De entre todos los trabajos de la prolífica carrera del tristemente desaparecido Antonio Mercero, entre los que se encuentran filmes excelentes como 'Espérame en el cielo' o clásicos imperecederos de nuestra historia televisiva como pueden ser 'Verano azul' o, por supuesto, 'Farmacia de guardia', destaca una pequeña pieza que el realizador dirigió en 1972 a partir de un guión coescrito junto a Jose Luis Garci.
Esta no es otra que 'La cabina'; uno de los hitos del cine terror patrio cuya claustrofóbica y desasosegante brillantez fue celebrada dentro y fuera de nuestras fronteras, llegando a ser premiada con el Emmy al mejor programa de ficción en el año 73. Galardón con el que se premió no sólo su excelente ejecución y la magistral interpretación de Jose Luis López Vázquez, sino su inteligente y velado reflejo de la realidad de un país asfixiado bajo el yugo de una dictadura.
De este modo, la obra cumbre de Mercero transforma su casi paródica premisa —la idea nació durante una lluvia de ideas para dar forma a un sketch cómico— en una dura metáfora sobre la España franquista, cuyas alegorías y discurso, acertados y atemporales, podrían extrapolarse sin ningún tipo de problema a la situación sociopolítica actual.
'La cabina' como reflejo de la España franquista
Unos operarios de lo que parece ser una compañía telefónica instalan una cabina telefónica nueva, roja e impoluta en una plaza cualquiera de una ciudad cualquiera de la España de principios de los setenta. Una estructura de metal y cristal aparentemente inofensiva que terminará convirtiéndose en un improvisado ataúd para el anónimo protagonista de 'La cabina' y en un símbolo tangible de la opresión franquista sobre una parte del pueblo.
Los efectos de la represión de la dictadura
Si hay una sensación que prevalece sobre la inmensa mayoría del metraje de 'La cabina', incluso por encima del agobio y la claustrofobia, esa es la de aislamiento. Estar atrapado en ese féretro metálico silencia por completo al personaje de López Vázquez —de hecho, no volveremos a escucharle hablar después de que se despida de su hijo durante el primer acto del relato—, privándole de toda comunicación con el exterior.
Esto es tan sólo una de las muchas analogías presentes en 'La cabina' que relacionan su contenido con los efectos que una dictadura tiene sobre la sociedad. En este caso, se alude al poder censor de este tipo de regímenes, su capacidad para coartar —y anular— la libertad de expresión, para convertir a algunos miembros de la población en una suerte de parias cuya palabra carece de valor alguno y, en última instancia, para sesgar las vidas de quien atenten o pongan en duda sus intereses.
La cabina telefónica sobre la que pivota el filme se muestra férrea, irrompible e impenetrable por parte de un ciudadano de a pie que mercero representa a través de los pocos personajes que prestan su ayuda —infructuosamente— al protagonista: los trabajadores, el manitas y el hombre que pretende hacer una exhibición de fuerza. Individuos que destacan entre la masa que puebla la plaza atendiendo pasivamente al espectáculo y entregados al pan y al circo con los que el estado oculta sus atrocidades.
Una trampa selectiva
Los primeros compases de 'La cabina' sugieren que el destino de su protagonista tan sólo atiende al azar. No obstante, conforme avanza el relato, Mercero da pistas que invitan a pensar que las cabinas telefónicas no son más que trampas que capturan a individuos seleccionados con antelación; idea que se refuerza durante el traslado del protagónico a través de la ciudad, marcado por el mid point de la estructura narrativa de la película.
En esta parte del segundo acto de la narración, el protagónico observa como otra persona que se encuentra en el interior de una cabina telefónica idéntica a la suya consigue salir sin ningún tipo de problema para, más tarde, encontrarse con otro hombre en su misma situación; siendo transportado en una furgoneta exactamente igual y prisionero en otra estructura de las mismas características.
Resulta interesante recordar que no tenemos ningún tipo de background ni conocemos los antecedentes del personaje interpretado por López Vázquez, aunque, siguiendo la estela de la crítica sobre la dictadura, no resultaría descabellado que ambos presos —el protagónico y su homólogo— compartiesen nexos de unión ideológicos y contrarios al franquismo. Un ideario que les ha condenado —a diferencia del tercer hombre— y que podría revelar a las cabinas como herramientas de represión contra los enemigos del régimen.
La representación del estado
'La cabina' también ofrece una representación algo más frontal y directa de la actitud y competencia del estado a través de las fuerzas que aparecen durante la primera mitad de la cinta. Estas son la policía y el cuerpo de bomberos; cuyos miembros, además de incompetentes, se muestran desafiantes y déspotas tanto con el hombre atrapado como con las personas que se agolpan en la plaza disfrutando de la función.
Además de estos, se encuentran los operarios de la supuesta compañía telefónica; uniformados con una vestimenta verdosa que apunta a un paralelismo con instituciones como el ejército o, incluso, la Guardia Civil Española. La mano ejecutora de la represión que captura al opositor y acaba con su vida tras un largo camino hacia un cementerio de sinrazón. Una especie de fosa común industrializada. Otra de esas cunetas dejadas de la mano de Dios a la que únicamente se llega después de recorrer los rincones más deteriorados del país.
Ampliando las miras
Junto a la visión "interna" que da 'La cabina' del problema franquista, el filme de Antonio Mercero también se aproxima a la misma temática desde una perspectiva más amplia que abarcaría a todo el continente europeo. Así, la cabina telefónica y su malogrado ocupante serían una representación de la España de la dictadura, transformando la plaza y a sus ocupantes en el resto de naciones que presenciaron con pasividad como un régimen totalitario dominó durante décadas a un país vecino.
'La cabina' como reflejo de nuestro tiempo
Cuarenta y seis años después de su estreno, esta maravilla firmada por Antonio Mercero continúa siendo tan ácida, mordaz y crítica como el primer día; pudiéndose adaptar a la perfección su discurso y analogías a los tiempos que corren.
Por un lado, 'La cabina', tristemente, mantiene prácticamente intacta su reivindicación política al vernos sumidos en un escenario en el que la libertad de expresión se está viendo duramente coartada. Esta lectura podría transformar al personaje de López Vázquez en el rapero o el tuitero de turno cuyas letras o mensajes condensados en 280 caracteres irritan particularmente a un estado que ha hecho suyo el poder legislativo, condenando estas conductas con herramientas como la ley mordaza —nueva identidad para la cabina telefónica—.
Junto a esta idea, el mediometraje proyecta con un sorprendente acierto los comportamientos de la sociedad en la era del smartphone y las redes sociales. La del espectador carente de empatía que, frente a la tragedia, opta por sacar su teléfono móvil y grabar sin intención alguna de intervenir. La del individuo atrapado en una burbuja de redes sociales que, aunque debería ayudarle a proyectar su voz y comunicarse con el resto del planeta —al igual que una cabina—, tan sólo le enmudece y le priva de una interacción "real", reduciéndole a un avatar y, casi, a la nada.
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