El estreno de la secuela (o reboot) de ‘Candyman’ (1992) dirigida por Nia DaCosta ha sido un éxito moderado para Universal que ha atraído una nueva atención al original, un hito del cine de terror que siempre se ha movido en un terreno difuso entre el slasher sobrenatural y la tradición de monstruos clásicos de la propia productora, nada extraño siendo una adaptación del siempre escurridizo Clive Barker, cuya obra es siempre elástica y caleidoscópica.
No hay muchas películas que igualen a su material original, pero el film de Bernard Rose es uno de esos raros ejemplos que incluso lo logra superar. El relato original, ‘Lo prohibido’ (The Forbidden), carece de muchos elementos que la adaptación inventa, creando su propia historia de fondo y agregando temas complejos manteniendo la misma llama central. Lo interesante es cómo la nueva visión se separa aún más del texto y se adhiere a los elementos añadidos en la traslación de los 90.
En la película, las estudiantes de posgrado Helen Lyle (Virginia Madsen) y Bernadette Walsh (Kasi Lemmons) se topan con una leyenda urbana cuando persiguen el mito de Candyman en los guetos de viviendas protegidas de Cabrini Green de Chicago. Helen se convierte en un objeto de interés para Candyman (Tony Todd) cuando su investigación empieza a amenazar con desacreditar su influencia, por lo que se dedica a desmantelar su vida con su poder sobrenatural. Una historia siempre al filo de la consciencia que juega con conceptos bastante abstractos.
Macedonia de leyendas urbanas reales
El texto original está dentro al completo, incluso hay diálogos que se conservaron sin apenas cambios en el guion de la película, sin embargo, aquel era menos abiertamente sobre Candyman y más sobre el culto que lo rodea, casi como una historia clásica de fantasmas, con mucho misterio y un tono similar a la primera mitad del film de Rose. Aquí es donde se macera la reflexión sobre cómo las leyendas urbanas mutan con el tiempo, tratando de entender por qué la gente empieza a contar esas historias turbias, dando rienda suelta a nuestros pensamientos más oscuros.
Si bien en el cuento su nombre deriva del aroma dulzón que presagia su llegada, tiene un gancho por mano y las abejas han anidado en su caja torácica, mucho de lo que vemos en pantalla se creó específicamente en el guion adaptado. Siguiendo con la idea de combinar leyendas urbanas reales surge su motivación, origen e incluso el ritual de convocatoria de repetir su nombre en el espejo cinco veces, que aparece en la historia oral de Bloody Mary.
El icónico garfio del villano aparece en ‘El gancho’, sobre un paciente escapado de una institución mental que asalta a parejas adolescentes desprevenidas. La idea del asesino en serie que secuestra a niños recuerda a Homey el payaso de Chicago, un presunto secuestrador que conducía una camioneta y atraía a los niños ofreciéndoles caramelos –a la que la nueva versión da la vuelta aún más–, y también hay notas del caso de Andre Rand, que se cree que pudo originar la leyenda urbana de Cropsey.
Tragedias urbanas y el miedo como factor de conexión de comunidad
Y fuera de la descripción del mito, la película toma otras influencias de casos reales como el crimen ocurrido en las casas de Grace Abbott Homes de Chicago a finales de los 80, el asesinato de Ruth Mae McCoy, por un par de ladrones que entraron a su casa por el espejo del baño. La historia fue expuesta por el periodista Steve Bogira en un conocido artículo titulado ‘Entraron por el espejo del baño’ (1987), en donde se ponía de relevancia la negligencia social e incompetencia policial del incidente. Queda a la vista que la historia fascinó a Rose, creando toda una secuencia alrededor de la idea de espejos comunicantes.
Desde prólogo que resume la leyenda en boca de un adolescente (donde no falta la figura recurrente en las leyendas de la niñera) a la integración final de la protagonista, hay un tratamiento moderno del terror que influenciará hasta la saga ‘The Ring’. ‘Candyman’ formula la tragedia de una mujer no del todo malintencionada tragada por un lugar abandonado durante mucho tiempo por la sociedad, pero la omnipresencia del mito urbano muestra como el folclore ha evolucionado en una fuente capaz de unir a comunidad en el cada vez más disperso mundo moderno.
El miedo combinado con el abandono y la insensibilidad racial convierten el gueto en un caldo de cultivo para historias con aviso moral que perduran con el tiempo, y la perspectiva de Bernard Rose interactúa con la gentrificación, tomando así algunos temas del relato. Y, como si fuera un vecino más del barrio, embellece la historia con nuevas ideas, subtramas, cambiando la acción de Liverpool a Chicago, y reformulando al villano titular con una historia completamente nueva que está precisamente marcada por el hálito cultural de los suburbios.
Una perspectiva racial inédita en la cultura
Y es que, el cambio más significativo en la transición de la página al fotograma es que Candyman es negro. La división de clases es un tema medular de ‘Lo prohibido’, los residentes de Spector Street no se identifican con origen africano como los de Cabrini Green pero es un distrito metropolitano pobre, descuidado por el gobierno y la policía, por lo que no es difícil imaginar que en Reino Unido un lugar así esté segregado o con fuerte población de distintas etnias. Parecía un paso natural al adaptarlo a Estados Unidos.
Por eso, la icónica historia de origen que surge de la pluma de Rose puede recoger un relato casi arquetípico de amor interracial y linchamiento, que no era demasiado común en películas de terror. Así, conocemos la historia de Danielle Robitaille, un talentoso pintor que se enamora de la cliente, blanca, de uno de sus retratos, lo que lleva a su ejecución a manos de una multitud. Esta historia se nos cuenta, ojo, por un erudito blanco y burgués, con la clásica misoginia paternalista y autoritaria de los viejos catedráticos.
En su relato, aprendemos que Robitaille caminó por la línea entre la riqueza y la pobreza, un hijo de esclavos que pudo convertirse en un refinado retratista de renombre. Cuando se acomoda en la aristocracia a la que se había acostumbrado es cuando esta se vuelve contra él con violencia: cortan su mano derecha, y untaron su cuerpo desnudo con miel de un panal con cientos de abejas enfadadas, en su época, un manjar del que solo disfrutan la clases más ricas, un elemento simbólico que sorprende que no se haya reexaminado en la nueva versión.
La tradición oral del cuento de advertencia noire
La tragedia de Robitaille encierra el mismo espíritu de advertencia que se encuentra en muchos cuentos populares afroamericanos tradicionales, exponiendo un lado más oscuro de la era de las plantaciones en Estados Unidos que a menudo se romantizaban en la cultura popular (blanca), pero que en realidad esconden lecciones de supervivencia. No hay demasiada diferencia entre la historia de Candyman y muchos linchamientos por lo que es tan convincente, como lógica para el reflejo de una leyenda urbana natural.
Muchos cuestionan que el cine de Jordan Peele tenga ese fondo de miedo al blanco, pero en realidad en sus películas extiende el fondo de los relatos populares afroamericanos, con fuerte conexión con autores que van desde Charles W. Chesnutt a Toni Morrison, pero la idea particular que deja el origen de Candyman está dirigida principalmente a los miembros de su raza que empiezan a encontrar un espacio de confort dentro de un juego hecho por y para blancos. Esta idea es sobre la que se construye toda la filmografía de Peele, y este nuevo “reboot” no es diferente.
Si en ‘Déjame salir’ alertaba sobre los peligros de creer que una Norteamérica post-Obama había eliminado el racismo –los cuatro años posteriores se mostraron reveladores– en ‘Nosotros’ se centraba en la integración de los afroamericanos en la sociedad, fuera del gueto y disfrutando de los privilegios que ya no se consideran blancos y el peligro de olvidar las raíces. En la nueva ‘Candyman’ deja a Nia DaCosta explorar esos mismos temas, reproduciendo la historia de Robitaille en un artista moderno, pero cuyos pasos siguen los del personaje original.
El peligro de la integración cultural y el mercado del trauma
La pareja protagonista también está metida en el mundo del arte, de nuevo más exclusivo, pijo, y dirigido a las clases acomodadas y el peligro para Anthony al meterse en ese mundo es darse cuenta de que ese propio mundo solo va a mostrar interés por su obra cuando explote el trauma negro infligido por turbas, ya sean ciudadanos racistas o agentes uniformados, mimetizándose con la cultura blanca que solo explota o está interesada en su arte cuando muestra atrocidades.
‘Candyman’ condena el uso de sangre negra para el arte, igual que Helen Lyle, se metía en los asuntos de comunidades pobres para explotarlas. Aquí la protagonista de la primera se ha convertido también en un mito cuya historia se ha transformado en boca de los habitantes de Cabrini-Green. Si el film de Rose trataba sobre el inicio de las leyendas, el de DaCosta habla sobre cómo y quién las cuentan, no tanto reprendiendo a la anterior, pero sí mostrándose como un reflejo especular de la misma (los propios créditos empiezan al revés, con el plano cenital opuesto al de la película original.)
Una mirada complementaria que entiende que la protagonista de la primera era, en realidad, la madre de Anthony y que el monstruo que crea el linchamiento es una visión incompleta, sesgada. Ahora la propia película original emerge como uno de los cuadros por los que se interesan los blancos en la segunda. El ahora no es tanto una cuestión cultural, como de representar que las cosas no han cambiado demasiado. Pocos meses antes del estreno de la original fueron las revueltas de Los Ángeles tras Rodney King.
¿Coincidencias inquietantes o el ciclo inevitable del abuso racial?
El estreno de la nueva ‘Candyman’ estaba fechado para junio de 2020, dos semanas después de la muerte de George Floyd y el incendiario verano de 2020, con revueltas por todo el país bajo el lema de Black Lives Matter. ¿Visionaria? No, tan solo muy consciente del ciclo de la violencia no es cosa del pasado o presente, sino un elemento con el que conviven. La historia de Daniel Robitaille es una historia estadounidense que no cambia con los años, por eso, Candyman es un símbolo cultural reclamado por la comunidad afroamericana, les habla a ellos directamente. Y en la nueva película se nos muestra el significado que ha tomado, cómo se ha transformado, como cualquier leyenda urbana real.
La idea de DaCosta es que hay innumerables cuerpos negros en tumbas sin nombre por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, además de Floyd se añaden otros como Travyon Martin, Tamir Rice, Elijah McClain… Historias que son como criaturas vivientes, cambiando lentamente a medida que se reproducen y se adaptan al entorno, evolucionando hacia algo nuevo. En la era de las fake news y las redes sociales, cambia incluso más rápido. Por ello el guion de DaCosta, Jordan Peele y Win Rosenfeld celebra a Tony Todd como el primer icono de terror negro, pero reacciona a su perspectiva blanca.
Ahora Candyman son varias víctimas, es un relato, no una figura, representa casos reales de brutalidad policial o vergonzosas injusticias raciales como la intolerable ejecución de George Stinney Jr., de 14 años, que es representada también como mito con el inteligente uso de las sombras en las secuencias de siluetas de la artista Kara Walker. Invoca el “say my name” como se usa en las proclamas que tratan de esconder los casos de asesinato institucional.
El poder de evolución adaptativa de las grandes historias
Y al mismo tiempo critica tanto a los que cuestionan que “el mensaje es muy obvio” desde una posición de privilegio, como a los artistas afroamericanos que explotan de forma literal el éxito de cine como la propia ‘Déjame salir’ sin entender de qué iba, centrándose en mostrar sufrimiento negro de forma gratuita, como la serie ‘Them’.
Los estudios vieron una tendencia tratando de capitalizar sin entender porque eso es lo que hace Hollywood, por lo que ‘Candyman’ también se cuestiona a sí misma, es la propia conciencia de Peele, cuando el dolor de toda una comunidad se convierte en el entretenimiento de un gran sector de la población. Así, perpetúa la idea de la gentrificación y la apropiación de la original, dejando por el camino ideas como las abejas representando la colmena, o el sacrificio como mal necesario para la transmisión de las historias.
En definitiva, la nueva ‘Candyman’ es la expresión última de cómo se transforman los relatos, con una mutación multimedia del cuento original que se presenta como la fase final, o actual de las versiones del mito, mucho más centrada en conectar las historias antiguas con el presente, mostrando que, para los no privilegiados, el ahora sigue siendo igual que el pasado, por mucho que esta se quiera ver como una visión para caer bien a la crítica, su fondo es tan molesto como mirar a la verdad. Quizá por eso hay tanto crítico escéptico que se muestra incómodo con la existencia de la película y del terror activista como fenómeno medular del siglo XXI.
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