'La Liga de la Justicia de Zack Snyder': el único gran problema de la épica versión de HBO Max es no poder disfrutarla en una sala de cine

Quienes me conozcan, o hayan leído alguna de mis soflamas en defensa de la pantalla grande, sabrán que soy un férreo defensor de lo que muchos definen —con mayor o menor acierto— como "la experiencia cinematográfica"; y esto es algo que se extiende desde a grandes blockbusters de acción rebosantes de set pieces y efectos visuales, hasta a los dramas indie más minimalistas y contenidos.

De igual modo, es muy probable que los parroquianos de esta santa casa sean plenamente conocedores de mi devoción por la obra y milagros de Zack Snyder y, más concretamente, por su visión del cine de superhéroes y los personajes de DC en títulos de la talla de 'El hombre de acero', 'Batman v Superman: El amanecer de la justicia' y, por supuesto, su nueva y flamante versión de 'Liga de la Justicia'.

Tras haber gozado plenamente con sus cuatro horas en HBO Max, y después de haber regresado a algunas de sus escenas más potentes en varias ocasiones, he acabado llegando a la conclusión de que el contrapunto más amargo de 'La Liga de la Justicia de Zack Snyder' no es la sensación de fin de ciclo que transmite. Lo peor, tras meses y meses de espera, ha terminado siendo haber visto semejante espectáculo alejado de una sala de cine.

Añorando la experiencia cinematográfica

He de admitir que, pese a todo, no puedo quejarme de las condiciones en las que he podido ver el Snyder Cut. Tengo la suerte de tener un proyector que me da una superficie de unas 100 pulgadas —o, en su defecto, un monitor HDR 4K de 32 pulgadas con una calidad de imagen más que decente— y unos auriculares 7.1 para exprimir al máximo el sonido de mis series, películas y videojuegos. Pero, aún así, esto dista mucho de lo que considero óptimo en el caso que nos ocupa.

Haber podido disfrutar de 'La Liga de la Justicia de Zack Snyder' proyectada en un cine equipado como Dios manda, hubiese supuesto, entre otras cosas, potenciar notablemente la gigantesca escala que aporta la controvertida relación de aspecto en 1.33:1 al tratamiento plástico de la cinta; que extrae oro del cuadro extra ganado en los márgenes superiores e inferiores, y que convierte algunas instantáneas en splash pages cien por cien comiqueras.

Pero el tamaño de la pantalla no sólo influye sobre el impacto visual sobre el espectador. Los planos de un largometraje concebido, planificado y rodado con su proyección en salas —IMAX, concretamente— en mente, están compuestos y montados para ser asimilados a una velocidad concreta —lo que se conoce como tiempo de lectura— que se ve afectada drásticamente al reducir las dimensiones de la superficie de visionado.

Además de todo esto, un DCP proyectado en unas instalaciones debidamente calibradas según los parámetros dictados por la distribuidora —lo cual, tristemente, cada vez es más atípico— siempre ofrecerá una reproducción más fiel de los colores, el contraste o la luminosidad de la imagen de la que nos pueden dar nuestras televisiones; cada una con una configuración particular y situada en un espacio con unas condiciones lumínicas distintas.

Si a esto le sumamos las compresiones de rigor a las que se ven sometidos los archivos de vídeo y audio para agilizar el proceso de streaming, y cuyas reducciones de tasas de bits llevan de la mano diferentes artificios como el banding, la elección entre sofá y butaca en lo que respecta a imagen está libre de toda duda.

Por supuesto, no podemos dejar al sonido fuera de la ecuación. Y es que no hay nada como un buen sistema multicanal atronando el patio de butacas —y, en ocasiones, haciéndolo vibrar literalmente— para llevar un paso más allá la capacidad de inmersión de una película; sobre todo una como 'La Liga de la Justicia de Zack Snyder', que cuenta con una mezcla brutal y con una banda sonora atronadora de un Junkie XL en su salsa.

Aunque, por encima de cualquier factor técnico, si hay algo que he echado en falta acompañando a Batman, Superman, Wonder Woman y compañía durante su último periplo, ha sido compartirlo con un nutrido grupo de desconocidos. Verme obligado a experimentar un evento de estas características en el salón de casa sin los aplausos, las risas y los gritos ahogados y en la oscuridad que convierten el cine en una suerte de ritual colectivo ha sido especialmente duro, y me ha recordado lo mucho que extraño ver superproducciones semanalmente en mi sala de cabecera.

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