No voy a negar que el pasado dos de mayo no encajé del todo bien la sorprendente noticia de que Jordi Évole dejaría 'Salvados', uno de los buques insignia de la programación de La Sexta, después de once años al frente de un formato que ha ido creciendo —en calidad, audiencia y prestigio— y madurando junto al periodista.
Lejos quedan esos primeros compases, más gamberros y de una acidez sobradamente frontal, que nos brindaron especiales como 'Salvados por la campaña' o el polémico 'Salvados por la iglesia' y que abrieron paso a nuevas etapas, nuevos hitos y reconocimientos como tres merecidos Premios Ondas.
En su lugar, la sobriedad fue apoderándose de un 'Salvados' que, por otro lado, jamás perdió ese sello irreverente marcado por Évole, tal y como quedó claro en el magistral 'Operación Palace'. Un giro a un periodismo más severo que reabrió causas perdidas como el accidente del metro de Valencia de 2006, que influyó en el juicio del caso Nóos y que, en última instancia, terminó en la Santa Sede entrevistando al mismísimo Papa Francisco.
Grandes historias de andar por casa
Con estos precedentes, resulta especialmente chocante que la despedida de Jordi Évole del que ha sido su hogar televisivo durante la última década haya sido una vuelta a sus raíces que demuestra que el éxito no le ha hecho dejar de tener los pies en la Tierra, retornando —periodísticamente hablando— al barrio de Sant Ildefons después de hacer sus primeros pinitos junto a su padre y a un amigo de este cuando tan sólo tenía ocho años.
El resultado de este regreso a los inicios, que cierra un envidiable círculo personal y profesional, ha sido un 'Mi barrio' en el que la ternura más dulce y la dureza más amarga se dan la mano, dejando atrás a personalidades, grandes eventos mediáticos y relatos de grandes dimensiones para encoger el corazón a los espectadores con historias pequeñas. De esas de andar por casa. De las que puedes encontrar en cualquier rincón de "tu barrio".
Así pues, Évole nos invita a conocer las alegrías, los dramas, las fortunas y las tragedias personales de los vecinos más entrados en años de Sant Ildefons durante una hora en la que me fue imposible contener las emociones para transitar de la sonrisa cómplice a las lágrimas más sinceras conforme los testimonios se iban sucediendo en pantalla.
Con la larga sombra de la soledad de la tercera edad oscureciendo constantemente un metraje lleno de claroscuros, conocemos a una mujer diabética obligada a sobrellevar sola su enfermedad tras el fallecimiento de su marido, escuchamos los lamentos de una pareja nostálgica que echa de menos la treintena y de unas hermanas que creen haber desperdiciado su juventud, y compartimos la alegría de uno de los muchos churreros del barrio, humilde y orgulloso al mismo tiempo de que su hija sea doctora en pediatría.
Pero el gran momento de 'Mi barrio', y el instante en que decidí dedicarle estas líneas, vino de la mano de un vecino —casualmente Leonés, como un servidor— que, con un nudo en la garganta, explicaba con naturalidad a Jordi cómo su mujer, de la que afirma seguir enamorado después de todos los años que han pasado juntos y a la que cuida día a día, está perdiendo progresivamente la memoria.
Un pequeño gran drama más que, además de remover algo en mi interior, demostró que 'Mi barrio' es mucho más que costumbrismo concentrado en un broche de oro para 'Salvados'. 'Mi barrio' es una dosis de realidad rebosante de periodismo, corazón y de ese carácter reivindicativo marca de la casa, que no ha necesitado ser explícita en su voluntad política para remover conciencias.
Después de esto, tan sólo nos queda decirle al señor Évole aquello de "mucha suerte y gracias por todo".
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