La gala de los Goya conoció en 2010 un récord de espectadores que no ha vuelto a repetir. Los más de cuatro millones y medio de espectadores que vieron la primera gala del cine conducida por Andreu Buenafuente fueron descendiendo a lo largo de los años siguientes, tanto la segunda vez que repitió Buenafuente al frente de la misma como en las dos ocasiones en las que fue Eva Hache la maestra de ceremonias. Con Manel Fuentes esa trayectoria descendente no se ha roto, con una gala que consiguió 3.567.000 espectadores y un 19,8% de share.
Pese a que se trata de la cifra más baja en cinco años, es una cifra aceptable si tenemos en cuenta cómo transcurrió la noche, algo que demuestra el aguante que llegan a tener los espectadores pese a que se diseñe una gala que, aunque se emita en televisión, no parece creada para que la audiencia la disfrute en masa. Este año no solo no se han corregido errores del pasado reciente, sino que se han cometido fallos de base que convirtieron el espectáculo en una auténtica gala de los horrores, dejando clara una premisa principal: que Manel Fuentes no era el conductor que merecía tal evento.
El presentador de 'Tu cara me suena' dirigió y condujo una gala que se mostró aburrida desde el primer momento, pese a un simpático vídeo introductorio en el que se recordaban algunas de las películas de la historia del cine español (de la pieza con Manel como reportero mejor ni hablamos). Ya en el monólogo, ese momento en el que se deben dejar claras las intenciones del show, se corroboró que Fuentes no era el presentador más indicado para la gala. No llegó a demostrar complicidad alguna con el público ni desprendió esa chispa de carisma necesaria para llevar de forma sólida el espacio televisivo, con una estructura que ya de por sí es complicada que resulte entretenida.
El papel de Manel fue empeorando a medida que transcurrían las horas, con gags en el que de nuevo un presentador se volvía a meter en las películas nominadas y que se emitieron sin pena ni gloria, o con otro insulso número musical para olvidar. No ayudó a agilizar la gala la pésima realización ofrecida por TVE, con cambios de planos a destiempo o mostrando encuadres entre los que se colaban técnicos o cámaras que grababan el espectáculo. Daba la sensación que se trataba de un espectáculo que acababa de llegar a la televisión, sin que se notaran los más de 25 años de historia televisiva que lleva a sus espaldas, de la que ya se deberían haber aprendido muchos de los errores que ayer se cometieron.
Lo más positivo, la sencillez de Alex O'Dogherty, la emoción de Terele Pávez al recoger su premio o el absurdo de los chanantes, que volvieron a tener su minuto de gloria en una gala que destacó por ser una de las más aburridas que se recuerdan. Tres horas de televisión que parecieron mucho más y en las que se sucedieron los discursos eternos, las reivindicaciones de turno o las lamentaciones del sector. Parecía que casi todos olvidaron lo más importante. Se trataba de una gala televisada y al otro lado había espectadores que esperaban pasar un buen rato al frente de la televisión.
En ¡Vaya tele! | La gala de los Goya, ese irregular espectáculo televisivo
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