Muy triste. Sólo dos personas hemos asistido al pase de prensa de hoy a las nueve. Dos, ¿eh?, para ver 'Night and Fog', un drama sobre el maltrato protagonizado por todo un peso pesado del cine asiático como es Simon Yam (lo mejor, dicho sea de paso, de una película demasiado convencional). En el segundo pase (a las doce, 'Every Day is a Holiday'), ya éramos siete en el Teatro Isabel la Católica, y a la mitad de la proyección aparecieron cuatro más, no sé muy bien para qué. Se acabó la sección oficial y mañana se entregarán los premios. Seguro que hay decenas de periodistas pendientes de la información, buscando el mejor sitio y la mejor foto. Saldrá en los medios, al menos en los andaluces. Pero repito, dos personas en el pase de las nueve, y siete en el de las doce. Enhorabuena a los responsables del certamen.
'Heliopolis'
De las nueve producciones que compiten por la Alhambra de Oro, y cincuenta mil euros, he visto ocho (ya os comenté que me perdí el documental 'A Film Unfinished') y tengo muy claro que la mejor de todas es la egipcia 'Heliopolis', el debut de Ahmad Alballa. Nacido en El Cairo en 1978, Abdalla había trabajado como montador, supervisor de efectos visuales y diseñador de créditos antes de emprender la escritura y el rodaje de su ópera prima, un proceso que, según ha declarado, inició tras pasar por una etapa muy dura en su vida. Aunque no lo hubiera reconocido, cualquiera lo notaría viendo su película, un lúcido y potente retrato de la sociedad que le deja a uno totalmente desolado, noqueado.
No es algo que uno desee al ir a ver una película, claro, pero es que el cine no es siempre (o no debería serlo) entretenimiento, y se supone que para esto está el festival granadino, para descubrir otro cine, uno vivo que invite a la reflexión, que se quede dentro y no nos deje indiferentes al levantarnos de la butaca; cine con talento, ingenio, fuerza y personalidad. Que sea una producción pobre, que venga de un país asiático o africano, y que lo lo ha filmado un novato, todo eso, es total y absolutamente secundario.
Aunque 'Heliopolis' ('Masr el gedida', 2009) habla de la sociedad egipcia, y concretamente de las gentes, la cultura y la forma de vida del barrio que da título a la película, situado en El Cairo, lo cierto es que las historias y los problemas que recoge la cámara podrían estar ambientadas en cualquier ciudad actual medianamente civilizada. Abdalla consigue algo tan difícil como es captar un estado de ánimo; seguimos a un puñado de personajes, sin relación entre sí, a lo largo de una jornada en la que todos intentan hacer algo con su vida, pero que se van hundiendo conforme avanza el día, y cuando ya va tocando a su final, sólo les queda la triste certeza de que están desaprovechando el tiempo, que están atrapados en una existencia sin valor, sin sentido.
Los protagonistas son un doctor que desea escapar del país para reunirse con su familia (aunque en realidad parece que lo que más desea es estar con una vecina, a la que tarda en hacer caso), una pareja que está buscando un piso para poder por fin vivir juntos (algo que eventualmente quedará en el aire), un soldado sin misión que mata el aburrimiento escuchando una vieja radio (y luego cuidando a un perrico hambriento), una recepcionista que sueña con vivir en París (en el fondo, encontrar el amor y tener otra vida), y un estudiante de posgrado que está preparando un trabajo sobre el pasado y el presente del barrio de Heliopolis (que intenta sonreír a pesar de que no ha superado la ruptura con su novia). Este último personaje es al parecer una versión bastante cercana del propio Ahmad Abdalla, que escribió el guión después de terminar con una relación de seis años, y que también encontraría muchas dificultades para poder rodar su primer largometraje, que no gustó a las autoridades de su país.
Afortunadamente, Abdalla había escrito un estupendo guión que convenció poco a poco a inversores independientes y actores egipcios más o menos conocidos (allí, como Khaled Abol Naga), que le ayudaron trabajando gratis para poder ver acabada algún día la película (que por lo visto ha costado unos 10.000 dólares). Pueden estar orgullosos todos ellos, han contribuido a crear una obra compleja, inteligente e intensa (no perfecta, se podría pulir el montaje y recortar momentos innecesarios, pero son defectos muy disculpables). Por cierto, puede ser la última de este realizador si decide cumplir con su mayor deseo, vivir en y de una granja. Espero que se lo piense dos veces y filme algo más, a ser posible sin que tenga que pasar el hombre por ninguna otra fase deprimente.
'Shirley Adams'
Lejos de la reflexión, el talento y la fuerza del film egipcio se encuentra la sudafricana 'Shirley Adams' (2009), otra ópera prima, realizada con bastante torpeza por Oliver Hermanus, quien por lo visto hace un par de años recibió una beca privada de nada más y nada menos que Roland Emmerich, para estudiar cine en Londres. Viendo su primer largometraje (y no habiendo visto sus cortometrajes), uno piensa que Hermanus se lo pasaría en grande, pero no aprovechó demasiado su estancia en Inglaterra; o quizá no le enseñaron muy bien, que también es muy posible. En cualquier caso, sin ser un desastre, su película es otro ejemplo del cine que no se debe hacer, ni barato ni caro, ni en África ni en Estados Unidos.
'Shirley Adams' nos traslada a los suburbios de Ciudad del Cabo para relatarnos la dura y trágica existencia de una mujer rota, desesperada, a quien da vida una esforzada Denise Newman (en uno de esos papeles por los que las actrices de Hollywood se llevan un Oscar). La vida de Shirley se paró en seco cuando su hijo fue tiroteado (no se sabe el motivo, pero parece accidental) en su barrio y quedó tetrapléjico como consecuencia de las lesiones. Sin su marido, desaparecido (envía dinero de vez en cuando), toda la vida de la mujer gira en torno al cuidado del muchacho. Se ha quedado sin empleo, las ayudas no le llegan para sobrevivir, debe robar de vez en cuando para conseguir comida y productos básicos, y para colmo tiene que soportar la idea de que los culpables del crimen siguen ahí fuera, libres, mientras el día a día de ella y su hijo es un continuo infierno. El chico no aguanta y desea suicidarse, pero su madre hace todo lo que puede por mantenerlo con vida, sano y activo; así puede estarlo también ella.
Semejante drama, que al parecer está basado en un caso real del que supo el director (nacido en la misma ciudad del film), está narrado como si fuera un documental, con la cámara en mano siguiendo a la protagonista, casi siempre temblorosa y en movimiento (el prólogo es insoportable, no se ve nada), incluso en planos donde no sucede nada relevante. Lo increíble es que Hermanus no deja de enfocar la nuca y, en menos ocasiones, el perfil de Newman. Tal cual. La mayor parte de la película la ocupa el cogote de la protagonista.
A la que además vemos haciendo cosas tan extraordinarias y fascinantes como pelar un huevo duro. O colgar la ropa (que vaya estupidez hacer eso en el momento que lo hace, un clamoroso error del guión, incomprensible), o mirar por la ventana del autobús, ese plano tan típico (y tan vacío) del cine de autor más aburrido y pagado de sí mismo. Al margen del estupendo trabajo interpretativo realizado por Newman, y de algunas escenas bien planteadas que muestran el desamparo de la protagonista (en el supermercado y pidiendo los medicamentos), no se puede rescatar mucho de 'Shirley Adams', una flojísima propuesta sólo recomendable para el público aficionado a las tragedias, las historias de países pobres y el cine con mensaje (esa etiqueta con la que se venden tantas bobadas), que ante todo tenga una hora y media que perder.
PD: A las diez de esta noche hay un pase de una película coreana que tiene muy buena pinta. En la plaza de la catedral, al aire libre, y gratis. Por si alguien se anima.