En pleno 2022, y ya desde hace años, existe un término cuya simple lectura o escucha puede llegar a provocar sudores fríos, vértigos y una pérdida instantánea de la cordura al más puro estilo H.P. Lovecraft a la pobre persona que se cruce en su camino. Una palabra espeluznante mucho más temida que vocablos como "inflación", "guerra" o "pandemia". Esa no es otra que "spoiler".
La Real Academia Española define "spoiler" como "Un anglicismo que se usa con el sentido de ‘revelación de detalles de la trama de una obra de ficción'", y sugiere utilizar la voz "destripe" y la adaptación al castellano "espóiler". Una visión muy normativa que muchos preferirían sustituir por algo como, simple y llanamente, "el horror".
El último caso que ha puesto patas arriba nuestro amado internet ha tenido que ver con la serie de Disney+ 'She-Hulk: Abogada Hulka', en cuyo cuarto episodio un personaje secundario revela a otro dos grandes giros dramáticos de la imprescindible 'Los Soprano' —una producción que terminó de emitirse hace ya 15 años—.
Más allá de la polémica estéril de turno, este caso, que podríamos etiquetar como "Sopranosgate", abre la puerta a un interesantísimo debate sobre la naturaleza de este mal del primer mundo y un análisis sobre los factores que alimentan el pánico al destripe —que no se diga que no hacemos caso a la RAE— en este mundo hiperconectado.
El spoiler, ese gran desconocido
Aunque, si bien es cierto que los spoilers siempre han estado ahí, fastidiando al personal series y películas de todas las formas, colores y géneros, la idiosincrasia de nuestros tiempos los han proliferado hasta convertirlos en un elemento tan indeseable como irritantemente habitual. Pero, en el fondo, los principales culpables de ello no dejamos de ser los propios espectadores.
Algunos de ellos —#NotAllEspectadores—, tal vez más de los que deberían, sienten la necesidad de coger su móvil y tuitear al segundo de haber terminado el último capítulo de su serie favorita ya no sólo qué les ha parecido, sino lo mucho que han alucinado con X escena o lo decepcionados que han quedado con Y decisión de guión; todo ello con la aspiración de mendigar un puñado de likes y hacerse notar en la cada vez más aborrecible esfera de Film Twitter —aunque eso es otra historia—.
A estas conductas hay que sumar un factor indispensable para comprender por qué estamos viviendo la peor época para querer llegar vírgenes a un visionado: el dichoso FOMO. Vivir con un miedo constante a perdernos algo y no ser los primeros en estar ahí —en parte, para poder vociferar a posteriori que lo hemos hecho— ha disminuido drásticamente el tiempo de cortesía hacia el resto de mortales que o no quieren, o no pueden optar por la inmediatez para evitar disgustos en forma de detalles indeseados.
Para hacer más complicada la situación, el boom de las plataformas de streaming y las gigantescas dimensiones de sus catálogos y fondos de armario nos permiten disfrutar a golpe de click de series y largometrajes de hace décadas y de cuyos entresijos argumentales, a priori, no deberíamos saber demasiado; lo cual abre otra gran incógnita: ¿Qué hacemos con los puñeteros spoilers?
¿Y ahora, qué?
Pensar en una solución al mal de los espóilers —con e y tilde— y a las potenciales úlceras que puede generar tragarse uno sin comerlo ni beberlo, pasa por hacer un análisis de la vía de recepción de los mismos, y hoy en día, como casi todo, esta se reduce a un denominador común: las dichosas redes sociales.
Hace años era mucho más complicado que te reventasen —o te reventases por accidente— un giro argumental. Las pocas opciones se limitaban a algún bocazas saliendo del cine mientras tú hacías cola para la próxima sesión, o al típico indeseable de videoclub con ganas de hacerse notar; un espécimen que ha terminado evolucionado hasta convertirse en el tuitero pelma con una cantidad ingente de papeletas para acabar bloqueado.
Ahora, lo poco que nos queda es tirar de la opción para silenciar palabras en la red del pájaro azul y rezar para que no nos zampemos entre pecho y espalda algún meme envenenado que aparezca sin venir a cuento en Instagram, TikTok o algún subforo de Reddit. Alternativas en absoluto efectivas.
Tampoco podemos pasar por alto el controvertido "factor tiempo". ¿Cuántos días, meses o años deben pasar para dejar de considerar algo como un "spoiler"? ¿Es crimen capital en 2022 decir públicamente y sin una señal luminosa que alerte del peligro que Bruce Willis está muerto en 'El sexto sentido', que Darth Vader es el padre de Luke Skywalker o que la madre de Norman Bates es él mismo con una peluca y un camisón?
Ante la falta de consenso, sólo nos quedaría ponernos en manos de la comunidad científica para que desarrolle una fórmula matemática que dictamine la fecha de caducidad de un plot twist. Si a esto sumamos un decreto ley que regule el uso de los spoilers e impida futuros disturbios —miedo me da llegar a la última temporada de 'La casa del dragón'—, puede que termine reinando la paz. Hasta entonces sólo queda temer paciencia y dejar el móvil aparcado de forma preventiva los días siguientes al estreno de turno.
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