1990. Charlie Brooker tenía diecinueve años cuando Richard Stanley debutaba en el largometraje con una película clave en el mundo de la inteligencia artificial rebelada contra la humanidad: 'Hardware: programado para matar'. Veintisiete años después de aquella sucia pesadilla cibernética, el creador de 'Black Mirror' recupera la esencia en el episodio que más y mejor reúne la amenaza violenta tecnológica que ha popularizado la serie.
Los perros de la posguerra (nuclear)
'Black Mirror' es género. Como tal, lo más habitual es quedarse en la ciencia ficción distópica llena de dispositivos móviles de súper generación futura. Pero, colegas, cuando tontea con el género de terror sin miramientos, algo que siempre hace desde la ciencia ficción, nos regala auténticas gemas.
Algunas de ellas como 'White Bear', 'Playtest' o incluso su (auto)referencial 'Black Museum', una jugada maestra que se adelantó a la jugada de Jordan Peele en su revisión de 'The Twilight Zone', son piezas de orfebrería que evaden la inquietud para llegar al horror más puro y primario.
Como en la película de Stanley, una de las pocas (si no la única) que entendió que la rebelión de las máquinas o el peligro de la inteligencia artificial como artífice de la extinción del ser humana no era únicamente cuestión de un cíborg cachas con problemas existenciales.
Y, ojo, que por aquí adoramos la película de Sergio Martino (con quien tenemos una entrevista pendiente), pero tras 'Terminator' o la película del director de la esperada 'Color Out of Space', casi nadie se preocupó por lo que había dentro del cíborg: solo importaba lo que había fuera.
'Cabeza de Metal' reúne todos los miedos del ser humano en una píldora de 47 minutos excesivamente cruel, visualmente impactante y con un trasfondo doblemente apocalíptico donde el final lo de menos es el fin del mundo: era una misión muy distinta.
De brujas, oscuras soledades y museos
'Cabeza de metal' no era más que el recordatorio: 'Black Mirror' puede aterrar de verdad, desde lo más profundo del instinto primario del ser humano. Tanto como los ajusticiamientos de un medievo vulgar o algún lugar sin terminar de civilizar del todo. 'White Bear', todavía de su etapa en Channel Four, fue el primero de los episodios "de terror" viscerales de la serie.
Además, como en el grueso de la serie, el episodio nos hacía reflexionar con un alucinante giro final que, además, era doble. Un juego de espejos donde el reflejo que apreciamos no nos gusta demasiado, porque nos retrata a todos. Una jugada maestra que nos devolvía a las cazas de brujas con una violencia y un odio que antes habíamos visto en otro prodigioso ejercicio de estilo de la mano del gran Narciso Ibáñez Serrador en su historia para no dormir, 'La sonrisa'.
El oso blanco era un soplo de aire fresco más que necesario para una serie que corría el peligro de perderse entre microchips para colocar en la sien del usuario y que nos trasladaba al horror de campiña que tan bien saben hacer sin esfuerzo. El método es infalible y ha estado presente en todas las temporadas y en la gran mayoría de episodios. Tal vez por eso la pereza se apodere de nosotros cada vez que se acerca una nueva temporada.
En su salto al mainstream streaming con el paso a Netflix, Brooker recordó sus buenos viejos tiempos al servicio de los videojuegos (algo que ha vuelto hacer en uno de los peores episodios de la serie recientemente) con 'Playtest', el capítulo oficial 100% de terror de 'Black Mirror'.
La realidad virtual, un clásico en la programación del show de Brooker, nos abría las puertas de una mansión de los horrores como la que todos hemos jugado alguna vez. El 'Alone in the Dark' de Brooker era un juego de excesos habituales y un tratamiento del género bastante más cinematográfico, situando el episodio entre cualquier antología de videojuegos clásicos y el terror asiático.
Por último pero no por ello menos importante, merece la pena recordar el cierre de la cuarta temporada. 'Black Museum' era una visita guiada entre los méritos de una serie que parecía no tener fin a la hora de encontrar buenas historias.
Penas de muerte, limbos virtuales y un tratamiento al terror racial muy cercano al que Jordan Peele (siempre presente) alumbró en su obra maestra 'Déjame salir', hicieron de este museo negro un broche inolvidable a una temporada con algún altibajo pero que acababa con una venganza de primera y una gran idea a evitar en el merchandising del futuro.
Es una lástima que en la última tanda de episodios de la serie no haya un hueco para el terror. Sus tres episodios no van más allá de una advertencia neoludita algo caducada, sorbe todo en su primer episodio, una sonrojante salida de armario que molesta en su tosquedad y simpleza, porque todo resulta demasiado previsible para ser 'Black Mirror'.
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