Bucear en el confuso mundo de las divisiones entre géneros da pie a discusiones que a menudo no llevan a ninguna parte. Las discusiones sobre cine, siempre relativizadas por los gustos personales, pisan terreno especialmente resbaladizo con los géneros, que parecen disfrutar entremezclándose, difuminando sus límites y apareándose para dar pie a retoños aparentemente contranatura y que a veces funcionan precisamente por lo chocante de sus propuestas.
De hecho, los géneros son materia tan neblinosa que es complicado encontrar ejemplos puros. ¿Es 'Star Wars' ciencia-ficción pura? No, tiene elementos de aventura clásica y fantasía heroica. ¿Es 'La Matanza de Texas' terror puro? No, tiene elementos de sátira -¿no te lo crees? solo hubo que apretarle las tuercas un poco para que se convirtiera en una comedia en su segunda parte-. ¿Es 'Cantando bajo la lluvia' un musical? Claro, pero también una comedia y, por qué no, con elementos dramáticos.
Busca la película de género más absoluta que se te ocurra y tendrá elementos de otros estilos. Podríamos irnos a los clásicos, diferenciar solo lírica, épica y dramática, los grandes géneros de los que parten todos los demás, pero aparte de que no tiene sentido hacer eso en un medio culturalmente bastardo por definición como es el cine, pura materia de sueños pop, tampoco nos iba a arreglar nada. Al fin y al cabo, qué más da.
La cuestión es que es saludable y deseable que los géneros sean así de confusos. A menudo, es lo que da personalidad a una película. Por ejemplo, no hay más que revisar una de las épocas más creativas y fructíferas del cine fantástico mainstream, los primeros años ochenta: películas como 'Gremlins' o 'Un hombre lobo americano en Londres', incluso 'Indiana Jones en el templo maldito' se solazaban en una excitante e incllasificable tierra de nadie. ¿Terror? ¿Comedia? ¿Aventuras? ¿Todo eso junto y nada de eso a la vez? Lo que las ha convertido en míticas es precisamente esa indefinición.
Precisamente porque esa falta de voluntad a la hora de encasillarse es lo que las convierte en clásicos... ¿qué sentido tiene que nosotros lleguemos con la camisa de fuerza no ya de las etiquetas, sino de la reacción subjetiva que esos géneros provocan en el espectador? ¿Qué sentido tiene exigir a una comedia que haga reír cuando ni siquiera podemos tener del todo claro qué es una comedia? ¿Por qué obligar a una película de terror a que dé miedo cuando está comprobado que unas gotas de humor, de drama metafísico o de angustia teen pueden dotar a una película común del género en una joyita de profundidad inesperada?
No te rías que es peor, o no
Pero es que además, entramos aquí en el tortuoso mundo de las reacciones fisiológicas a las películas, que ya solo ponerlo sobre la mesa nos mete en un laberinto teórico considerable. Pero adentrémonos, que es a lo que hemos venido, teniendo en cuenta además todas las veces que se puede oir "A mí solo me hizo reir al final" (llevaba la cuenta) o "Solo me tuve que tapar los ojos en dos ocasiones" (puntuar las películas de terror de dos maneras: con estrellitas y con espasmos musculares).
Y decimos que todo esto es absurdo porque las reacciones físicas no catalogan nada: en mi caso particular, sin ir más lejos, me hace reir a carcajadas únicamente la comedia física, sobre todo si hay implicado algún gag en el que haya implicado dolor físico. Mi reacción no es murmurar un "Uf" o "Ayay", sino reir a mandíbula batiente. Por eso, a menudo disfruto las comedias con gags visuales y el cine de artes marciales bajo una perspectiva similar. Sería ridículo convertir esa reacción física tan particular en una vara de medir universal.
Del mismo modo, nunca cierro los ojos con el cine de terror. La violencia y la monstruosidad en pantalla me atraen, y más que apartar la vista hago todo lo contrario: se me dilatan las pupilas. Es decir, la reacción diametralmente opuesta a la de muchos otros espectadores (a los que el cine de miedo les gusta tanto como a mí). Pero si son reacciones opuestas... ¿cómo convertirlo en un canon de nada?
Y así con todo. Nunca lloro con los dramas, como creo que le pasa a tanta gente. ¿Realmente hay quien cree que un drama que hace llorar es mejor que otro que, simplemente, emociona sin lágrimas? ¿Eso quiere decir que el único cinematográfico que me hace llorar, el clímax de 'Dentro del laberinto', convierte a la (por otra parte, magnífica) película de Jim Henson en el mejor drama de la historia? Tengo los gustos desnortados, pero solo hasta cierto punto.
Pero ni siquiera estoy exagerando para llevarme el debate a mi terreno. Alguien podrá decir: de acuerdo, llorar no, pero sí emocionarse, ¿no? O... no hacen falta carcajadas estentóreas, pero una buena comedia tendrá que hacerte sonreir... aunque sea por dentro. Y una película de terror, de igual modo, no tendrá que obligar al espectador a refugiarse bajo la silla, pero al menos sí que pase un mal rato, dependiendo de lo aprensivo que sea cada cual. Por lo menos, ¿no?
Bueno, no. En realidad, una buena comedia no tiene por qué hacer reír, una buena película de terror no tiene por qué dar miedo, y volvemos al arranque. Por ejemplo, hay que tener en cuenta el contexto: es poco probable que una comedia de humor sofisticado y que trata temas que no nos afectan personalmente en el día a día, como 'Ser o no ser', de Lubitsch, nos haga hoy reír a carcajadas. Y sin embargo, todos podemos coincidir en que es una comedia grandiosa. Del mismo modo, una película muda de terror, con su ingenuidad pasada de moda, su obligada ausencia de elementos excesivos y sus efectos especiales rudimentarios, no puede provocar la inquietud de una película actual... pero 'Nosferatu' es una película de terror inolvidable.
Pero si Lubitsch no hace reir a carcajadas (aunque más de un gag de franca risotada te encuentres) y 'Nosferatu' no nos provoca pesadillas (salvo, en efecto, ese plano), ¿por qué las consideramos grandes películas de sus géneros? ¿Acaso las tratamos con condescendencia? ¿Acaso nos referimos a ellas con un "no son buenas, pero como son viejas, hay que aguantarlas", como si hubieran perdido el oremus?
No: son películas genuinamente extraordinarias, pero sus virtudes residen en otros aspectos, y que trascienden más allá de la época. Las interpretaciones, los códigos universales de sentimientos, situaciones, la empatía general del espectador hacia los personajes, que no entiende de coyunturas. Y por encima de todo, cómo juguetean con la anticipación a esa risa, esa carcajada o ese llanto, que puede llegar o no.
Las películas funcionan con códigos que conocemos y reconocemos. En los carteles y los trailers, en la misma tipografía del título, antes de ver la película, preparándonos para el espectáculo, vemos al monstruo en penumbra, o una situación disparatada, o una pareja achuchándose. Las primeras notas de la banda sonora son unos violines chirriando o una fanfarria que predice el tartazo. Muchos de los personajes secundarios y de las situaciones codificadas y tópicas, son pistas que nos dicen: te vas a reir, vas a pasar miedo, vas a llorar, te vas a emocionar en uno u otro sentido.
Da igual que esa sensación llegue o no. Da igual que estallemos en carcajadas o que nos acurruquemos bajo el sillón orejero: la película transmite unas vibraciones, y es el jugueteo con esas vibraciones lo que la convierte en especial, y su habilidad para hacerlo lo que le da calidad. Cómo las traiciona, como las obedece, como las imita para luego subvertirlas. Los Hermanos Marx pisando el acelerador del tempo humorístico, las películas de la Hammer arrancando con un plano del castillo de Drácula en un mar de niebla, los personajes de Casablanca comportándose exactamente como se supone que tienen que comportarse... o todo lo contrario.
La película consigue, a partir de esas expectativas que la cultura pop y el consumo de cientos, miles, millones de películas ha hecho con nuestra cabeza, no que lloremos o nos ríamos o nos dé un patatús -eso es lo de menos-, sino que abracemos esos códigos narrativos y sensoriales buscando esas sensaciones, más que consiguiéndolas. Luego será decisión de los responsables de la película traicionar esas espectativas o brindar por ellas, esquivarlas u homenajearlas. Los códigos del género, o más bien lo que esperamos de ellos, son hojas en blanco de una libreta. Pero, aún con el contenido en blanco, ya sabemos qué pone en la portada.
Los géneros de las obras de ficción no deberían ser cárceles emocionales. Entrégate a la sorpresa que supone emocionarte con una película de terror como si fuera un drama romántico, o riéndote con un chiste perfecto en medio de una tragedia épica. Olvídate de reglas, que en el día a día ya padeces suficientes: aquí hemos venido a llorar, a reir y a pasar miedo. O a nada de eso.
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