Apenas unos años después de que la industria del cómic estadounidense instaurase el Comics Code, su propio código de autocensura, este ya era evidentemente anticuado. La prohibición de no poder usar monstruos de terror como vampiros y hombres lobo llevó a hacer pequeñas trampas para eludir las restricciones.
Entre esos monstruos nos encontramos con Morbius, el vampiro viviente, el villano de Spiderman creado por Roy Thomas y Gil Kane. Si bien poco antes de su debut en otoño de 1971 (The Amazing Spider-Man 101), el Comics Code ya empezó a abrir la mano en torno a la representación de ciertos seres, en Marvel diseñaron al monstruo como un "agujero legal" con garras y colmillos.
Pero antes de meternos con la creación del villano, de próximo debut cinematográfico, vamos a repasar algo simplificadamente (hay material para llenar libros enteros) de qué hablamos cuando hablamos de código de autocensura.
1954: el año que el cómic estadounidense cambió para siempre
La floreciente industria del cómic estadounidense se metió hace ochenta años en el ojo del huracán. Asociaciones de padres, agrupaciones cristianas y diversos grupos de presión empezaron a ver una relación entre la publicación de los cómics y un presunto despunte de la delincuencia juvenil.
El final de la segunda guerra mundial había traído consigo un desencanto general en el entretenimieno. Los superhéroes, responsables en cierta medida de levantar la moral de las tropas, parecían no poder hacer frente al desdén de los soldados que regresaban. El declive del género propició la proliferación de todo tipo de géneros, incluyendo el criminal.
Estos cómics de crímenes como 'Crime does not pay' y 'Crime SuspenStories' junto con los de terror ('Tales from the Crypt') fueron continuamente acusados de deteriorar la moral de sus lectores, volviéndoles unos brutos incivilizados.
No serían los únicos, en 'The Seduction of the Innocent', el Dr. Fredric Wertham iría a por los pocos supervivientes del cómic de superhéroes, centrándose entre otras cosas en la relación "malsana" entre Batman y Robin o el presunto fetichismo de Wonder Woman.
Lo que empezaron a ser cuatro voces discordantes se amplificaron en poco menos de un lustro en toda una alarma social que puso a los editores de cómics contra la pared con comparecencias ante el congreso de Estados Unidos incluídas.
Esto afectó a la distribución de los cómics y a sus ventas: los tenderos se negaban a vender cómics sin el sello e incluso algunos que estaban más dispuestos se temían las represalias, boicots o las denuncias a las autoridades locales que se daban a lo ancho del país.
Así, a mediados de los años cincuenta, la industria del cómic se vio ante la necesidad de sobrevivir, fundó la Comics Magazine Asociation of America y, desde ella, concibió el Comics Code. Este código garantizaba la "limpieza" del cómic gracias a una serie de restricciones que limitaba y anulaba todo aquello pernicioso para la moral.
Esto incluía ya no solo el sexo, el terror y la violencia, sino también el cómo se representaba a las autoridades (no podía haber actitudes irrespetuosas hacia ellas) o qué términos podían o no usar (no se podía usar, por ejemplo, la palabra terror en el título).
Si querían ser distribuidos por medios oficiales (que, claro, luego estaría el cómic underground), todo cómic publicado debería llevar en la portada el sello del Comics Code. Esto estaría en vigor en la mayor parte de editoriales hasta 2011, año en el que DC y Archie anunciaron que prescindirían de él al haberse quedado ampliamente obsoleto.
La instauración del Comics Code supuso todo un mazazo a la industria. Se calcula que cerraron decenas de editoriales (entre ellas la mítica EC) y que unos 900 profesionales del cómic jamás volvieron a trabajar para el medio después de la purga que supuso este episodio.
La revisión de los 70
Con la edad de plata de los superhéroes, Marvel y DC empezaron a notar la inflexibilidad del Comics Code para sus historias. Sería Stan Lee uno de los primeros en desafiar abiertamente esta autocensura al crear una historia sobre consumo de drogas en The Amazing Spider-Man.
En un ejemplo de paradoja, o de ser más papistas que el papa, la llamada "trilogía de las drogas" fue propuesta por el Departamento de salud de Estados Unidos para advertir a los jóvenes del peligro de estas sustancias. No pasó la censura y Stan Lee decidió que el cómic se publicaría sin el sello, con el consabido riesgo que ello suponía.
Este cómic se publicó en 1971, un año en el que la susodicha asociación empezó con una serie de revisiones del código. Pero todavía las cosas no estaban del todo claras. Sí que parecían levantar la mano en cuanto a la descripción de hechos criminales o de elementos de terror... pero no podía ser gratuito y siempre debía ser justificado o con antecedentes en "obras elevadas".
Esto incluía las criaturas, que deberían estar representadas en la "tradición clásica como Frankenstein, Dracula y otras obras de alto calibre literario escritas por Edgar Allan Poe, Saki, Conan Doyle y otros autores respetados cuyas obras son leídas en escuelas alrededor del mundo."
Morbius, el vampiro viviente
Sin embargo, los muertos vivientes y los no-muertos todavía no estaban demasiado bien vistos (los zombis como tal tardaron todavía un lustro en hacer presencia). Con la "ley" en la mano, Roy Thomas no podía usar un vampiro que no fuese tratado como Drácula (al que quería usar, pero Stan Lee no le dejó).
Así que lo diseñó de tal manera que no fuera un ser sobrenatural. La clave estaba en que no estaba muerto, sino que era un ser viviente. Morbius era un vampiro... pero no en realidad: era un científico que tras un experimento fallido para curar una rara condición sanguínea se había transformado en un ser pseudovampírico.
Si nos fijamos, no se rompieron mucho el coco. Es la creación de "primero de villano". Ese "experimento que sale mal" que tantos ha parido (a mí, personalmente, me recuerda mucho al origen del Lagarto).
Tras esos primeros números (encuadrados en la Saga de los seis brazos), Morbius alimentaría las páginas de títulos como 'Vampire Tales', revista de género de terror que, eso sí, se publicaba directamente sin el sello del Comics Code. Publicación que recuperaría algunas de las historias pre código. Poco a poco, el terror volvió a los cómics.
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