Cuando apareció ‘Hannibal’ (2001) en el cine habían pasado diez años del estreno de ‘El silencio de los corderos’ (Silence of the Lambs, 1991) y, en aquel momento, el regreso del psiquiatra caníbal a la gran pantalla supuso un evento que muchos no esperaban llegar a ver, como si el film de Jonathan Demme fuera en esa época un clásico de otro tiempo. Ahora han pasado ¡20! años de la secuela que cambió el estilo de la saga, llevándola a un terreno diferente.
Las dos décadas que han pasado no han dejado la misma impresión sobre esta, que aunque no pueda considerarse un clásico como la primera, queda lejos de la controversia que tuvo en su momento por salirse de la típica estructura de procedural forense que había caracterizado la dupla maestra de Thomas Harris, formada por ‘El dragón rojo’ – cuya segunda adaptación seguiría a esta– y ‘El silencio de los corderos’. Ahora, sin embargo, ha cobrado una nueva vida de culto, puesto que su visión del monstruo como antihéroe ha calado en las siguientes piezas de la franquicia.
Si, y es que hay más del ‘Hannibal’ cinematográfico en el ‘Hannibal’ de la televisión que del que enamoró y aterrorizó en los 90 con apenas unos minutos en pantalla. Desde el principio, el proyecto era peliagudo ya que había que partir de una novela delirante que parecía escrita por un Thomas Harris desperdigando todas las ideas que los fans querrían ver de su gran creación y llevándolas a un terreno alejado del policiaco más canónico y proponiendo una historia de heroína, villanos y aún más villanos propia de los tebeos.
Ridley Scott venía de una resurrección creativa/comercial comenzada por el fenómeno ‘Gladiator’ (2000) y machacaría con la tremenda ‘Black Hawk Derribado’ (Black Hawk Down, 2001) solo unos meses más tarde. Su adaptación de Thomas Harris es probablemente la menos espectacular de esa etapa, pero no se debe desdeñar su vocación de gran producción, con una dirección elegante, robusta y nada timorata con el gore, algo que con una inversión de casi 90 millones de dólares (137 de ahora) se convertiría hoy en casi imposible.
Scott no titubea y muestra un pulso narrativo con algunas de las ideas de puesta en escena que va a desarrollar durante la década de los 2000, tanto en lo bueno –una elegancia consistente en su tratamiento de exteriores o manejo de la acción–, como en lo malo –un cierre de encuadre en primeros planos algo acartonado, detalles de ese montaje casual que le caracteriza– , pero que deja constancia de sus tablas en secuencias como la del tiroteo inicial, salvaje y avasallador.
En general hay una concepción estética que sigue funcionando y podría pasar por un film actual sino fuera por escenas concretas como el abuso del recurso del desenfocado y la cámara lenta en los flashbacks, que mientras en a principios de siglo no rechinaban, ahora devalúan un acabado muy competente. Scott juega con ventaja gracias a parte de la ambientación de la historia en Florencia, que utiliza como un gran escenario en el que el monstruo ha creado su propio reino durante la primera parte del film.
Entre el folletín criminal y el tebeo de villanos
Como si fuera un folletín de eurocrimen, Hannibal se mueve por la ciudad del renacimiento como un Fantomas por París, en un juego del gato y el ratón con más de Krimi que de Argento, algo que aprovecharía la primera mitad de la temporada 3 de la serie para reinterpretar la estancia del doctor Lecter en Italia a la manera de los giallos más sensoriales. Por eso, ambas ficciones son diferentes y se pueden disfrutar con su propio aroma, logrando que el film de Scott siga funcionando muy bien.
Aunque donde sí le saca ventaja a la visión de Fuller es en su concepción de la venganza de Manson Verger, con un aterrador Gary Oldman, caracterizado de forma salvaje y asombrosa, siguiendo la lógica de los malos deformados de las viñetas de Batman o Spider-Man. Aristócratas que han sufrido algún accidente y buscan al héroe para devolverle el golpe. Aquí es donde el caníbal se convierte en el antihéroe que pasa de dar miedo a ser un depredador de humor negro al que queremos ver aplicar justicia, evidenciado en esa estampa de Anthony Hopkins con su máscara llevando a la chica en brazos para salvarla.
Esto es llevado al extremo en el cambio final del guion sobre la novela, que aquí es un gran acto de amor por parte de Lecter, con mutilación de por medio, mientras que el texto convertía el romanticismo entre ambos en una turbia conclusión para la saga. Lo que sí que mantenía el guion de David Mamet es la bestial escena de los sesos a la plancha, con un Ray Liotta lobotomizado en vida y comiendo su propio cerebro, algo que marca también muchas de las sádicas andanzas de la versión de Mad Mikkelsen.
Anthony Hopkins crea a un Lecter igual de temible pero extrañamente entrañable, incluso cuando invita a carne humana a un niño, mientras que Julianne Moore hace lo que puede para llenar la ausencia irremplazable de Jodie Foster, aunque logra salvar los muebles gracias a que el foco siembre alumbra más al protagonista, el refinado caníbal. Puede que la llegada de ‘Clarice’ dé lo realmente buscaban muchos en una secuela de ‘El silencio de los corderos’ y la atención que merece la agente del FBI tras tanta ficción centrada en el doctor, pero ‘Hannibal’ es un film divertido, sangriento y lleno de humor mordaz al que la célebre serie le debe más de lo que se suele querer reconocer.
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