Es de sentido común que un festival centrado en un cine pobre, con pocos recursos, de cineastas noveles o desconocidos para el gran público, disponga igualmente de un exiguo presupuesto. Lo que ya no es tan lógico, ni disculpable, es que la organización sea tan deficiente. Es cierto que en festivales de mayor importancia, como el de Sitges o incluso el de Berlín, también se producen situaciones lamentables por culpa de una mala planificación o por simple torpeza, o sencillamente porque el cine cada vez interesa menos, pero lo del certamen granadino traspasa esa línea, y llega a alcanzar lo vergonzoso.
No hay una sala de prensa, ni un sitio donde poder escribir, no pasan ni una programación actualizada, las películas empiezan a destiempo (aunque a esto ya me he acostumbrado), desaparece un título de la ya raquítica sección oficial a mitad de semana, los “voluntarios” no tienen el cuidado de apagar sus móviles o estarse callados durante las proyecciones… Que esto lo patrocine el Ministerio de Cultura, la Junta de Andalucía, RTVA y el Ayuntamiento de Granada, entre otros organismos, clama al cielo; maldita sea, ¿a quién le estáis dando el dinero?
Tampoco puedo hablar bien de la oferta cinematográfica del festival, aunque en este aspecto voy a ser cauteloso todavía, es pronto para valorarla total y adecuadamente. A día de hoy, ahora mismo, llevo vistas cinco películas de las que compiten al premio de mayor importancia, la Alhambra de Oro (más 50.000 euros, que no sé de dónde saldrán); es decir, que ya puedo valorar más de la mitad de los filmes de la sección oficial, y no he visto nada realmente bueno. Aún es pronto, pero en este sentido también cabe la crítica, y la crítica dura. Pues tampoco el presupuesto lo justifica.
‘Ashkan, The Charmed Ring and Other Stories’
La primera película que pude ver en esta cuarta edición del Festival Cines del Sur tenía una pinta estupenda. Humor negro, acción, y una visión diferente de la realidad iraní; ésos eran los ingredientes de ‘Ashkan, The Charmed Ring and Other Stories’ (‘Ashkan angoshtar-e motebarek va dastan-haye digar’, 2009), al menos eso decía la sinopsis oficial que nos pasaron. Bueno, sí, algo de humor hay, acción… pues no, y supongo que por visión diferente de Irán se quería decir que no veríamos nada realmente representativo del país. No sólo por culpa de las represivas y asfixiantes autoridades de ese país (que no permiten mostrar a las mujeres sin velo, por ejemplo), sino porque su director, el debutante Shahram Mokri, parece querer ser otro nuevo Quentin Tarantino.
‘Ashkan, el anillo encantado y otras historias’ es algo así como ‘Pulp Fiction’ en Irán. Hasta hay una escena en la que disparan a un personaje a bocajarro y (a primera vista) no sufre daño alguno. Empieza la película con una intrascendente conversación sobre unas esculturas, luego vemos a unos atracadores ciegos, un policía enamorado de una cajera, a un empleado de un hotel que quiere suicidarse… Piezas, como cortometrajes aislados, que aparentemente no encajan entre sí, pero que cuyas historias se van relacionando con el paso de los minutos, con bastante acierto. Los actores intentan meterse en la ficción, pero los que hacen de ciegos deberían haber practicado un poco más. Se nota el esforzado trabajo en el guión, tanto como la evidente influencia occidental en Mokri (ha tenido que ver ‘Snatch’, de Guy Ritchie, varias veces) en un intento por escapar de los tópicos del cine iraní.
Que eso está muy bien, desde luego, pero hay que valorar el esfuerzo y las intenciones en su justa medida; no es lo que importa. Se retuerce excesivamente el montaje, para que el puzzle parezca más complejo, y visualmente ‘Ashkan’ es un producto tosco, feo, descuidado; de estudiante, no de un profesional. El blanco y negro no hace más que contribuir a esta idea, un recurso facilón para darle a la película un aspecto más profesional, y disimular en lo posible, entre otras cosas, los planos desenfocados (que hay bastantes). Colar este film en la sección oficial de un festival, incluso en uno como el que nos ocupa, es una decisión lamentable, producto de una falta de exigencia alarmante y de que el cine está perdiendo su valor. Aquí lo que importa es la nacionalidad del film, lo que cuenta o cómo lo cuenta, es irrelevante. Triste, pero cierto.
‘Adrift’
El pasado lunes a las 9 de la mañana se proyectaba para la prensa ‘Adrift’ (‘Choi Voi’, 2009), y supongo que no os extrañará si os cuento que llegué a la sala a las 8:55 y no había casi nadie; a las 9 en punto, sólo estábamos sentadas dos personas (luego, con retraso, llegó un puñado más). Es evidente que no es éste un festival de prestigio y fama internacional, pero que a las primeras sesiones sólo acuda una decena de profesionales, debería motivar una profunda reflexión, tanto por parte de los organizadores como de los medios acreditados, que pagan a gente que sólo va a los pases de mediodía. Al de las 12 somos unos 20, tampoco os penséis que muchos más. Lo que es sorprendente es que luego opinan de las películas, y las califican de joyas o maravillas. ¿Dónde estaban? Ah, el patrocinio…
‘Adrift’ es una de esas películas que los festivales venden de manera engañosa para cazar al personal que normalmente no iría a ver un drama vietnamita. Si pasáis por delante del Teatro Isabel la Católica, el destartalado (aunque encantador) centro de operaciones del Festival Cines del Sur, veréis el cartel en la puerta: muestra a dos chicas desnudas bajo una sábana. La sinopsis habla de sexo, deseo lésbico e infidelidades. Bueno, pues al sentarse uno en la butaca para ver este film, estalla claramente una especie de crujido que, si se presta atención, suena igual que “¡inocente!”. Ahora en serio, no hay sexo explícito ni lesbianismo en ‘Adrift’, pero sí es cierto que hay en el relato una desbordante sensualidad. Casi se siente el sudor, la piel, la respiración. Es una de las películas que salvan esta edición de Cines del Sur.
El segundo trabajo del director Bui Thac Chuyen es un poderoso y bello fresco de su actual Vietnam, ruidosa, caótica, en constante movimiento, pobre, ambigua, donde las más antiguas tradiciones se mezclan con la fría modernidad y las desatadas pasiones. También es un film lentísimo, todo hay que decirlo, lo que se suele catalogar de “contemplativo” (como si las demás no las contempláramos, pero bueno, seguro que se capta la idea). La historia es de lo más simple, básicamente gira en torno a un joven matrimonio que no funciona; ella es puro deseo y él todavía es un niño, que después de trabajar sólo quiere dormir o comer (lo que le cocina su madre).
La chica (Do Hay Yen, a la que Chuyen saca todo el partido) sólo quiere vivir y experimentar, pero poco a poco va cayendo en el aburrimiento y la desesperación. A ello contribuye que su mejor amiga (que parece desearla en secreto) la envía a casa de un gigoló, descubriéndole un nuevo camino que la protagonista no puede resistir. Su marido (Nguyen Duy Khoa, que ha venido a Granada en representación del film) es diferente y prefiere jugar al fútbol que caer en la tentación de la carne, negándose a seguir el camino de uno de sus clientes, que cuando no está jugando está metido en una orgía.
Puede decirse que durante unos 100 minutos apenas pasa nada, al menos superficialmente, pero realmente da igual, porque lo importante es que se vive cada momento y se siente cada instante, que Chuyen consigue hacernos partícipes de las diferentes aventuras emocionales que recoge la cámara, que se vive la ciudad y su ajetreo, que se disfruta de la fantástica fotografía, y que no se pierde nunca el interés por el destino de los personajes. Una de las pocas alegrías del certamen, hasta ahora. Sí, ya ves, sigo siendo optimista.
PD: El pasado domingo no pude ver el documental ‘A Film Unfinished’ (Yael Hersonski, 2010), la única producción que compite a la Alhambra de Oro que me voy a perder. No me extrañaría que ganara.
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