Al final de 'Thoughts and prayers', el fabuloso monólogo de Anthony Jeselnik, este explicaba por qué el humor negro era una manera de enfrentarnos a la terrible realidad del día a día, utilizando como blanco de sus bromas la hipocresía de la gente en Internet que, tras una tragedia, manda "bendiciones" a las familias afectadas. Eso, afirmaba, era solo una manera de hablar de ellos mismos y tratar de convertirse en los protagonistas sin necesidad de haber sufrido.
En 'Armageddon', el último especial de comedia de Ricky Gervais, pasa un poco lo mismo: en lugar de hablar de sus experiencias, pretende erigirse como protagonista de un mundo que ni siquiera es capaz de comprender.
¿Te estoy ofendiendo?
He adorado a Ricky Gervais durante años, tanto en su faceta de cómico de stand-up como en la de creador: 'The office', 'Life's too short', 'Extras', 'After life' o 'An idiot abroad' han cimentado el aura de miticismo mainstream a su alrededor junto a sus bromas en los Globos de Oro. Es el stand-up que ven los que nunca ven stand-up, el cómico que dice lo que otros solo piensan, el tipo que canta las verdades del barquero. Y, de un tiempo a esta parte, un absoluto aburrimiento.
Gervais ha pasado de sacar punta e ironizar con inteligencia a convertirse en un matón, la voz de aquellos que utilizan la palabra "ofendidito" en 2023 como si fuera una expresión real y que creen que el mero hecho de repetir la palabra "woke" es, por algún motivo, gracioso. De hecho, uno de los primeros supuestos chistes de este especial es afirmar que ahora es woke. No hay un gag adicional, un punchline o una vuelta de tuerca: el público al que se dirige ni lo pide ni lo necesita. Solo exige, cual comentarista de web o tuitero verificado, creer que está haciendo daño y ofendiendo a un grupo abstracto de personas que, por otro lado, llevan años mofándose del estilo pueril del humor del cómico.
En 'Armageddon' tenemos más de lo mismo, pero peor hilado y con ideas más inconsistentes que en sus últimos especiales. Tiene momentos brillantes (el señor afirmando que no es pedófilo, la lectura de los trigger warnings de 'La lista de Schindler'), pero por lo general es una arenga sin mucha gracia, un sermón para sus fieles que se ve interrumpido tan solo por los gritos de los mismos diciendo "¡Sí, Ricky!" cada vez que este hace o dice algo supuestamente ofensivo. Es un monólogo pensado para sentirse malote, pero tan desconectado del mundo real que esa es la verdadera ofensa.
Ahora soy woke
En 'Armageddon', Gervais repite varios de sus trucos de mago (que no le funcionaron en 'SuperNature', por otro lado), como leer sus conversaciones de Twitter, dejar pasear su transfobia, explicar los chistes o parar el ritmo cada cinco minutos para explicar a un público ofendido inexistente que es solo una broma. Y esta repetición constante de sí mismo, como si fuera un disco de grandes éxitos, es uno de sus mayores problemas: las secciones no están bien hiladas y por momentos parece más un extra de su monólogo anterior que algo completamente nuevo.
Me encanta el stand-up como medio de expresión. Y a la hora de ver a cómicos desnudándose emocionalmente en el escenario, inevitablemente algunos se alinean políticamente conmigo y otros no. Unos se meten con mi manera de pensar, otros la representan totalmente. Ese no es el problema con Gervais y ni siquiera importa: he reído hasta llorar con gente capaz de hacer que me plantee mis propias creencias mediante el humor, porque para eso es para lo que sirve la comedia. Estira tu percepción del mundo, hace que veas aquello que no puedes (o quieres) ver, te enfrenta con distintas visiones de un mismo hecho, libera tensiones. Desde Dave Chappelle hasta George Carlin o Judah Friedlander, siempre ha habido una profunda cantidad de cómicos capaces de hurgar en la herida y sacar oro de allí. Ricky Gervais era uno de ellos. Ya, tristemente, no.
Para hacer humor político y social tienes que ir más allá de la simpleza más básica. Ricky lo sabe perfectamente porque lleva años haciéndolo, pero ya sea por la edad o por sentirse cómodo dentro de la supuesta radicalidad de su propuesta (hay un momento en el que insinúa que los chinos comen perro y después afirma "¡Me habéis obligado a hacerlo!", como si no fuera un chiste básico y sin estilo), ninguno de sus disparos da en el clavo. Por decirlo de otra manera: este monólogo me ha sabido a brandy Soberano, Farias y conversación sobre "los jóvenes de hoy en día con sus pronombres y sus cosas raras, en mis tiempos no nos ofendíamos, ahora son unos copitos de nieve". Pura ranciedad disfrazada de modernismo.
¿Muere el perro?
Una de las claves de cualquier cómico de éxito es el rechazo a quedarse encerrado en sus propios prejuicios para sentirse libre de explorarlos más allá, ser capaz de reírse de sí mismo, sorprender a su público y hacerles reflexionar. En su lugar, en 'Armageddon', Ricky Gervais se ha quedado plantado en el mismo sitio en el que ya estaba: señalando a un mundo que le ha dejado atrás para un público que se siente el mismo miedo por una juventud que no entiende. En mis tiempos sí que teníamos razón. Ahora con sus géneros y sus ofensas no tienen ni idea de lo que es el humor y la risa libre.
Y sin embargo, estamos en uno de los momentos más dulces para la comedia de las últimas décadas, con una absoluta explosión de nuevas caras en la escena capaces de reírse de sí mismas y de sus tópicos. Al final, 'Armageddon' es la evolución de aquella frase de Alfonso Guerra en 'El Hormiguero' en la que decía que ya no se podían hacer chistes sobre homosexuales ni sobre enanos. Pero, al igual que Gervais, Guerra desconocía que no solo se pueden hacer, sino que se hacen. Continuamente. Sin parar. En cualquier bar con micro abierto vas a escuchar cosas que te sorprenderían contadas por aquellos que supuestamente no paran de ofenderse, por mucho que Ricky crea ser el único con la valentía para hablar en voz alta.
'Armageddon' es, una vez más, esa fabulosa escena de 'A la mierda el 2020' en la que una política interpretada por Lisa Kudrow se hacía famosa con su frase "Las voces conservadoras están siendo silenciadas". Y no es que Ricky Gervais sea conservador, ni mucho menos. O al menos, eso cree: al final de su monólogo explica que realmente es woke, pero de los de verdad, de los buenos, de los de siempre.
Porque en sus últimos monólogos, Ricky siempre tiene razón, nunca se cuestiona nada, no es capaz de ir más allá: es vitoreado por aquellos que solo quieren ser representados en su incomprensión del mundo en una cámara de eco del humor que baja el nivel de comedia y sube el de la autocomplacencia. Para lo que hemos quedado, Ricky.
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