Aunque los superhéroes lleven paseando por la gran pantalla sus capas y sus antifaces desde hace mucho tiempo, no fue hasta que la 'Iron Man' de Jon Favreau pusiera la primera piedra del Universo Cinematográfico de Marvel en el año 2008 que este tipo de producciones alcanzasen su pico de popularidad —sorprendentemente, aún creciente—, llegando a etiquetarse bajo un género propio.
Esto se ha traducido durante la última década en taquillas multimillonarias que están cargando con el peso de una industria que no pasa por su mejor momento, en vehementes ataques por parte de cineastas de prestigio y en espectadores enfervorizados, ávidos de echarle el guante a la enésima copia de una copia de una copia enlazada a través de una escena poscréditos.
No obstante, todo esto son males —si es que llegan a serlo— menores en comparación al gran perjuicio nacido del boom superheróico: la indulgencia del público. Una suerte de condescendencia o mirada extremadamente permisiva hacia el género que parece haber dinamitado lo que quedaba de espíritu crítico en estos tiempos de polarización y que alienta a los grandes estudios a mantener girando su rueda de reiteración y fórmulas.
Qué esperar cuando estás esperando
En muchas ocasiones, cada vez que se publica una reseña o una opinión negativa sobre una adaptación pijamera —ya sea de Marvel o de DC—, no tardan en aparecer comentarios que, en cierto modo, justifican o quitan hierro a los aspectos criticados. Entre ellas se encuentran clásicos como "Esto no es El Padrino" o "No has ido a ver una película de Godard"; siendo mi favorito la pregunta de marras: "Es una película de superhéroes: ¿qué esperabas"?
De una cinta de superhéroes espero —y quiero creer que todo el mundo debería esperar— lo mismo de lo que puedo pedirle a una obra de cualquier otro género; en primer lugar, que sea una buena película —sea lo que sea que signifique eso— y, en segundo lugar, y no por ello menos importante, que me emocione y me haga salir del cine en un estado diferente al que tenía al sentarme en la butaca.
Las claves para alcanzar estos aparentemente recónditos objetivos radican en un elemento concreto, y es una narrativa depurada que comienza por el cuidado y trabajo del guión. Esto, aunque pueda parecerlo, no se centra en estructuras dramáticas complejas y enrevesadas, sino en la esencia que eleva a cualquier largometraje por encima de la media y hace que cale hondo en el respetable: los personajes.
Sin unos protagonistas complejos con los que sea fácil conectar, con los que nos identifiquemos, y que nos hagan sufrir cada vez que se enfrenten a un obstáculo para conseguir su objetivo, todos los esfuerzos por entregar un espectáculo de calidad serán en balde; y es que, en contra de lo que podría llegar a pensarse, el tratamiento de personajes también influye drásticamente en el factor entretenimiento.
Sí, este tipo de blockbusters están concebidos como espectáculos para brindarnos un par de horas de escapismo entre set pieces espectaculares y exhibiciones imposibles de VFX; pero no importa lo impresionante que sea el despliegue técnico y logístico de las escenas de acción; sin una implicación emocional, las batallas a gran escala se reducen al efectismo inerte. Puedo reconocer los titánicos esfuerzos a nivel de producción, pero todo lo que acontece en pantalla me da sencillamente igual.
Sin el factor emoción, lo único que pasa ante mis ojos son rostros intercambiables —si es que no los oculta un disfraz— intercambiando golpes mientras mi cerebro permanece en estado letárgico. Pero cómo cambian las cosas cuando un personaje y su drama están bien construidos. ¿Recordáis cuando nos quedamos sentados al filo del asiento cada vez que John McClane se liaba a tiros con algún terrorista en el Nakatomi Plaza? No es magia en medio de la acción: es simple y llanamente una narrativa de primera.
Hagamos un sencillo ejercicio. Pensemos en un comentario en el que pueda leerse "Es un thriller criminal, ¿qué esperabas?", "Es un drama romántico, ¿qué esperabas?", "Es un western, ¿qué esperabas?"... absurdo, ¿verdad? La calidad en el cine no entiende de géneros, y obviamente no son lo mismo 'Los puentes de Madison' que 'Barridos por la marea', 'Sin perdón' y 'Texas Rangers' o 'Los Vengadores: Inifinity War' y 'Morbius'.
Independientemente de su género, siempre encontraremos propuestas más o menos brillantes y más o menos olvidables, pero de no perder nuestro espíritu crítico, castigar en taquilla las naderías y ahorrarnos fanatismos camuflados de paternalismo o indulgencias conformistas, es posible que la balanza tienda a inclinarse hacia el lado luminoso de la producción cinematográfica de gran estudio. Aunque, en la era de los algoritmos y las recetas precocinadas, es una batalla que podemos ir dando por perdida.
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