Hoy arranca una nueva edición del Festival de Cine Europeo que se celebra en Sevilla, con la buena noticia de mantener el presupuesto en tiempos de crisis y la regular de tener una sección oficial no precisamente llamativa. Es más, este año 2010, que homenajeará al cine holandés, no posee demasiados títulos atractivos para el gran público. Uno de los interesantes y que le toca inaugurar esta edición es ‘Tamara Drewe’ el nuevo trabajo del británico Stephen Frears.
Una película (presente este año en Cannes) que adapta la premiada y alabada novela gráfica del mismo título firmada por Posy Simmonds, y donde Frears se sumerge en la comedia con tintes dramáticos. Sin tener en cuenta a la protagonista de ‘Tamara Drewe’, interpretada por la deslumbrante y joven promesa Gemma Arterton, el resto del elenco no son grandes estrellas pero sí sólidos actores que realizan un trabajo bastante aceptable.
‘Tamara Drewe’ nos traslada a un escenario bucólico, donde un puñado de escritores se refugian lejos del mundanal ruido (textual homenaje a la obra de Thomas Hardy, presente a lo largo del relato y en el que se basa la novela gráfica original) para dar rienda suelta a su imaginación entre vacas, gallinas, verdes prados y bocados caseros. Allí tenemos algunos de los personajes que formarán parte activa de la historia principal y de alguna subtrama ingeniosa y con buenas interpretaciones. Sin embargo, en esta primer tercio del film Frears adolece de un ritmo algo anodino y se echa en falta un resorte que haga avanzar la historia, una vez presentados los personaje e intuidos sus roles.
Tamara Drewe trae el caos
Ese resorte es Tamara Drewe, encarnada por Gemma Arterton, una joven periodista que regresa al lugar donde se crió tras varios años. Y regresa muy cambiada. Antes, una joven de nariz a lo Cyrano y ahora reconvertida en una periodista de atractivo notable. Su aparición es la que rompe la monotonía y la paz y acaba generando el caos. Especialmente al elevar el nivel de testosterona.
Aquí es cuando Frears extrae su mejor capacidad de narración y saca todo el partido a las situaciones. Todo se vuelve alocado, se desatan oscuras pasiones, toma tintes cómicos y a la vez trágicos en la que quedan de manifiesto los egos de los protagonistas. Es un cruce de mentiras, engaños, pulsiones (y gamberradas) para llevar a cabo los sueños aunque la realidad acabe vapuleando a todos y cada uno. Y la sátira eleve su tono, lo cual es de agradecer.
Gracias a una fotografía acertada y una vibrante banda sonora de Desplat (escuchar playlist en Spotify), la historia cobra ese aire desbocado y entretenido que por momento consigue hilvanar con entretenimiento de culebrón televisivo las historias de todos los personajes (atención a las adolescentes gamberras que provocan un auténtico terremoto en un lugar sumamente aburrido).
Sin embargo, no termina de cuajar con la suficiente brillantez un Stephen Frears irregular (como su carrera). Ya que parece deslumbrado por Arterton (y se afana por trasladarlo a la pantalla) y no termina de apuntalar bien su personaje. Que cambia y toma decisiones sin justificar. Al menos no terminan de entenderse. Quizás buena parte de culpa la tenga en que la actriz sí es deslumbrante, como exige la historia, pero no tiene el carisma ni los recursos que el personaje necesita extraer.
Y sin entrar a compararlo con la novela gráfica, lo cierto es que la historia no es nada original, más bien es la traslación de un relato decimonónico con enredos amorosos en un paisaje idílico al tiempo actual. Y a pesar de teñirlo de tragicomedia y apoyarse en buenos actores no termina de arrancar suficientes risas ni de llenar lo suficiente.