Durante años, la comedia romántica ha sido un valioso comodín para los estudios. Un género formulario, fácil de producir, que podía convertirse fácilmente en un éxito si contaba con la estrella adecuada o caía en gracia de un público capaz de rebajar su exigencia en pos de pasarlo bien. Pero el propio concepto ha variado con los años y sigue, hoy en día gracias a Netflix, en constante evolución.
La comedia romántica tradicional es un género formal prestigioso cuyas características ya se identifican en 'Sueño de una noche de verano', una de las obras teatrales más conocidas de William Shakespeare. En el cine, las historias de chico conoce chica, chico se enamora y chico pasa por divertidas dificultades para que, al final, la pareja coma perdices bajo el atardecer, ya eran populares incluso en la época muda. Y no es de extrañar.
Siendo el amor una de las pasiones principales en el ser humano, es natural que todo tipo de artistas hayan intentado tratar, con un sentido del humor más o menos acertado, cómo es esa locura de intentar encajar con alguien que a duras penas conoces.
Directores prestigiosos como William Wyler ('Vacaciones en Roma'), Howard Hawks ('Luna nueva'), Billy Wilder ('El apartamento') o Woody Allen ('Manhattan') han firmado algunas de las cintas más interesantes y graciosas sobre la atracción amorosa. Sin embargo, cuando la mayoría de espectadores piensan en rom-coms imagina otra serie de cintas, más actuales y, por desgracia, menos prestigiosas.
El nacimiento de la comedia romántica moderna, con sus tropos, clichés y situaciones problemáticas, puede rastrearse hasta mediados de la década de los ochenta, justo cuando las superproducciones ocupaban la mayoría de los recursos humanos y materiales en Warner Bros., 20th Century Fox y Paramount Pictures.
Las rentables "chick flicks"
Mientras las hermanas mayores se centraban en la acción, la ciencia ficción y en las “cintas oscarizables” las filiales pequeñas de los grandes estudios, con el músculo suficiente para mover las cintas a escala global y atraer a intérpretes reconocibles, se especializaron en completar los calendarios de estrenos con cintas modestas aunque efectivas.
El secreto del éxito de masas de estas comedias ligeras no estaba tan ligado a la calidad de la producción (que, evidentemente, variaba según el caso) sino al marketing. La clave se encontraba en el cambio de target que convirtió las comedias románticas de antaño en lo que con desprecio se definía como chick flicks, o "películas para mujeres", que en muchas ocasiones, estaban pensadas, escritas o protagonizadas por estas.
Mientras que la crítica del momento —mayoritariamente masculina y blanca— pasaba por alto películas como 'Dirty Dancing', 'Armas de mujer’ o 'Pretty Woman', las mujeres del momento abarrotaban los cines para ver películas que, bajo el manto del amor romántico y, en ocasiones tóxico, tenía espacio para hablar de muchas de sus preocupaciones del día a día.
Gracias al género, pudimos ver en pantalla las dificultades de la conciliación laboral y familiar, dinámicas sexistas en la oficina e incluso una representación más o menos fiel de la amistad entre mujeres.
Las rom-coms fueron durante mucho tiempo la única forma de representación constante (junto con las princesas Disney) que el 50% de la población tenía en la gran pantalla. Sin embargo, tras veinte años sumando éxitos en cine y en televisión el género se encuentra en plena decadencia, incapaz de atraer a las salas a un público antaño incondicional. Pero el género no ha muerto...
Érase una vez una princesa trabajadora
Fue durante el boom de las agencias de publicidad de los años 60 y 70 cuando se descubrieron los beneficios de dirigir los anuncios hacia un target determinado. Hasta el momento, y de manera no oficial, los productos estaban pensados o para el consumo hogareño y familiar, o directamente para los hombres ya que, a fin de cuentas, ellos eran los únicos que podían permitirse gastar dinero en sí mismos.
Los diversos movimientos feministas no solo consiguieron reducir un poco las diferencias entre géneros sino que mostraron a los creativos atentos que había un 50% de la población que aún no habían intentado explotar. Cuando llegaron los 80, las mujeres abarrotaron el mercado laboral. Aunque en las familias obreras casi siempre habían trabajado ambos, lo habitual era que las mujeres acomodadas dejaran el trabajo y los estudios al contraer matrimonio.
Con la nueva ola feminista, las mujeres no solo pudieron seguir trabajando, sino que gracias al cambio social, se les permitió acceder a puestos relativamente mejor pagados y a tener, por tanto, dinero para gastar. En un época en las que las mujeres ya no necesitaban que un hombre les comprara ropa, las invitara a cenar o las llevara al cine, las productoras decidieron dedicar esfuerzos a sacar algunas propuestas pensadas directamente para un target femenino.
Para crearlas, recurrieron a un género que funcionaba por igual en hombres y mujeres, la comedia de situación con tintes románticos, y lo dividieron entonces en dos: por un lado, nació la comedia gamberra e irreverente, con un humor basado en el de las publicaciones satíricas tradicionalmente masculinas como National Lampoon y, por otro lado, las comedias románticas modernas.
Para ser aún más atractivas para su público, las rom-coms ochenteras dieron la vuelta a la presentación y arquetipos de los personajes. Hasta el momento, la mayoría de comedias románticas pretendía que el público se identificara con un protagonista masculino cercano aunque encantadoramente imperfecto, a la vez que se enamoraba de una preciosa coprotagonista que destilaba a partes iguales picardía y candor.
Incluso cuando las mujeres ocupaban la parte central del póster, como en el caso de Sabrina o Annie Hall, seguían siendo representaciones idealizadas escritas por un hombre, mientras que sus compañeros se llevaban casi toda la humanidad. El cambio de paradigma vino al ritmo de complejos pasos de baile.
La aplicada estudiante de clase alta Baby Houseman fue una de las primeras protagonistas femeninas en comedia pensada para ser creíble. La encargada de interpretarla era Jennifer Grey, una actriz guapa pero, a la vez, totalmente alejada de las diosas cinematográficas que normalmente se identificaban como interés amoroso.
Su personaje en 'Dirty Dancing' no se definía por características tradicionalmente femeninas como la inocencia, la dulzura o la sensibilidad, ni se conformaba con dar réplicas mordaces que subrayaran la inteligencia de su coprotagonista. Baby era idealista, leal y trabajadora, muy lejos de la perfección que representaba Johnny, el personaje de Patrick Swayze muy pensado para enamorar.
Sin embargo, y aunque Grey fue de las primeras, la actriz que se especializó en interpretar a protagonistas femeninas creíbles, con las que el público femenino pudiera conectar, no fue otra que Julia Roberts, la reina indiscutible de la comedia romántica noventera. A pesar de su innegable atractivo, Roberts supo mantener una imagen no objetivizada, pensada al milímetro para despertar la admiración de sus iguales.
Resulta fácil reflejarse en la simpatía de Roberts y disculpar su errores, incluso su egoísmo, en películas como 'La boda de mi mejor amigo'. Durante los 90 las mujeres querían ser Julia Roberts. Querían sus piernas, su sonrisa y codearse con la gran mayoría de sus coprotagonistas.
Y tras la estela de Roberts, surgieron otras intérpretes, como Meg Ryan, Sandra Bullock y Sarah Jessica Parker, que supieron sacar partido de su influencia convirtiéndose en iconos de estilo.
El cambio de milenio trajo consigo un cambio en estas protagonistas. Abanderadas por Bridget Jones, las heroínas de las rom-coms se volvieron más deslenguadas y atrevidas. Sin embargo, intentando tomar el siguiente paso para acercarse a las mujeres, el género terminó por perder a su base, a la parte más fiel de su audiencia.
Las fantasías no llevan las bragas de tu abuela
La decadencia de la comedia romántica se inició con unas bragas de abuela. Sí, Bridget Jones, la adaptación cinematográfica de la novela de Helen Fielding funcionó tan bien en pantalla como había funcionado en papel.
El éxito rotundo de este trasunto de 'Orgullo y Prejuicio' abrió la puerta a un estilo de comedias románticas que se inspiraban, especialmente en el grueso de los chistes, en lo que ya funcionaba en la comedia macarra de los 90 y 2000. Desandando el camino, las rom-coms querían dejar de ser simplemente chick flicks para volver a gustar a todos.
Las herederas directas de Bridget Jones son las damas de honor maleducadas de 'La boda de mi mejor amiga' o las cantantes a capela de 'Dando la nota' ('Pitch Perfect') y sus secuelas, películas que, a pesar del éxito cosechado, no han quedado en la memoria de los fans del género de la misma manera que lo han hecho clásicos actuales como 'Love Actually'.
Estas nuevas comedias románticas, en pos de una supuesta representación realista, dejaron a un lado la necesidad de crear un oasis. De funcionar como una fantasía aspiracional en donde podías verte como una mujer todoterreno que no tiene problema alguno en recorrer Nueva York subida en unos tacones de aguja.
Por si fuera poco, las nuevas sensibilidades que los recién llegados millennials empezaron a introducir en la crítica cinematográfica pusieron de relieve problemas que siempre habían estado ahí pero que nos habíamos empeñado en ignorar. Gracias al feminismo, pudimos empezar a señalar el mensaje tóxico y dependiente que estas cintas daban del amor.
Debido a la perspectiva racial, comenzamos a notar que la totalidad de los protagonistas conformaba un lienzo demasiado blanco y, con los análisis de la comunidad LGBT, pudimos denunciar los tropos —como el de mejor amigo gay— que se repetían una y otra vez en las cintas.
La clave de la decadencia de la rom-com noventera se basa en que quiso evolucionar y no supo cómo. En vez de analizar el inesperado éxito de rarezas como 'Mi gran boda griega' —que basa su humor en la diversidad y las diferencias culturales— prefirió intentar abrirse a otro público, explorando una supuesta revolución sexual que le ha llevado, ya en 2019, a pensar que innovar es usar Tinder en sus premisas. Y poco más.
Cuando Netflix hace los deberes
Que las comedias románticas de Netflix arrasan no es ningún secreto. Los títulos más sonados han sido vistos por más de 80 millones de suscriptores en todo el mundo, en ocasiones de manera repetida. Pero por mucho que sorprenda a analistas, productores y críticos, el éxito de estas películas no ha sido casual sino que es la consecuencia de un trabajo muy bien hecho.
Aunque el interés de Netflix por el género ya comenzó a dejarse ver durante 2016 y 2017 (especialmente durante la época navideña) fue en 2018, concretamente en verano, cuando se hizo verdaderamente patente.
Con el lanzamiento de ‘A todos los chicos de los que me enamoré’, ‘Sierra Burgess es una perdedora’, ‘The Kissing Booth’ y ‘Set It Up: El plan imperfecto’ la compañía de video bajo demanda demostró que había asimilado las cuatro patas sobre las que se sostiene el éxito de las rom-coms y que era capaz de adaptarlo para seducir a una nueva audiencia.
A diferencia de ‘Half Magic’ o ‘La gran enfermedad del amor’, las comedias de Netflix no se han olvidado de que por delante de la originalidad de las tramas se encuentra la necesidad de crear una fantasía. Un universo agradable en el que perderse del mismo estilo que el que las películas de superhéroes conforman para otro sector del público.
Por primera vez, no solo el público sino también la crítica parece ser consciente de la importancia de la evasión. “Lo que más he disfrutado en ‘Set It Up’ es lo bien que me ha hecho sentir”, comentaba en su crítica para el Washington Post Bethonie Butler. Refería razones similares para justificar su entusiasmo por ‘A todos los chicos de lo que me enamoré’, cinta que William Hughes, en AV Club, alababa destacando “el placer de ver a dos personas atractivas enamorarse”.
Pero a la hora de crear este oasis se debe tener muy presente la necesidad de conformar protagonistas cercanas y de presentarlas en un contexto reconocible, con unos problemas similares a los de su audiencia. Si en los 90 bastaba con mostrar a mujeres modernas en un ámbito laboral, las preocupaciones de esta década parecen haber cambiado hacia la búsqueda de estabilidad financiera, los autocuidados y la amistad.
Y si estos temas aparecen on screen es porque se ha dado uno mucho mayor detrás de las cámaras. Mientras que en los 80 y 90 la mayoría de comedias románticas estaban escritas y dirigidas por hombres, la cantera de creadores de Netflix incluye a directoras que están haciéndose un nombre en la cadena como Claire Scanlon, Susan Johnson o Jennifer Kaytin Robinson, y guionistas y escritoras como Lindsey Beer, Jenny Han o Beth Reekles, que añaden su propia perspectiva vital a su obra.
No debemos olvidar tampoco que el hecho de que las comedias románticas de Netflix se sientan actuales se debe también a la apertura a una diversidad que ha traído mucha frescura al género. La acogida masiva que tuvo ‘Locamente millonarios’ viene establecida por los mismos parámetros que encontramos en ‘A todos los chicos de los que me enamoré’: una heroína racializada y una historia en la cual el trasfondo cultural de los personajes los hace más interesantes y humanos.
Pero además de diversidad racial, las rom-coms de Netflix intentan destacar (con más o menos éxito) a través de cuerpos no normativos, como el de Rebel Wilson, protagonista de ‘¿No es romántico?’ y el de Shannon Purser, actriz principal en ‘Sierra Burgess es una perdedora’.
En el horizonte cercano, Netflix seguirá haciendo de la diversidad la marca de la casa. La primera comedia romántica de la cadena centrada en una pareja de lesbianas acaba de entrar en fase de producción y todo apunta a que la veremos antes de que acabe este mismo año.
Sin embargo, a pesar de que Netflix dio en el clavo con la inclusión de diversidad, con la actualización en la representación de las protagonistas y con el equilibrio justo en el tono de la fantasía, nadie pudo anticipar dónde encontraría Netflix la cuarta pata en la que asentar su género estrella. Mientras todos mirábamos qué es lo que hacía bien el cine, los ejecutivos de la plataforma se centraban en pantallas mucho más pequeñas: las de las televisiones permanentemente sintonizadas en los canales de Hallmark y Lifetime.
Hallmark Movies & Mysteries y Lifetime Movies son dos canales por cable norteamericanos que a lo largo de los años se han especializado en producir masivamente películas de bajo presupuesto, dirigidas mayoritariamente a un público femenino.
En España, las películas de Hallmark y Lifetime serían catalogadas como "películas de sobremesa" y estarían condenadas a emitirse los fines de semana, después de las noticias en Antena 3. En su país de origen tampoco tienen mejor prensa. Las comedias y los melodramas de ambas cadenas se consideran de segunda categoría aunque esto no les supone ningún problema.
Si por algo se definen estos canales es por saber exactamente qué es lo que quiere su público. Muchas de las nuevas comedias románticas de Netflix, especialmente las producidas para navidad, tienen el sello característico de ambas las cadenas y parece ser precisamente eso lo que ha despertado el interés de los suscriptores de la plataforma de streaming.
Títulos como ‘Un príncipe por navidad’ y su secuela 'La boda real’, no solo comparten los valores de producción de las películas de Hallmark sino que copian premisas que ya han sido trabajadas por ellos de la misma forma que lo hacen ‘Cambio de princesas’, ‘El calendario de navidad’ o ‘Tarjeta de navidad’. Netflix ha cogido los mismos argumentos inverosímiles y noños y, para alegría de muchos, ha logrado hacerlos cool al ponerles su sello.
Con la tercera parte de ‘Un príncipe por navidad’ ya en camino (por supuesto, ahora se centrará en el nacimiento del heredero), Netflix ha confirmado que no le importa lo que piense la crítica. La cadena se debe a sus subscriptores y estos parecen caer rendidos ante estas pequeñas y, en el mejor sentido, ridículas historias.
La comedia romántica nunca lo ha tenido fácil. Su crecimiento ha ido siempre a la contra de unos críticos que la despreciaban y de unos productores que siempre han considerado el género como menor. Pero la incorporación de mujeres detrás de las cámaras y el reconocimiento del target femenino como un nicho que explotar, dibujan un futuro repleto de títulos interesantes para sus seguidores.
Puede ser que Netflix se haya llevado la comedia romántica actual a su terreno pero su fórmula no tiene secretos. Solo queda que los estudios levanten la vista de los superhéroes.
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