida', drama social chileno

Andrés Wood ganó el Goya a la mejor película extranjera de habla hispana con ‘La buena vida’ (cosa que no entiendo bien porque es una co-producción con España, entre otros países). Cuatro historias se cruzan en el Santiago de hoy: la de Teresa (Aline Kuppenheim), una trabajadora social divorciada, cuya hija adolescente le dará problemas; la de Edmundo (Roberto Farías), un hombre de cuarenta años que aún vive con su madre; la de Mario (Eduardo Paxeco), un clarinetista que tendrá que entrar en la banda del ejército por no encontrar una plaza en la filarmónica; y la de Patricia (Paula Sotelo), enferma terminal, preocupada por el destino que correrá su hijo cuando ella no esté.

Se puede observar ya en la sinopsis que los dramas de cada una de estas personas no son atrayentes ni originales por sí solos y que nos interesarán en la medida en la que los personajes nos despierten empatía. Como suele pasar en los films de historias mezcladas, unos personajes son más ricos que otros. El caso de Edmundo (en la fotografía superior), el esteticista que pide un crédito para comprarse un coche, es el mejor de la película. Debido a su enigmática forma de ser, y a su hablar dulce, nos cae bien y contemplamos su trama con ganas de saber qué ocurre a continuación. Es el único que se marca en nuestra memoria y que hace que sintamos que ha valido la pena ver la película. En su universo aparecen secundarios, como la empleada del banco y la madre de Edmundo, que también son curiosos. Los actores de este argumento también son los mejores.


Los otros tres personajes no tienen la capacidad de interesarnos que posee el anterior. En todo caso, Mario, pero con el problema de que sabemos que su tragedia se la ha causado solito y, por ese motivo, nos identificamos menos con su sufrimiento. Teresa (en la siguiente fotografía) es una mujer tan seca que cuesta ponerse de su parte, además de que su forma de tomarse los conflictos es bastante absurda (SPOILER): le preocupa más que su ex-marido vaya de putas que el que su hija de quince años se haya quedado embarazada. E incluso de este segundo asunto, lo que le incomoda es que no se lo haya contado a ella antes. (FIN DEL SPOILER). Alguien tan egoísta no nos hace sentir ninguna lástima. El último de los dramas es el más tremendo y el que más crítica social parece conllevar. Sin embargo, por lo poco que se nos había presentado el personaje de Patricia, su devenir no nos dice nada.

Incluso aunque nos hubiésemos interesado por todos los habitantes de esta multihistoria, cuando llega el final, nos sentiríamos descolocados. Después de haber planteado un desarrollo más bien lento, las resoluciones ocurren de manera abrupta y, en muchas ocasiones –incluida la de Edmundo, que es el mejor sin duda—, sin sentido. Podría ir detallando cuáles son los sinsentidos uno por uno, pero sería de nuevo un spoiler y, además, es innecesario porque me parece que se detectan con mucha facilidad si se ve la película. Además, esos momentos en los que las tramas se cruzan se me antojan forzados. Parece que fuese obligatorio introducir esos puntos de encuentro en los guiones para justificar el ya tan visto esquema de las vidas cruzadas, pero tal vez sería preferible no hacerlo si va a quedar tan antinatural.

Suele ocurrir que, el hecho de que se trate de un drama situado en un país donde hay pobreza y problemas sociales, le da a una película una especie de comodín para que los defectos que en cualquier otro género –más en concreto la comedia— servirían para destrozarlo, aquí se pasen por alto. Si las tramas son tópicas o previsibles, si los personajes no apelan al espectador, si el montaje está desequilibrado… todo eso se señalaría con saña en una crítica de un film ligero, pero aquí parece que no tenga importancia.

En un momento de ‘La buena vida’, la hija adolescente dice que está escribiendo una novela que no tiene historia, “como la vida”. Esto podría parecer una declaración de intenciones del autor del guión. Sin embargo, él se empeña en buscar los conflictos con tanto ahínco que incluso opta por lo tópico y lo manido. Eso sí, lo que se hace es darle un tratamiento de rodaje y de montaje como si de verdad no hubiese historias. Como le pasa muchas veces al cine de nuestro país, ‘La buena vida’ no se decide ni por ser cine de arte y ensayo puro, pues tiene elementos muy de culebrón; ni por ser un film comercial, pues el tratamiento no es para cualquier público y esa indefinición me parece que lo sitúa en la nada.

A pesar de ello, no quiero decir me haya parecido una mala película pues, como comento al inicio de esta reseña, hay uno de los cuatro personajes cuya historia me ha interesado. Los intérpretes están muy acertados y el visionado no se hace pesado gracias a que se ha dejado en 90 minutos.

Está muy claro que existe un público para este tipo de películas y que para ellos la recomendación o ausencia de ella que haga será indiferente, pues la carta de presentación que supone que sea un drama social, que haya obtenido el Goya y otros premios, etc… es suficiente. Para los demás, podría señalar que no van a arrepentirse de verla, pero que de ningún modo les va a cambiar la vida, les va a emocionar, ni mucho menos les va a dejar una marca en su memoria. Es una película válida, pero innecesaria y muy semejante a otras.

Mi puntuación:

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