mage: {"alt":"Consumed","src":"6c6a62\/consumed_logo","extension":"jpg","layout":"normal","height":421,"width":650}]]
¡Ah, los docurealities canandienses! Porque si hablamos de reformas, lo normal es que sea importado de la televisión de Canadá, más concretamente de HGTV (Home Garden TV). Pero el género está dando tanto de sí que se impone una nueva clasificación. La clásica tipología -"de reformas", "de subastas" o "de cocina"- que hasta ahora nos servía para catalogarlos empieza a quedarse corta.
Y es que se siguen ideando nuevas lecturas del género, como ésta de la que os voy a hablar (y que me atrapó, literalmente, incluso obligándome a renunciar a una siesta de domingo) que combinan varias "disciplinas" (make over más intervención familiar) y navegan entre sub-géneros. ¿Es un coaching? ¿Es un docu-drama? ¿Es un programa de reformas? 'Consumidos por el caos' es un poco de todo eso.
¿De qué va?
[[image: {"alt":"Consumed_1","src":"50fbf2\/consumed1","extension":"jpg","layout":"normal","height":433,"width":650}]]
Sin llegar a caer en esa vertiente mucho más trágica del Diógenes, el programa nos presenta a familias que viven, más que consumidos, sepultados por su propio caos. No es que se dediquen a coleccionar cosas (a priori) inservibles o rebusquen entre contenedores, como haría un acumulador. Es que, simplemente, se han apegado a sus posesiones: los niños conservan intacto su stock de juguetes (que crece dramáticamente de una Navidad a otra), nunca tiran nada de ropa o incluso, en el peor de los casos, han llegado a juntarse con diez televisores para cinco personas. Ante tal acumulación, las familias (no nos engañemos, sólo aquellas que son disfuncionalmente desordenadas) se ven desbordadas y no saben cómo hacer para encontrar la casa que una vez había debajo de las toneladas de desorden.
Menos mal que cuentan con la organizadora profesional (sí, es su título) Jill Pollack, que no sólo dejará su casa ordenada y bonita. También les enseñará una valiosa lección budista: el apego es la principal causa del sufrimiento del hombre. En lo referente a lo material, vivimos por encima de nuestras posibilidades de espacio y nos negamos a deshacernos de recuerdos, sin importar el tamaño -desde colecciones de entradas de conciertos hasta la Granja de Playmobil-, encerrándonos a nosotros mismos en el pasado y en una casa atiborrada de trastos. Y este caos externo -cuando llega a casos extremos como estos- puede provocar un desequilibrio a nivel familiar.
Para que lleguen a esta conclusión por sí mismas, las familias deberán primero aprender a vivir durante todo un mes sin sus cosas, retenidas en una nave industrial. Sólo podrán quedarse con diez objetos para toda la familia y una sola maleta por persona para ropa y efectos personales. El objetivo es que descubran qué echan realmente de menos durante estos treinta días. Una vez que se reencuentran con sus objetos materiales, más que una decisión, se trata de una revelación. Sólo hay que responder a una pregunta: "¿he podido vivir todo un mes sin esto? Entonces, no lo necesito". La casa se reconstruye a partir de lo que no han donado o tirado, una vez que los equipos de limpieza y decoración han hecho su trabajo.
¿Por qué nos atrapa?
[[image: {"alt":"Consumed_2","src":"88d2ae\/consumed2","extension":"jpg","layout":"normal","height":432,"width":650}]]
Además de resultar fascinante (al tiempo que encoge) ver a qué extremos puede llegar el desorden de algunas personas (cuando se torna patológico), este docu-reality es al mismo tiempo, quien lo diría, una dosis de realidad; un jarro de agua fría sobre nuestras conciencias acumuladoras. Porque, aunque a a la mayoría nos guste vivir respetando cierto orden, nadie nos libra de ser unos pequeños Diógenes emocionales, incapaces de dejar de darle valor (y con él, poder sobre nosotros) a los objetos. Cosas que nunca usamos pero guardamos por si acaso. Cosas que alguna vez usamos y nos traen buenos recuerdos. O cosas que no sabemos ni por qué conservamos.
La efectividad del programa se basa en acumular todos los efectos personales de la familia en un espacio vacío e impersonal, que no les recuerde a su hogar y allí, en la frialdad de ese espacio, les resulta muy fácil reconocer los objetos que han acumulado sin sentido y desprenderse de la mitad de su vida. Estoy segura de que nos pasaría lo mismo a cualquiera de nosotros, aunque pensemos que no somos de los que arrastramos mucho lastre. Si hiciéramos la prueba, ¿cuántos de los objetos acumulados en estanterías y cajones pasarían a ser considerados trastos inservibles?
Una vez limpia y liberada del caos, las casas vuelven a ser espacios habitables y ordenados en los que las familias vuelven a sentirse como en un auténtico hogar y no en un mercadillo de ropa. Aunque suene un poco como Monica Geller, no hay nada más terapéutico que un espacio limpio y organizado.
¿Versión española?
Lo veo. Sólo habría que encontrar a una española titulada en De-cluttering. Por lo demás, me parece viable y encaja con nuestra idiosincrasia. Y empezaría por esos hogares revival, donde las figuritas de porcelana, los recuerdos de veinte años de comuniones propias y ajenas, las colecciones de dedales o de cajitas de múltiples formas y tamaños pero ninguna finalidad llenan profusamente aparadores cuya única función es exponer una vajilla que nunca se usa.
Los pisos de estudiantes (los casos más extremos) encajarían perfectamente en el formato. La decoración suele combinar los muebles originales con los recogidos en las batallas del día de recogida de muebles y trastos viejos que organizan los ayuntamientos (al menos en Madrid). En estas casas sí se practica el cluttering sin decoro: en los casos más extremos se pueden llegar a ver maniquíes, señales de tráfico, paredes empapeladas... Todo ello acompañado de una ausencia completa de orden y/o limpieza.
¿Qué diría Jill Pollack de esto?
Ficha Técnica: 'Consumidos por el caos'
¡Ah, los docurealities canandienses! Porque si hablamos de reformas, lo normal es que sea importado de la televisión de Canadá, más concretamente de HGTV (Home Garden TV). Pero el género está dando tanto de sí que se impone una nueva clasificación. La clásica tipología -"de reformas", "de subastas" o "de cocina"- que hasta ahora nos servía para catalogarlos empieza a quedarse corta.
Y es que se siguen ideando nuevas lecturas del género, como ésta de la que os voy a hablar (y que me atrapó, literalmente, incluso obligándome a renunciar a una siesta de domingo) que combinan varias "disciplinas" (make over más intervención familiar) y navegan entre sub-géneros. ¿Es un coaching? ¿Es un docu-drama? ¿Es un programa de reformas? 'Consumidos por el caos' es un poco de todo eso.
¿De qué va?
Sin llegar a caer en esa vertiente mucho más trágica del Diógenes, el programa nos presenta a familias que viven, más que consumidos, sepultados por su propio caos. No es que se dediquen a coleccionar cosas (a priori) inservibles o rebusquen entre contenedores, como haría un acumulador. Es que, simplemente, se han apegado a sus posesiones: los niños conservan intacto su stock de juguetes (que crece dramáticamente de una Navidad a otra), nunca tiran nada de ropa o incluso, en el peor de los casos, han llegado a juntarse con diez televisores para cinco personas. Ante tal acumulación, las familias (no nos engañemos, sólo aquellas que son disfuncionalmente desordenadas) se ven desbordadas y no saben cómo hacer para encontrar la casa que una vez había debajo de las toneladas de desorden.
Menos mal que cuentan con la organizadora profesional (sí, es su título) Jill Pollack, que no sólo dejará su casa ordenada y bonita. También les enseñará una valiosa lección budista: el apego es la principal causa del sufrimiento del hombre. En lo referente a lo material, vivimos por encima de nuestras posibilidades de espacio y nos negamos a deshacernos de recuerdos, sin importar el tamaño -desde colecciones de entradas de conciertos hasta la Granja de Playmobil-, encerrándonos a nosotros mismos en el pasado y en una casa atiborrada de trastos. Y este caos externo -cuando llega a casos extremos como estos- puede provocar un desequilibrio a nivel familiar.
Para que lleguen a esta conclusión por sí mismas, las familias deberán primero aprender a vivir durante todo un mes sin sus cosas, retenidas en una nave industrial. Sólo podrán quedarse con diez objetos para toda la familia y una sola maleta por persona para ropa y efectos personales. El objetivo es que descubran qué echan realmente de menos durante estos treinta días. Una vez que se reencuentran con sus objetos materiales, más que una decisión, se trata de una revelación. Sólo hay que responder a una pregunta: "¿he podido vivir todo un mes sin esto? Entonces, no lo necesito". La casa se reconstruye a partir de lo que no han donado o tirado, una vez que los equipos de limpieza y decoración han hecho su trabajo.
¿Por qué nos atrapa?
Además de resultar fascinante (al tiempo que encoge) ver a qué extremos puede llegar el desorden de algunas personas (cuando se torna patológico), este docu-reality es al mismo tiempo, quien lo diría, una dosis de realidad; un jarro de agua fría sobre nuestras conciencias acumuladoras. Porque, aunque a a la mayoría nos guste vivir respetando cierto orden, nadie nos libra de ser unos pequeños Diógenes emocionales, incapaces de dejar de darle valor (y con él, poder sobre nosotros) a los objetos. Cosas que nunca usamos pero guardamos por si acaso. Cosas que alguna vez usamos y nos traen buenos recuerdos. O cosas que no sabemos ni por qué conservamos.
La efectividad del programa se basa en acumular todos los efectos personales de la familia en un espacio vacío e impersonal, que no les recuerde a su hogar y allí, en la frialdad de ese espacio, les resulta muy fácil reconocer los objetos que han acumulado sin sentido y desprenderse de la mitad de su vida. Estoy segura de que nos pasaría lo mismo a cualquiera de nosotros, aunque pensemos que no somos de los que arrastramos mucho lastre. Si hiciéramos la prueba, ¿cuántos de los objetos acumulados en estanterías y cajones pasarían a ser considerados trastos inservibles?
Una vez limpia y liberada del caos, las casas vuelven a ser espacios habitables y ordenados en los que las familias vuelven a sentirse como en un auténtico hogar y no en un mercadillo de ropa. Aunque suene un poco como Monica Geller, no hay nada más terapéutico que un espacio limpio y organizado.
¿Versión española?
Lo veo. Sólo habría que encontrar a una española titulada en De-cluttering. Por lo demás, me parece viable y encaja con nuestra idiosincrasia. Y empezaría por esos hogares revival, donde las figuritas de porcelana, los recuerdos de veinte años de comuniones propias y ajenas, las colecciones de dedales o de cajitas de múltiples formas y tamaños pero ninguna finalidad llenan profusamente aparadores cuya única función es exponer una vajilla que nunca se usa.
Los pisos de estudiantes (los casos más extremos) encajarían perfectamente en el formato. La decoración suele combinar los muebles originales con los recogidos en las batallas del día de recogida de muebles y trastos viejos que organizan los ayuntamientos (al menos en Madrid). En estas casas sí se practica el cluttering sin decoro: en los casos más extremos se pueden llegar a ver maniquíes, señales de tráfico, paredes empapeladas... Todo ello acompañado de una ausencia completa de orden y/o limpieza.
¿Qué diría Jill Pollack de esto?
¿De qué va?
[[image: {"alt":"Consumed","src":"6c6a62\/consumed_logo","extension":"jpg","layout":"normal","height":421,"width":650}]]
En ¡Vaya Tele! Respuestas | ¿Cuales son vuestros docurealities de la TDT favoritos? En ¡Vaya Tele! | Docurealities de la TDT
Ver todos los comentarios en https://www.espinof.com
VER 2 Comentarios