Viviendo como vivimos en una época dorada para las adaptaciones de cómics en el cine —o, al menos, para las de un género muy específico—, los 91 años* que se cumplen de la aparición de Tintín en las páginas de 'Le Vingtième Siècle' suponen una excusa tan buena como cualquier otra para preguntarse por qué, tras el enésimo producto de supers, nunca hay una aventura del reportero de indomable flequillo para descongestionar un poco la cartelera.
En los últimos tiempos, Steven Spielberg y Peter Jackson no han dejado de asegurar que hay en ciernes una secuela de 'Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio', estrenada hace ya nueve años, que pretendía ser el inicio de una trilogía que repasara los números más míticos de Georges Remi, alias Hergé. Sin embargo, sus palabras siempre tienen la misma convicción que cuando el mismo Spielberg, en su siguiente entrevista, insiste muy fuerte en que 'Indiana Jones 5' es una realidad, y protagonizada por Harrison Ford. Aún estamos esperando...
Dejando de lado lo desafortunado del empeño —su adaptación del personaje de Hergé se estrenó tres años después de 'El reino de la calavera de cristal', y un sector sensato del público no ha hecho otra cosa desde entonces que declarar que 'El secreto del Unicornio' es la auténtica cuarta parte de Indiana Jones—, el motivo de esta reticencia está bastante claro, y basta repasar las moderadas críticas de entonces, o la escasa recaudación de la película en territorio estadounidense, para no ser muy duros con el tito Steven.
Ésta, no obstante, sólo es una pequeña parte del problema. Uno que va más allá del desinterés del público norteamericano hacia un cómic netamente europeo, y que se remonta a incluso antes de que Spielberg conociese a Tintín hace cuatro décadas, al hilo de las críticas de 'En busca del arca perdida' que comparaban el carácter del Dr. Jones con el de este periodista metomentodo que llevaba dando la vuelta al mundo desde 1929.
Fascinado por el personaje, Spielberg no sólo devoró todos los cómics que pilló al instante —y eso que no entendía una palabra de francés—, sino que también descubrió que Tintín y el cine no eran unos completos desconocidos. E, impactado por estos hallazgos, resolvió que debía hacerse con los derechos del personaje para adaptarlo él mismo cuanto antes. Para hacerle justicia.
Esto fue con lo que Spielberg se encontró en 1981.
El whisky como respuesta para todo
El primer contacto de Tintín y su perro Milú con el cine dio lugar al film más extraño e indómito que nunca ha protagonizado nuestro personaje, y que coincidió en el tiempo con uno de los momentos más turbulentos de la vida de su creador.
El final de la Segunda Guerra Mundial y la marcha de los alemanes de Bélgica no acabaron de venirle bien a Hergé. Durante la contienda y la ocupación nazi, el creador de Tintín se las había apañado para seguir trabajando gracias al periódico 'Le Soir', controlado por los alemanes, una decisión que no sólo le acarrearía graves problemas según acabara el conflicto militar, sino que también tendría una influencia perceptible en su propia obra.
El primer trabajo que Hergé publicó en esas páginas fue 'El cangrejo de las pinzas de oro', considerada como un punto y aparte en la trayectoria del personaje gracias a ser el número donde hacía su aparición el alcohólico Capitán Haddock, quien a partir de entonces acompañaría al reportero en cada una de sus aventuras.
Haddock no sólo es interesante por sí mismo, sino por lo que supuso para el canon tintinesco, en estrecho paralelismo con las circunstancias políticas que habían de permitir que se siguieran publicando sus aventuras. Y es que, publicado justo después de 'El cetro de Ottokar' —donde Hergé parodiaba los regímenes fascistas—, 'El cangrejo de las pinzas de oro' suponía una suerte de domesticación del personaje en función a fortalecer sus elementos más evasivos y, digamos, inofensivos.
Acabando bruscamente (por el momento) lo iniciado por 'El loto azul' —álbum de 1934 que dejaba atrás los estereotipos y la visión eurocentrista de los primeros trabajos de Hergé para favorecer la documentación, el respeto por otras culturas y la responsabilidad política—, ‘El cangrejo de las pinzas de oro’ representaba una sumisión de Tintín a la aventura descerebrada, tratando de huir de los problemas terrenales para esquivar la censura. Por eso no hay mejor símbolo que Haddock, el borracho y triste Haddock, para representar este cambio.
Ahora bien, Hergé pagaría muy caro todas estas decisiones. Cuando la guerra acabó fue acusado de colaboracionista y perdió el empleo, siendo repudiado por sus compatriotas hasta que Raymond Leblanc —héroe de la Resistencia que adoraba su trabajo, y probablemente el primer tintinófilo oficial de la historia— le dio la opción de seguir publicando en una revista exclusivamente diseñada para albergar las aventuras de su personaje, y en ésas estaban cuando surgió la oportunidad de hacer una película.
'Tintín: El cangrejo de las pinzas de oro' (Claude Misonne, 1947) se rodó siete años después de la publicación del álbum homónimo, justo cuando Hergé había recuperado cierta estabilidad y el entusiasmo suficiente para supervisar la producción de forma estrecha.
Producida por Wilfried Bouchery, 'El cangrejo de las pinzas de oro’ era la primera película de animación rodada en Bélgica, y por si esto no fuera poca responsabilidad además se había decidido emplear la compleja técnica del ‘stop motion’ para dar vida a los personajes. Una estrategia que, si bien tenía precedentes en Europa en cuanto a su uso en vídeos publicitarios, disparó rápidamente el presupuesto al millón de francos belgas, una burrada para los estándares de la época, y más viniendo como venían de una guerra mundial.
La película de Misonne se quedó sin presupuesto más o menos a la mitad del rodaje, lo que llevó a que Bouchery dejara de pagar a los animadores, y sólo el entusiasmo de Hergé consiguiera convencerlos de seguir trabajando, recurriendo al uso de planos carentes de personajes que animar mientras no se dejaba de gastar dinero en publicidad y merchandising, consiguiendo que 'El cangrejo de las pinzas de oro' fuera la película más esperada del año.
Y claro. Para cuando se estrenó, se habían cometido tantas irregularidades fiscales que los tribunales belgas confiscaron la película luego de dos únicas exhibiciones, lo que llevó a Bouchery a declarar apresuradamente la bancarrota de su productora y huir a Argentina. La película sólo sería rescatada años después gracias a la incansable investigación de los fans, que descubrieron entonces una obra que podría haber sido espléndida, si tan sólo hubiera contado con gente un poco más decente embarcada en ella.
'El cangrejo de las pinzas de oro' es una adaptación tan respetuosa de la obra de Hergé que incluso se permite tener a Milú hablando, elemento prácticamente inexistente en entregas posteriores, mientras los diálogos son trasladados íntegros y las únicas notas discordantes se extraen de dos números musicales extrañísimos, centrados en las alegres borracheras del Capitán Haddock.
Teniendo en cuenta dicha fidelidad, y el encanto del que automáticamente se reviste este stop motion primigenio, es muy difícil catalogar 'El cangrejo de las pinzas de oro' como una obra fallida, pero el estatismo de sus escenas de acción, lo mucho que se nota en qué parte del rodaje se quedaron sin dinero y, sobre todo, el abuso de ciertas fórmulas humorísticas, desmerecen bastante el resultado.
¿Pensabais que nunca os cansaríais de ver a Hernández/Fernández apostillando "y aún diría más" a la estupidez que acaba de decir su compañero? Pues ‘El cangrejo de las pinzas de oro’ lo consigue, a raíz de un desastre logístico de proporciones bíblicas que no por casualidad concluye con Tintín acompañando a Haddock en su borrachera. Y es que el alcohol, llegado un momento, es imprescindible para entender el legado tintinesco, como terminaron de demostrar las películas que vendrían después.
Tintín se pasa al 'live action'
"No sé por qué eligieron venir a la Comunidad Valenciana. Supongo que porque la historia iba sobre naranjas" (José Sanchís, director de la Casa de la Cultura de Xátiva, El Mundo, 2011)
Si 'Tintín: El cangrejo de las pinzas de oro' recogía el testigo de ese abrazo a la frivolidad y el escapismo que había supuesto tanto la Segunda Guerra Mundial como el debut del Capitán Haddock, la siguiente incursión del intrépido reportero en la gran pantalla hizo lo propio con la fase más tardía de sus aventuras y, sin duda, la más extraña.
Aunque 'El asunto Tornasol', publicado en 1954, fuera alabado unánimamente como el retrato paródico de la Guerra Fría que sólo podría haber acometido un Hergé en plena forma, la voluntad de 'Stock de cock' (1956) de tratar cuestiones raciales con seriedad no tuvo el mismo éxito, encontrándose con críticas denunciando paternalismos varios que al autor no le eran del todo desconocidas. Pues ahí estaba, ensuciando el recuerdo de Tintín desde 1930, la ignominia de 'Tintín en el Congo'.
Esto, unido a ciertos problemas sentimentales de Hergé, quizá hubo de motivar una relectura de las claves de Tintín desde una perspectiva más autoconsciente, conduciendo a la aventura intimista de autodescubrimiento que ofrecía 'Tintín en el Tíbet' (1959), y al excéntrico pasatiempo de 'Las joyas de la Castafiore' (1961), donde ni siquiera había viaje o misterio que desentrañar.
Esta asunción de los cómics de Tintín de una "mayoría de edad" o de, al menos, la edad suficiente para plantearse dudas existenciales, coincidía también con los años de mayor éxito internacional del personaje, que acabaron desembocando en un segundo intento de plasmar sus aventuras en la gran pantalla. Uno que, al contrario de 'El cangrejo de las pinzas de oro', ya no necesitaba limitarse exclusivamente al trabajo de Hergé. Sus dibujos le habían trascendido.
Es por ello que el elemento de mayor interés de 'Tintín, el secreto del toisón de oro' (Jean-Jacques Vierne, 1961) no es que a algún iluminado se le ocurriera utilizar actores reales para personificar sus aventuras sino que se decidiera que éstos protagonizaran una historia totalmente original, jamás escrita por Hergé ni aparecida en un cómic.
Forzosamente, esta decisión también conducía a que el guión de la película de Vierne asumiera que su público ya conocía a los personajes, situándolos sin ningún tipo de presentación en Moulinsart, castillo que el profesor Tornasol compraba al final de 'El tesoro de Rackham El Rojo' (1943) y que desde entonces había servido de cuartel general para la familia tintinesca.
Todo esto no quitaba que el argumento de 'El secreto del toisón de oro' se nutriera de obras precedentes, suponiendo 'El secreto del Unicornio' (1942) la referencia ineludible al ser el pasado de Haddock el desencadenante de ambas tramas. El entrañable marino, interpretado por Georges Wilson con una barba postiza que por sí sola daba cuenta de lo irremediablemente chanante que se estaba volviendo todo, era de hecho el principal protagonista de este film, apareciendo por delante de Jean-Pierre Talbot (Tintin) en los créditos.
Talbot, profesor de gimnasia que fue elegido para interpretar a Tintín exclusivamente en base a su parecido físico con el personaje, afrontó sin embargo este papel con un entusiasmo que acaba definiendo 'El secreto del toisón de oro', por encima de su cutrez o el desdén por apuntalar una trama coherente.
El entusiasmo contagia cada elemento de este sorprendente film, y perfila tanto el ajustadísimo y necesario slapstick como su incansable dinamismo. No hay minuto de 'El secreto del toisón de oro' donde los personajes no aparezcan corriendo de un lado a otro, y éstos incluso se permiten prorrumpir en bailes ridículos cuando les embarga la felicidad: un detalle que por sí solo basta para matizar el desprecio que el paso de los años ha arrojado contra la película de Vierne... probablemente ayudado por su indescriptible segunda parte.
Dado el éxito financiero de 'El secreto del toisón de oro', se antojaba prioritario darle continuidad cuanto antes, y así es como nació 'Tintín y el misterio de las naranjas azules' (Philippe Condroyer, 1964). Una secuela que mantenía la decisión de no inspirarse en las historias originales de Hergé, pero que aquí llegaba a extremos totalmente desnortados. Y no sólo porque se le ocurriera ambientar la historia en Valencia, a raíz de unas naranjas azules ideadas para acabar con el hambre en el mundo.
Lo peor que se puede decir de la segunda incursión de Tintín en el live action es que es mucho menos chiflada de lo que debería ser en base a su sinopsis. A diferencia de la gozosa 'El secreto del toisón de oro', 'El misterio de las naranjas azules' es una película soporífera donde lo más grotesco no es ver un cartel anunciando la actuación de Bianca Castafiore entre Juanito Navarro y Lina Morgan, sino lo aburrido que es todo lo que nos ha conducido a esta imagen, y la escasa inventiva cómica que lo justifica.
Eso, por no hablar de la representación de España, que recurre a todos los estereotipos —flamenco, toros, el pack completo— y no molesta tanto por lo ofensivo del percal como por la traición de los ideales de Hergé. En compases avanzados de la trayectoria del Tintín comiquero se percibe muy claramente un esfuerzo por zafarse de las salidas facilonas a la hora de describir países y culturas que podemos encontrar en 'Tintín en el país de los sóviets (1929) o 'Tintín en el Congo', de los que el autor renegaría toda su vida.
De hecho, uno de los leitmotivs cómicos de Hernández y Fernández siempre fue la utilización de disfraces ridículos para infiltrarse fuera de Bruselas atendiendo a lo poco que se habían documentado sobre el país al que viajaban, como reflejo del Hergé cateto de los primeros años, y por eso mismo duele tanto ver a estos mismos personajes, en 'El misterio de las naranjas azules', probando suerte con el toreo.
La importancia de Belvision
La secuela de 'El secreto del toisón de oro' tampoco fue especialmente mal en taquilla, y no faltaron los intentos de producir una tercera parte, que por suerte no acabó de cuajar. Sin embargo, esto no supuso el fin de las aventuras cinematográficas de Tintín en los años 60.
Ya antes de que se rodara la primera película de Talbot, un estudio llamado Belvision y conducido por el mismo Raymond Leblanc que sacara a Hergé del ostracismo había desarrollado una serie para la televisión belga: 'Las aventuras de Tintín', compuesta por 89 episodios de cinco minutos de duración que llegaron a adaptar hasta seis historias de Tintín entre 1957 y 1964, y fueron dirigidos por Ray Goosens.
Su fidelidad al material original no era demasiado acentuada —obviando, por ejemplo, la sordera del profesor Tornasol—, y de hecho su brusco final se debió casi exclusivamente a que la responsable de su emisión, Télé-Hachette, no estaba nada satisfecha con los resultados. Sin embargo, ésta sólo era la prueba de fuego para Belvision.
Decidido a darle a la serie un final digno, el estudio adaptó la celebrada 'El asunto Tornasol' a través de trece capítulos llenos de acción que dejaban en ridículo lo logrado por 'El misterio de las naranjas azules', estrenada el mismo año e inspirándose vagamente en esta misma historia. Esta tanda de capítulos fue concebida como un largometraje y así se estrenó en lugares como Gran Bretaña, conformándose curiosamente como una de las intentonas más logradas de Tintín fuera del cómic, pero su importancia fue mucho más allá de lograr concluir la serie por todo lo alto.
Belvision, fundada casi única y exclusivamente para producir las aventuras televisivas de Tintín, siguió a pleno rendimiento una vez éstas concluyeron, encargándose de las primeras adaptaciones al cine de Astérix. Estos cómics por primera vez le disputaban el liderazgo de las viñetas francobelgas a Tintín, y habían sido creados en 1959 por René Goscinny y Albert Uderzo. El primero de ellos, quién sabe si sólo por casualidad, uno de los guionistas responsables de perpetrar 'El misterio de las naranjas azules'.
Las adaptaciones de 'Astérix el Galo' y 'Astérix y Cleopatra' (ambas de 1967) animaron a Leblanc a volver a su personaje favorito, de quien por entonces un exhausto Hergé sólo publicaba historias cada varios años, y en 1969 se estrenó en cines 'Tintín en el templo del sol' (Eddie Lateste), adaptación en dibujos animados de dos números de la serie original: 'Tintín y las 7 bolas de cristal' y 'El templo del sol'.
El film de Lateste no es importante sólo por suponer la primera adaptación cinematográfica de Tintín plegada al formato que, por pura lógica, más fácil parecía adecuarse al cómic sino por la estrategia seguida a la hora de trasladar el material, fusionando dos números que, en la colección de Hergé, ya seguían un arco narrativo común.
Eso no quita que el papel de 'Las 7 bolas de cristal' sea bastante testimonial dentro de la trama del film, siendo comprimido en los primeros minutos de la película por el propio Hergé (o un personaje parecido a él) cuando resume toda la inquietante trama de los científicos hechizados que llevaba a Tintín y sus amigos a los Andes. Un recurso que funciona y asienta muy correctamente el ritmo de un film que verdaderamente puede que supusiera por fin la adaptación más compacta y conseguida del personaje.
Dicho logro se debe a la confianza de Belvision en el proyecto, que garantizó un despliegue técnico bastante reseñable y cuidó enormemente algo que sólo se había tratado tangencialmente en 'El secreto del toisón de oro': el apartado musical. La banda sonora de 'Tintín en el templo del sol', compuesta por François Ruber, es tan estupenda y pegadiza que apenas importa que incluya dos canciones de Jacques Brél en el marco de dos números musicales simplemente nefastos, protagonizados por el joven guía Zorrino.
El éxito del film de Lateste garantizó, como no podía ser de otro modo, la producción de una secuela, pero de forma similar a lo que ocurrió con las intentonas live action, ésta resultó ser una movida extrañísima producto de malas decisiones y de querer abrazar la posmodernidad sin atenerse a las consecuencias.
Así las cosas, 'Tintín en el lago de los tiburones' (la única película dirigida por Raymond Leblanc) mezclaba en 1972 los jugueteos metalingüísticos de 'Las joyas de la Castafiore' —a base de explorar qué ocurría con los personajes cuando no estaban inmersos en ninguna aventura— a través de un argumento original, y los sazonaba con referencias a James Bond que pasaban por bases submarinas y espaldas de villanos contemplando al héroe a través del monitor mientras se chulean de que esta vez nada podrá detenerlos.
El resultado es bastante indigesto aunque, desde luego, mucho más digno que 'El misterio de las naranjas azules', manteniendo, eso sí, su pobreza argumental y el ritmo narcótico. Nada de esto impidió que arrasara ese año en la taquilla en Bélgica, llegando a colocarse en cifras justo detrás de 'El padrino' y 'La naranja mecánica' y provocando que Leblanc fanfarroneara incluso más de lo acostumbrado, asegurando que ya había "un segundo estudio en el mundo capaz de producir largometrajes exitosos de animación aparte de Disney".
Ese estudio era Belvision, y jamás igualaría un logro semejante en el futuro, asistiendo en los años siguientes a cómo otra productora se llevaba a Astérix a lugares nunca antes vistos —en 'Las 12 pruebas de Astérix' (Goscinny, Uderzo y Pierre Watrin, 1974), una de las mejores películas de animación de la década de los 70—, y Hergé perdía el interés en continuar con las aventuras de Tintín, datando su último álbum ('Tintín y los pícaros') de 1975.
Con todo esto se encontró Spielberg en 1981. Y, claro, había que hacer algo.
82 años después
Hergé murió la misma semana en la que Spielberg, inmerso en el rodaje de 'Indiana Jones y el templo maldito' (1984), se encontraba en Londres con la intención de entrevistarse con él y conseguir los derechos de adaptación.
El fallecimiento del creador de Tintín no impidió que este cineasta tuviera éxito en su empeño, pero al no contar en esa época más que con un guion muy poco prometedor de Melissa Mathison no tuvo otro remedio que dejar que el proyecto fuera retrasándose durante años sin que nadie se decidiera a ponerse con él. Llegaron los 90, y Tintín resucitó de nuevo gracias a la televisión.
'Las aventuras de Tintín', dentro de la vertiente televisiva, pasa por ser la adaptación más fiel que se ha hecho del personaje, sin que eso implique necesariamente que sea la mejor. Desarrollada en Francia por Stéphane Bernasconi, llegó a adaptar todos los cómics de Hergé quitando los polémicos ('En el país de los sóviets' y 'Tintín en el Congo') y los inacabados (el misterioso 'Tintín y el Arte-Alfa' de 1986), y eliminando los componentes más difíciles de la ficción para hacerlos pasar por los paladares infantiles. Y, así de fácil, Haddock consiguió superar su alcoholismo.
Mientras tanto, el proyecto de Spielberg sólo empezaría a tomar forma a partir del nuevo siglo, tras su unión providencial con Peter Jackson (un tintinófilo de mayor antigüedad) y el nombramiento de Steven Moffat como guionista. El escocés, sin embargo, tuvo que dejar la producción al ser designado como showrunner de 'Doctor Who', y Spielberg hubo de recurrir a otros talentos que reescribieran el libreto: Edgar Wright y Joe Cornish, nada menos.
Digámoslo claro. Si 'Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio' (2011) se ofrece como una película tan formidable es gracias a la portentosa exposición narrativa de Spielberg, pero sobre todo, también es gracias al trabajo depositado en el guion, que redondea la que, sin duda, es una de las últimas obras maestras del cineasta.
Y es que aquí no se trata sólo de traducir la obra de Hergé, de ser fiel a su pensamiento o, siquiera, de hacer un trabajo convincente en el aspecto más eminentemente visual, logrado esto último con facilidad gracias a la utilización de la animación por ordenador y el motion capture. En cambio, de lo que más puede presumir 'El secreto del Unicornio' es de haberlo entendido todo a la perfección, y de asimilar lo que han dado de sí 82 años preguntándonos por qué el personaje nos cautiva tanto.
Uniendo en una sola y perfectamente coherente trama los argumentos de 'El cangrejo de las pinzas de oro', 'El secreto del Unicornio' y 'El tesoro de Rackham el Rojo', y valiéndose de ocurrencias de indudable efectividad como todo lo concerniente a la subtrama del carterista —que permite a Hernández y Fernández vivir, finalmente, su propia aventura en solitario—, la película de Spielberg es un absoluto regalo para los fans, pero también para los que sólo conocen a Tintín superficialmente, explicándoles en pocas palabras a qué viene tanto alboroto.
Escenas como Haddock rememorando las hazañas de su pariente Francisco de Hadoque, o ese diálogo en Bagghar donde el capitán trata de animar a Tintín — "Se supone que tú eres el optimista, ¿no?" le desafía, dando en el clavo— muestran un cariño intensísimo por los personajes y un conocimiento profundo de sus idiosincrasias, que permite que la amistad entre los dos protagonistas nunca se haya sentido más real. Y además está lo de ese plano secuencia.
'Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio' supone el final de un largo camino que dio inicio en 1947, y que a través de los obstáculos más variopintos quiso que la criatura de Hergé diera el salto al cine de forma digna. Algo que, claro, sólo podía lograr Steven Spielberg, y teniendo además la intención de rodar una trilogía.
Esperando el Tintín de Peter Jackson
La idea inicial era que Jackson se encargara de dirigir la película siguiente, que se titularía 'Prisioneros del sol' y, de forma similar a lo desarrollado en 1969, adaptaría tanto ‘Las 7 bolas de cristal’ como ‘El templo del sol’, pero la recepción del film de Spielberg no fue lo suficientemente calurosa como para que a él y su colega les mereciera la pena ponerse de inmediato con ello. Y así seguimos.
El 90° aniversario del nacimiento de Tintín ha reavivado los rumores de que 'Prisioneros del sol' pronto sea una realidad, pero dada la cantidad de proyectos que acumula Steven Spielberg y el estado comatoso de la carrera de Peter Jackson, quizá sea imprudente hacerse demasiadas ilusiones.
Por su propia naturaleza, el fandom generado (normalmente fuera de EE.UU.), y la pereza que puede causar un carácter tan blanco como el de Tintín, actualmente sus adaptaciones parece que sólo pueden ser afrontadas por gente a quien les ciegue la pasión y quieran dejarse una cantidad exagerada de dinero en el empeño... como Spielberg y Jackson, básicamente.
Es una responsabilidad muy grande sólo para dos personas, y también una gran pena, porque Tintín nunca ha pasado de moda, y los valores que transmite son tan necesarios ahora como lo eran hace medio siglo. Unos valores que abogan por el derribo de cualquier prejuicio, la curiosidad como motor del progreso y la multiculturalidad, y que van más allá de las circunstancias políticas concretas que lo alumbraron en primer lugar.
Sí, Tintín nació de las páginas de un diario de propaganda fascista, que condujo a que sus primeros números sean bastante intolerables. Y sí, el tratamiento de sus escasos personajes femeninos es impensable hoy en día. Pero si algo han demostrado las innumerables reediciones de ciertas aventuras —a veces motivadas en vida por un Hergé que nunca dejó de hacer eso tan bonito que es cambiar de opinión—, es que el personaje lo aguanta todo, y es fácilmente adaptable a cualquier contexto.
Probablemente, porque al final de lo único que siempre habló Tintín fue de algo tan universal como es la sed de aventuras. Unas aventuras que deberían continuar. Que necesitamos que continúen.
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