Va llegando a su fin la cuarta edición del granadino Festival Cines del Sur, y me sigue quedando la sensación de pérdida de tiempo, de medios y de ideas. Que este certamen se ha levantado sin motivo, para que algunos puedan justificarse. Esta mañana se debían haber proyectado dos películas de la sección oficial, pero una, la china 'Apart Together', se cayó del programa y no ha sido sustituida; el pase de las 9 quedó desierto, y no pasa nada. Menos mal que la otra producción, la egipcia 'Heliopolis', sin ser ninguna maravilla, es posiblemente lo mejor del certamen, y en cierta manera lo ha rescatado del bochorno. El cine tiene estas cosas, puede lograr que uno se levante de la butaca y se olvide de las que le rodean, vivir por un tiempo una ficción que ha traspasado la pantalla, para meterse muy dentro.
'The Time That Remains'
Desafortunadamente, antes de hablar sobre 'Heliópolis' tengo que comentar otra cosa, la típica película que (no creo exagerar) hace daño al cine de autor, al cine pobre y al cine arriesgado. Una que si la ve un espectador corriente, que decide por una vez acercarse a ver algo diferente, para probar, para no sentirse manejado por el marketing, lo termina convenciendo de que habría sido mucho mejor seguir su instinto, quedarse con lo que ya conocía, el cine convencional, el "made in Hollywood". Porque ese cine, por lo menos, no despierta una profunda desesperación (mirar el reloj y darse cuenta que sólo ha pasado media hora), no suele hacer que uno se sienta profundamente insultado, y no hace que le entren a uno ganas de sacarse los ojos (para ir empezando).
Había visto la elegante 'Adrift', y ya me había llenado de esperanza, ya pensaba que festival sólo podía ir hacia arriba, especialmente cuando el siguiente título del día, 'The Time That Remains' (2009), había pasado por la sección oficial de Cannes, donde yo pensaba que no escogían cualquier cosa. Qué ingenuo...
Se suponía que lo que se iba a ver era una ácida y original tragicomedia con el conflicto palestino-israelí de fondo, pero todo era fachada una vez más. La película comienza en 1948 para mostrarnos cómo el ejército israelí se apropia de Nazaret por la fuerza, obligando a sus habitantes a marcharse, o a quedarse en una minoría considerada como de segunda clase, constantemente vigilados y a los que llaman "israelíes árabes". 'The Time That Remains' habla de esa gente que se quedó, representada por la familia real del director Elia Suleiman, autor de la primera (y espero que la última) gran bobada del festival.
No me tiembla la mano al escribir que si Suleiman hubiera nacido en un país europeo o norteamericano, y no viviéramos en estos tiempos ridículos, presididos por la corrección política (por la cual se puede adorar un garabato, si proviene de una zona pobre), jamás habríamos oído hablar de él. Y me refiero a los aficionados al cine, claro está. Pero este tipo es uno de esos que, por una u otra razón, tienen la fortuna de que hacen cosas, sin esfuerzo y sin verdadero talento, que son valoradas hasta límites insospechados, y desvergonzados, por quienes cortan el bacalao en este otro negocio del cine que son las subvenciones, las promociones, las ayudas y los festivales. Como el lujoso de Cannes o el paupérrimo de Cines del Sur.
Se supone que 'El tiempo que permanece' nos habla de la situación en Israel, de los palestinos, y de una familia, incluyendo al director, que se interpreta a sí mismo, como si fuera un auténtico bloque de hielo, a partir de la segunda mitad del film. Que comienza de manera sorprendente, graciosa, divertida, absurda en el buen sentido. Pero como ya demostrara en su anterior (e igualmente aplaudido) trabajo, 'Intervención Divina', Suleiman se agota enseguida, se queda sin ideas ingeniosas y comienza a repetirse, de una manera insufrible. Para que el lector se haga una idea, hay una escena en la que dos hombres están pescando; llegan unos soldados, hacen las cuatro mismas preguntas y se van. Bueno, pues cuatro veces tiene uno que ver eso. ¿Para qué? Otro ejemplo: hay un viejo que no soporta la vergüenza de vivir entre israelíes y de vez en cuando se emborracha y amenaza con prenderse fuego. Pues tres veces hay que ver eso. Que sí, que cambian algunos detalles, pero es que las escenas duran demasiado, y no se añade una información que lo justifique.
En otras ocasiones, un personaje escribe una carta y cuenta algo, bueno pues luego tenemos que ver eso que ha relatado en off, sin que se aporte nada nuevo. ¿Que esto es gracioso? Bueno, algunos en la sala se reían, es verdad, incluso cuando un personaje iba al frigorífico para tomarse un helado. No miento, se reían como locos. Habrían bebido, no sé. Sin embargo, lo peor de la película es tener que aguantar a Suleiman, que necesita que lo veamos, hacerse notar y que le conozcan en todo el mundo. Y lo hace copiando a Takeshi Kitano, de mala manera. Aparece en la escena, no mueve un músculo de la cara y prácticamente ni se mueve. Vemos una escena estática, luego un primer plano de su cara inexpresiva, volvemos a lo que está mirando, que sigue igual, y otra vez a Suleiman. Carcajadas sin límite.
Afortunadamente, pasados unos desesperantes 110 minutos (que sientan en el cuerpo como si fueran varias horas), se acaba esta cosa y uno puede escapar de la butaca, refrescarse y olvidarlo todo. Espero lograrlo tras publicar este artículo, aunque me guardaré un pensamiento para evitar otra lamentable pérdida de tiempo: que Suleiman se está burlando de todos los que le pagan sus películas, de todos los que las proyectan y de todos los que las ven. Por supuesto, para algo lo firmo, desde mi personal punto de vista.
'The Famous and The Dead'
Y bueno, la cosa mejoró notablemente con la interesante 'The Famous and The Dead' ('Os Famosos e os Duendes da Morte', 2009), otro de los títulos rescatables del certamen granadino. Es el primer largometraje de Esmir Filho, un joven y prometedor realizador brasileño que ha filmado algunos cortometrajes presentados en Cannes y premiados en otros certámenes menores ('Saliva' triunfó en Sitges hace tres años). Su ópera prima trata sobre un adolescente solitario que vive con su madre, adora a Bob Dylan (se hace llamar Mr. Tambourine Man) y está fascinado por las imágenes que una pareja subió a Internet.
Escrita por Filho e Ismael Caneppele (que también actúa), a partir de una novela de éste, la película es un hipnótico y desesperanzador viaje a la mente de un adolescente, que se siente solo y desconectado del mundo. Las poderosas imágenes de 'The Famous and The Dead' nos sumergen en un siniestro universo de luces y figuras fantasmagóricas que inevitablemente le llevan a uno a pensar en las atmósferas irreales de la obra de David Lynch. Mr. Tambourine sólo vive en su propia cabeza, en sus propias fantasías, atrapado por la imagen (y el alma) de esa joven misteriosa que ve en las fotos y los vídeos que dejó en la red antes de desaparecer; en cierta manera, ella, su imagen estática o en movimiento, es un espíritu que se ha apoderado del chico y lo arrastra para tratar de fundirse con él.
A través de escenas silenciosas (en su mayoría), donde superficialmente no ocurre gran cosa, Filho ofrece un retrato certero y melancólico de un tipo de adolescente que prefiere la red al mundo real, las fotos a las personas; alguien que escribe en su blog para no comunicarse con nadie, que ignora a su madre (su padre no está, y su sitio lo ocupa un perro fétido), que sólo consigue reírse cuando hay de por medio algo de droga o alcohol, con los que se libera temporalmente de su idea de abandonar un mundo al que no le encuentra sentido. Y es que aparentemente el protagonista (Henrique Larré) quiere salir del pueblo para acudir al concierto de su ídolo, pero en realidad lo que ansía es escapar de un lugar muerto, frío, asfixiante, envuelto en una niebla que parece devorar la alegría; un pueblo donde cada cierto tiempo, alguien se suicida lanzándose por un viejo puente.
Así expuestas sus bondades, imagino que cada lector sabrá si debe o no atreverse a cruzar el umbral y experimentar el viaje sensorial que propone Esmir Filho con su primer largometraje. Y si no, lo aclaro un poco más: el realizador está tan interesado en las sensaciones, y tan poco en contar algo, al modo estadounidense, con trama y todo eso, que olvida o le da igual que su trabajo pase por las retinas de personas que no le ven la gracia al humo anaranjado en medio de la oscuridad, o que se aburrirán si en el plano sólo hay un chico pasando una webcam por su torso desnudo, y que no tolerarán que no se les explique (al menos mínimamente) qué ocurre con ciertos personajes. Es una película extraña, bella, inquietante, con estupendas ideas, pero que a veces se hace bastante pesada, y a la que le podrían recortar bastantes minutos.
PD: Por supuesto, lo mejor del día fue escuchar a Dylan, sonando en el teatro sólo para mí.