Visto hoy bajo el prisma escéptico de esta sociedad de la información superabundante en la que vivimos, quizá resulte complicado entender la fascinación que durante muchas décadas levantó el fenómeno OVNI. Pero observado desde una perspectiva diferente que, sobre todo al otro lado del Atlántico, tuviera en consideración el clima en el que surgió, es muy evidente que la locura que se llegó a desatar en Estados Unidos en torno a los Objetos Voladores No Identificados y los hombrecillos verdes que los pilotaban estaba, sino plenamente, sí muy justificada.
A fin de cuentas, y haciendo un resumen algo simplista por aquello de no ocupar el artículo con algo que no es nuestra intención, en su nacimiento se dieron la mano el clima de paranoia que se vivía en tierras yanquis tras la Segunda Guerra Mundial por el miedo a la bomba, con la enorme popularidad que, también ligada a ella, cosecharon las historias de ciencia-ficción de todo tipo, en especial aquellas en las que seres de otros planetas venían al nuestro con intenciones que, normalmente, no eran del todo amistosas.
Reflejo pues de la crispación social generada por la Guerra Fría y la muy real amenaza que suponía el poder atómico, no tardaron en comenzar a aparecer a lo largo y ancho de los cuarenta y ocho estados historias de encuentros con platillos volantes que, con el tiempo, fueron derivando de forma "lógica" en sobrecogedores relatos de abducciones en los que se narraban con detalle los experimentos y abusos sufridos por los abducidos por parte de sus captores extraterrestres.
Vasta como ella sola, de toda la literatura que recoge la variada casuística que llegó a provocar el fenómeno OVNI este redactor recomendaría enfervorecidamente la lectura de 'El mundo y sus demonios'. El último libro de Carl Sagan, al margen de un desmontaje sistemático de todos los puntos en común en los que solían basarse las historias de abducciones, deviene en uno de los análisis más elocuentes jamás enhebrados acerca de la celebración de la ignorancia humana, algo que habla volúmenes acerca de la extrema lucidez del responsable de 'Cosmos'.
Muchos escritores pero un sólo guionista
Sirvan las líneas anteriores como exponente breve de la suma relevancia que los OVNIS llegaron a tener en Estados Unidos; una relevancia que cabría encontrar, al menos en parte, detrás de la motivación que llevó a Steven Spielberg a arriesgar como arriesgó tan temprano en su trayectoria profesional cuando, después del rotundo éxito de taquilla que fue 'Tiburón' ('Jaws', 1975) —recordemos, su segundo filme— el cineasta decidió echarse a la espalda la enorme presión de rodar otro blockbuster y apostó fuerte por la que, sin duda, es una de sus más rotundas creaciones.
"Veterano" en esto de las historias de extraterrestres, una "veteranía" otorgada por el hecho de haber dirigido con 17 años un corto llamado 'Firelight' que giraba en torno a los seres de otros planetas, es no obstante en dicha modesta producción que Spielberg rodaría con un presupuesto de 500 dólares donde cabe rastrear las bases de lo que trece años más tarde se convertiría en 'Encuentros en la tercera fase' ('Close Encounters Of The Third Kind', 1977), una cinta que, importando conceptos del cortometraje, no es —y esto es algo que su máximo responsable ha afirmado siempre— ciencia-ficción en el sentido estricto del término.
Sí, todo queda enmarcado por el concepto del primer contacto de la humanidad con seres de otro planeta pero, en realidad, no gira en torno a unos entes que, hasta el final, no aparecen en pantalla salvo por unas misteriosas luces y momentáneos atisbos de las naves que las emiten; sino que, combinándolo con tonalidades de thriller, analiza cómo reaccionaríamos los humanos ante la posibilidad de que realmente no estemos solos en el universo.
Con una claridad de ideas soberbia, el guión de Spielberg —que empezó en manos del cineasta y pasó por las de Paul Schrader, John Hill o David Giler antes de volver a él— toma ambos mundos, el thriller de tintes conspiratorios y el drama mundano, y establece dos líneas argumentales que, implicadas cada una a su manera en el contacto de la clase tres, no se encuentran de forma plena hasta los prolegómenos del tercer y maravilloso acto.
De contactos celestiales y obsesiones mundanas
Marcado a fuego por la personalidad de un cineasta que aquí ya empezaba a dar cuerpo a algunas de las ideas que lo han acompañado, de una forma u otra, a lo largo de su trayectoria, la mitad dramática de 'Encuentros en la tercera fase' es una que, poco atractiva a ojos de un cinéfilo de nueve o diez años —la edad que servidor gastaba cuando se dejó fascinar por primera vez por la cinta—, gana considerables enteros con el acceso al yo adulto y la identificación, total o parcial, con el personaje de Roy Neary al que da vida un espectacular Richard Dreyfuss.
El actor, que ya nos había conquistado con su biológo marino en 'Tiburón', da aquí un paso de gigante en la caracterización de ese hombre común superado por circunstancias extraordinarias que Spielberg quería desde un principio que fuera el epicentro de todo: soñador impenitente al que le emociona más que a sus hijos la perspectiva de ver 'Pinocho' ('Pinocchio', 1940), la obsesión de Roy por descubrir que es esa visión que no cesa de aparecer en su imaginación tras el encuentro con un OVNI es la que mueve, de forma mayoritaria, la "mitad" dramática del filme.
Una mitad que Spielberg completa con el personaje de Melinda Dillon, madre soltera de un niño de tres años que ya anticipa aquella a la que Dee Wallace Stone dará vida en 'E.T. El extraterrestre' ('E.T. The Extraterrestrial', 1982); y una mitad que, quizás, sólo quizás, es a la que más pegas habría que ponerle en términos de exposición, insistiendo demasiado el director en volver a lo que a ellos dos les sucede en detrimento de la otra mitad, la que corresponde a la que sigue a los "agentes del gobierno" mientras investigan misterios inexplicables a escala mundial.
Ahora bien, que la "mitad" dramática de 'Encuentros en la tercera fase" sea aquella a la que cabría meter más tijera —más sobre esto unos párrafos más abajo— no quita para que en ella encontremos dos de las secuencias más brillantes de cuantas conforman las dos horas largas de duración del filme: aquella en la que, a punto de perder a su familia, Roy decide acabar con su obsesión para dar de manera fortuita con aquello que buscaba y, sobre todo, la de la terrorífica abducción de Barry, el niño de tres años hijo del personaje de Dillon.
Genio - 1ª parte
El arranque de 'Encuentros en la tercera fase' —el doble arranque, cabría decir— es tan soberbio, y nos cautiva de tal manera, que no es difícil entender el porqué me refiero a la personalidad dramática de la cinta como aquella que, momentáneamente, más puede llegar a "estorbar": el hallazgo de la escuadrilla de aviones perdidos en 1945 y la secuencia en la sala de control aérea muestran, de manera inequívoca, a un cineasta que controla a la perfección su profesión por más que, insistamos, esta sea su tercera producción para la gran pantalla.
Pero, claro está, la experiencia de Spielberg no se limita a lo recogido en celuloide en 'Loca evasión' ('The Sugarland Express', 1974), 'Tiburón' o 'El diablo sobre ruedas' ('Duel', 1971); y al bagaje que con treinta años ya arrastraba de su paso y que había comenzado, ya en sus pinitos con cortometrajes, ya de manera profesional en el mundo de la televisión en a finales de la década anterior, había que añadir que, como afirmaría Joan Crawford sobre él "estábamos ante un joven genio".
Un genio que, haciendo que los 135 minutos originales funcionen como un reloj de manufactura suiza, transita por una amplia variedad de tonos y emociones que van desde el humor conciso y efectivo —Roy interactuando con sus hijos— al drama más o menos intenso, pasando por lo que queda grabado a fuego en cualquiera que se haya asomado a ella a lo largo de los cuarenta años que la cinta cumplirá el próximo 16 de noviembre. Y esto no es otra cosa que sus notas de auténtico terror y, sobre todo, el ampuloso sentido de la maravilla que instila gran parte de la acción.
Siendo la citada secuencia de la abducción de Barry ejemplo máximo de cómo Spielberg manejaba el terror —y ahora pasaremos a reconocer la enorme responsabilidad que en ello tiene el score de John Williams—, son incontables los instantes en que asistimos entusiasmados a lo que discurre delante de nuestra mirada: la citada escena de la aparición de los aviones o la similar del desierto del Gobi; cuando lo que creemos un coche adelanta a Roy por "arriba" y la persecución que a esto sigue; esa sonrisa de Barry viendo algo que nosotros no podemos o, qué duda cabe, el gran final.
Genio - 2ª parte
Con una presencia casi absoluta de la música, que tiene un protagonismo fundamental en la trama, los treinta minutos finales de 'Encuentros en la tercera fase' —contando en ellos la totalidad de los créditos— se cuentan, a todas luces, entre los mejores, no ya de la filmografía de Spielberg, o de lo que el cine de los años setenta nos llegó a ofrecer, sino de lo que la ciencia-ficción en general ha mostrado en la gran pantalla a lo largo de su historia.
Manejando con intensidad y una facilidad extrema ese sentido de la maravilla que nos lleva a implicarnos de forma íntima en todo lo que va sucediendo en esa "cara oscura de la Luna" que se ha dispuesto junto al Devils Tower, resulta incontestable que gran parte de la responsabilidad de esa implicación descansa en la partitura de un John Williams que ese mismo año ya había dejado a medio mundo patidifuso con su trabajo para 'La guerra de las galaxias' ('Star Wars', 1977).
Mucho más experimental y menos dado al sinfonismo desatado que caracterizó su primera incursión en el universo galáctico, la partitura del maestro para el presente filme consigue, gracias a un uso prodigioso de las orquestaciones y a una personalidad impresionista y de marcado tono extraterrestre, instilar en el espectador las muchas sensaciones que Spielberg recoge en celuloide, ya sea el horror del que hablábamos antes mediante notas graves y la contraposición de la secciones masculinas y femeninas del coro, ya la maravilla del acto final.
Motivo que pasó por incontables iteraciones, las cinco notas que todos asociamos a 'Encuentros en la tercera fase' son parte fundamental del tour de force que Williams acomete cuando los extraterrestres hacen contundente acto de aparición: incluyendo en esos minutos finales el 'When you wish upon a star' de 'Pinocho', la forma en la que la identificable melodía toma cuerpo al pasar del sintetizador a la orquesta emociona de tal manera que, al menos en lo que a este redactor compete, aguantar las lágrimas resulta imposible cada vez que vuelvo a acercarme al filme.
Genio - 3ª parte
Quizás el nombre de Vilmos Zsigmond no suene a los muy amantes de la filmografía de Steven Spielberg tanto como el de Janusz Kaminski. A fin de cuentas, el húngaro sólo participó en dos producciones con el cineasta, 'Loca evasión' y la que hoy nos ocupa; pero su trabajo aquí, ganador de un Oscar, fue tan fundamental para entender el por qué 'Encuentros en la tercera fase' es un clásico con mayúsculas que no podíamos acabar la entrada sin dedicarle, más que unas líneas, unas cuantas imágenes que hablen con contundencia de la magnitud de su labor fotográfica.
Tres montajes, tres ediciones... ¿un mismo filme?
Quizás tendría que haber comentado al comienzo que el ofreceros hoy esta entrada dedicada a 'Encuentros en la tercera fase' y no haber esperado al citado 16 de Noviembre para celebrar su onomástica en el día que le correspondía, responde a que es esta semana cuando Sony Pictures ha puesto a la venta dos nuevas ediciones domésticas de la cinta, una en lata metálica y otra en una caja espectacular retroiluminada que nos presenta el gran Richard Dreyfuss en el vídeo que encabeza este párrafo.
Antes de entrar a valorarlas y opinar sobre cuál de ellas habría que comprar, respondamos la pregunta lanzada algo más arriba sobre la versión del filme que servidor recomendaría por encima de las demás. Porque quizás no lo sepáis, pero 'Encuentros en la tercera fase' ha conocido tres montajes diferentes a lo largo de las cuatro décadas que nos separan de 1977: el original del año de su estreno, uno que vino en llamarse la "Special Edition", proyectada en 1980, y el "Director's Cut" que el cineasta montó en 1998.
Sin querer pecar de nostálgico y mucho menos de purista, siempre que vuelvo a revisar la cinta —y ya van incontables veces— lo hago de mano del primer montaje que vi, el de 1977, que considero el más equilibrado por mucho que, por diversas circunstancias, no fuera el que Spielberg querría haber estrenado. El suyo, el de 1998, nunca me ha terminado de convencer por lo que abunda en la vertiente dramática de la cinta y el de 1980, que añade metraje por aquí y quita por allá, tampoco lo hace por mostrar de forma innecesaria el interior de la nave nodriza.
En lo que respecta a las ediciones domésticas, hay paridad con los montajes, y tres son las que hoy por hoy encontramos, las dos comentadas más arriba y la simple que Sony comercializó hace pocos años. Considerando el precio de la edición limitada —casi 100€— y el único aliciente de incluir la remasterización 4K de la cinta para el que pueda disfrutarla, creo que la disquisición debe hacerse entre la lata o la caja de plástico, y ahí sale ganadora la primera por ser la única que, ahora mismo, podemos encontrar con los tres montajes.
Con añadidos o sin ellos, las diferencias de raíz entre las tres versiones de 'Encuentros en la tercera fase' son nimias, y la superlativa calidad de la cinta nunca queda puesta en entredicho. Acercarse a ella cuarenta años más tarde, seguir alucinando con los efectos visuales de Douglas Trumbull como lo seguimos haciendo con los que el técnico elaboró para '2001. Una odisea en el espacio' casi una década antes y emocionarse de la misma manera que antaño, es una prueba indiscutible de estar ante un clásico con mayúsculas que resiste impávido el paso de los años.
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