"Siempre ha sido mi actor favorito", recordó ayer mi madre cuando la confirmé su muerte. "Llegó a un punto que daba igual la película que fuese, si él estaba en el reparto sabías que era imposible que te aburriese", y mi madre hablaba de 'La gata sobre el tejado de zinc', con Elizabeth Taylor o 'El coloso en llamas'. Como recuerda Maruja Torres, guapo hasta morir, y era algo que le traía al fresco. Se sentía comprometido con la figura que representaba y actor, no un rostro bello, por eso mismo compró su contrato con Warner, se alejó de los estudios, y decidió interpretar y escoger sus papeles, como los grandes actores, aquellos que mejoraban con el paso de los años, ante todo independientes. Era un fenómeno en todos los campos, creó unas salsas de barbacoa que se hicieron tan famosas que fundó la empresa Newman's Own, cuyos beneficios, y los tenía, los dedicaba a la filantropía. Hasta era un gran piloto de carreras, con escudería propia y todo.
El color permitió descubrir la belleza que ya se le intuía en blanco y negro, y sus perennes ojos azules. Sin embargo el buscó el camino contrario. Los textos de Tennessee Williams le dieron fama hasta que en su vida se cruzó el personaje de Eddie Felson, y Robert Rossen, a quien tuvo que convencer para el papel, El gordo de Minnesota, y 'El buscavidas' (The Hustler). Y dejó al mundo con la boca abierta, porque en blanco y negro no podía engatusar con su belleza, no hacía de guapo, aunque no tenía que esforzarse para serlo, porque entre sus manos sabía que manejaba un personaje deslumbrante.
De 'El buscavidas' se recuerda sobre todo sus dos partidas con El gordo de Minnesota, exigiendo una réplica de nivel a Jackie Gleason, como a George C. Scott, o a Piper Laurie... Allí estaba a sus anchas, tenía un personaje por el que hubiera pagado, cambiar de registro, tener un Oscar que se llevó Maximilian Schell por 'Vencedores o vencidos' (Judgment at Nuremberg), el año de 'West Side Story', aunque la historia terminaría haciendo justicia a su buscavidas.
Cuando en este país había una única televisión, pública, en la época de Pilar Miró se hicieron cine clubes especiales a grandes actores o directores. Allí tuvo hueco el dedicado a Paul Newman. Muchos jóvenes cinéfilos descubrimos todos sus papeles, y nos rendimos a sus películas. Unos recuerdan 'La leyenda del indomable', yo en cambio quedé hipnotizado ante un espectáculo llamado 'El buscavidas', como mi madre hizo con La gata, como otros amigos lo hicieron con 'El largo y cálido verano' o 'Dulce pájaro de juventud', 'Harper, investigador privado', 'El juez de la horca', y los menos exigentes con 'El coloso en llamas', 'Dos hombres y un destino' o 'El golpe. La virtud de alguien tan grande que da para escoger, y además te pone en dificultades.
El espectáculo que crea en 'El buscavidas' es tan soberbio, que valgan de ejemplo, estas otras dos secuencias a sumar a la que encabeza esta entrada, que demuestran el control de la escena que tenía en esta película, merendándose a todos. Primero con ese arranque en el que juega con nosotros su papel para engatusar a los incáutos.
Siempre con la mesa de billar y una posible partida con un pringao al que ganar como contrario.
Hasta la explosión que supone el primer enfrentamiento con Jackie Gleason, que le pelea la autoría, que hace grande a Eddie Felson.
Scorsese, ante todo cinéfilo, quiso rendirle homenaje a Paul Newman, recuperando al Relámpago adulto con 'El color del dinero', que sirvió para reponer la injusticia producida en aquellos Oscars de 1961. Pero, por raro que parezca 'El buscavidas' no sería la primera película que saldría de la boca de aquellos que recuperasen títulos de Paul Newman, y eso es lo de menos, sinceramente. Él tenía claro quien le había dado todo.
Seguiría bordando personajes, mostrando sus oídos sordos a los cantos de sirena de Hollywood, alejado y a contracorriente, sólo siendo personaje público cuando el contexto de la época lo requería, como fue su no a la Guerra de Vietnam, su enfrentamiento con Nixon o la pérdida de un hijo. Ahora que ha muerto, hay que tener dos cojones para dejar de luchar y morir tranquilo junto a los suyos, fuera de los focos. Así se entendió, porque él se ganó ese respeto.
Resuenan de nuevo en mi cabeza, el tiempo presente del verbo empleado por mi madre, pese a que nos ha dejado, y la palabra favorito, porque eso tampoco dejará de serlo. Por eso es grande. Por eso es Paul Newman, para la historia del cine. Para mí, para él, siempre Eddie 'Relámpago' Felson.
Más información | El País
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