‘La maldición de Hill House’ (The Haunting of Hill House, 2018) es una obra maestra del terror que no entiende de formatos. Una miniserie de 10 episodios, con principio, final y nudo que se puede ver, perdonen por el tópico, como una gran película de diez horas. Pero, suene como suene, eso es lo que la hizo triunfar en su momento y elevarse por encima de otras series de Netflix. Ahora, ‘La maldición de Bly Manor’ llega a la platafotma con la difícil tarea de tomar su testigo.
El planteamiento, en principio, es muy parecido al de la temporada anterior, con una gran obra literaria del terror sobrenatural de casas encantadas llevada a una línea temporal más moderna, compartiendo algunos actores y núcleos temáticos pero de forma independiente y con un tono específico que la ayuda a diferenciarse como otro trabajo autónomo, esta vez con 9 episodios y con una voluntad más activa a la hora de adaptar ‘Otra vuelta de tuerca’ y otros cuentos de fantasmas del autor Henry James.
La mejor serie de terror de 2020
El resultado, es otra gran serie limitada complementaria a la anterior y un nivel muy por encima de la media del terror televisivo que nos ha llegado… desde 2018. Pocas series han conseguido un equilibrio tan determinante entre el tratamiento de los personajes, la creatividad al adaptar un material literario sin quedarse en la mera representación, la emotividad y el horror en muchas formas, menos las más obvias. Además, de nuevo el final cierra todos los huecos de forma redonda. El único problema para no alcanzar la excelencia es... que Hill House existe antes en la línea temporal.
Hay un esfuerzo de todo el equipo creativo para lograr un producto unitario y con su propia personalidad, y su corazón de melodrama late en otra frecuencia que la primera, centrando todo su discurso en el amor en sus muchas acepciones y variaciones, desde el fraternal al ausente, a la pérdida o la ruina. Todos los personajes representan un tipo de enamorado diferente, creando un núcleo temático que funciona como un collage hasta que en sus últimos episodios se coloca todo para llegar a un colofón embrujante que vuelve a constatar la elegancia de su autor.
‘La maldición de Bly Manor’ es puro clasicismo, pero cambiado de lugar, resampleado y redefinido, en ocasiones parece más un serial gótico de la BBC que una continuación de la anterior miniserie de Netflix, en otras, una película para televisión de los años en los que está ambientada. Pero, como los espectros de los que habla, como esos recuerdos que hechizan de forma trágica y transforman los destinos en auténtica perdición, el fantasma del que huye la serie es el de su propio éxito anterior. Es como si supiera que está condenada de antemano.
Una propuesta más modesta que adolece de la falta de Flanagan
No hay una voluntad por crear un conjunto de episodios históricos, no hay intenciones de embarcarse en ningún desafío técnico, no busca rascar en las mismas pozas de la anterior para lo bueno, y para lo malo. Su propia modestia juega como ventaja, evitando meterse en saltos mortales de lo que puede salir dañada, por lo que se conforma con hacer las cosas bien. ¡Ojalá todas las serie tuvieran esa determinación!, pero en el caso de Bly Manor, deja con un sabor de boca demasiado etéreo. El problema es, digámoslo ya, que falta Flanagan.
Tras dos obras farónicas como ‘Hill House’ y ‘Doctor Sueño’ (Doctor Sleep, 2019), es difícil entender cómo el director es sacar tiempo para tanto trabajo –de no ser por la pandemia, ya tendría rodada su nueva miniserie, ‘Midnight Mass’– por ello, no sorprende que su implicación en esta temporada no haya sido tan intensa y personal. Su papel autoral está presente, desde luego, pero sin su mano detrás de la cámara estamos hablando de dos entidades diferentes, en cuanto a planificación, puesta en escena y concepto general. Se le extraña. Por suerte, la historia completa es suya y el sello está por todas partes, pero no deja de ser un escalón por debajo.
Esto se acentúa con la falta de algunos miembros del equipo habitual de Flanagan, claro. Puede que la carencia más dolorosa sea la del director de fotografía Michael Fimognari, que no solo era responsable de ese look de cine de la primera temporada, sino que proporciona un trabajo de experiencia junto a Flanagan que no tienen los dos nuevos encargados con los diferentes directores de la serie. No hay la misma gradación de colores fríos, no hay el mismo uso de las tinieblas y no hay un encuadre tan rico y pormenorizado. Todo es más tele.
Por qué Hill House fue irrepetible
No es que ‘La maldición de Bly Manor’ no luzca bien, ni que no haya un gusto visual general detrás , pero no es tan imperecedera y potente, deja el regusto de ser algo más convencional. De nuevo, nadie les culpa de no haber conseguido lo anterior, el estándar estaba demasiado alto, y no es una expresión baladí, porque todo tiene un precio. Flanagan iba a dirigir solo unos capítulos de la anterior, pero acabó firmando todos. La sensación de unidad, la uniformidad de 10 episodios bajo un mimso mando es muy poco valorada y al director le puso en verdadero riesgo de salud.
Según el propio director en el panel del Festival Fantasia de septiembre:
“Me resultó muy duro hacer Hill House. Perdí 45 libras durante la producción. Me veía realmente... al final, estaba colgando de un hilo. Y sal sintiendo que no podía pasar por algo así de nuevo, y no podía hacer que mi familia pasara por ello de nuevo. Incluso con Kate Siegel en la serie, quiero decir, nuestro matrimonio, estuvo esencialmente en pausa durante un año. Y eso fue realmente difícil”.
Con la avalancha de contenido online que llega y llega, a veces nos es difícil valorar el trabajo humano y la mirada de autor que hay detrás de lo que deglutimos y digerimos. ‘La maldición de Hill House’ es una pieza única e irrepetible porque realmente, físicamente es irrepetible. Supone un esfuerzo humano añadido al milagro de llevar una visión a la imagen en el momento adecuado. 2018 era el momento álgido del terror sobrenatural de fantasmas, tras una década de éxitos con la saga que empezó ‘Insiduous’ (2010) y el universo ‘Expediente Warren’ (The Conjuring, 2012), además de ‘Oculus’ (2012) del propio Flanagan.
Un epílogo reflexivo para un fin de ciclo en el terror
‘Hill House’ fue como un gran colofón a un estilo, una obra épica, con muchas partes implicadas, que pudo existir por la explosión de las series y la capacidad de bregar con horas de metraje de un director esencialmente cinematográfico. El nivel de perfección de los diálogos y las actuaciones, combinado con una dirección rica dentro de una historia redonda, es algo que pasa cada muchos años. Y fue el momento adecuado. Aunque le cambiemos el nombre y tratemos de hacer algo diferente, todo lo que salga de sus raíces quedará bajo su sombra.
‘La maldición de Bly Manor’ aguanta el listón y tiene un buen trabajo detrás, pero compararla es hasta injusto. No solo no se ha creado bajo las mismas manos, sino que el momento ya no es igual. Las corrientes del terror suben y bajan, cambian y se mezclan, se aclimatan y regulan, pero siempre cambian y esta secuela llega con el pie cambiado. Afortunadamente es suficientemente inteligente para no ir hacia el festival de sustos o tratar de cambiar la falta de ideas por efectismo facilón. Hay una exploración de las mismas ideas, más relajada e incluso reflexiva.
No hay grandes secuencias coreografiadas de terror, pero todo el terror es sutil, atmosférico, ejecutado desde la honestidad. En ocasiones toda ella tiene un sabor más amargo y maduro, como si en realidad fuera un gran epílogo de ‘Hill House’. Sirve también como un predicado de la anterior, sobre temas más humanos en el ámbito no exclusivamente familiar, así como la exploración de otras parcelas del género como las casas de muñecas, los niños malévolos o la posesión. Al final logra su propia personalidad y se erige como un gran serie por sus propios méritos.
Una propuesta más comedida con detalles que juegan en su contra
Por ello, quizá por falta de tiempo, quizá por buscar una identidad corporativa, quizá por exigencia de Netflix, es difícil entender por qué se ha reutilizado uno de los temas más emblemáticos de la anterior miniserie. Con algunas variaciones menores, más melancólicas, los Newton Brothers han reciclado la misma pieza, lo que solo hace que recordar a la anterior, un mal negocio que no aporta valor a esta y, de alguna manera, repiquetea hasta empezar a saturar.
Podría decirse lo mismo del reparto. Tener caras conocidas recurrentes, a lo ‘American Horror History’ resulta más propio de una identidad corporativa o de una respuesta a una petición en redes de los fans de los actores, que de una verdadera opción narrativa con sentido. Detalles menores pero que eran sencillos de esquivar, y hacen aumentar la imagen de obra hecha por el éxito de la anterior y poco más. Todo hace suponer que hay un pequeño trato con Netflix para ofrecerles una buena serie con el sello Flanagan a cambio de que estos le produjeran ‘Midnight Mass’.
‘Midnight Mass’ es el proyecto soñado de Mike Flanagan. Lo escribió en tiempos de ‘Oculus’ y lleva madurándolo durante 6 años sin saber si alguna vez podría llegar a realizarlo. Tras sus éxitos en Netflix, parece que su relación con la plataforma le ha permitido, por fin, llevar a cabo su deseo más profundo. Pero todo indica que la condición necesaria pasaba por dar continuidad a una obra que parecía diseñada y estructurada para nacer y morir en ese punto. Hay mucho de Flanagan y su melancolía heredera de ‘Al final de la escalera’ (The Changeling, 1980) en Bly Manor, pero se echa en falta su arrojo.
Todo esto no debe tomarse como que es una serie menor, ya que tan solo como adaptación de Henry James es novedosa, casi impecable en la manera en la que atribuye un cuento a cada personaje y se queda el tiempo necesario para que el texto cobre vida en una miniantología inédita, deliciosa para cualquier fan de la literatura gótica y que hace justicia a un autor cuya ‘Otra vuelta de tuerca’ ha absorbido el resto de su obra.
Y bueno, qué demonios, si ‘La maldición de Bly Manor’ encadena dos episodios finales brillantes en una de las mejores codas televisivas del año se dice, y no pasa nada. Una delicia de época en blanco y negro que recuerda al mejor cine clásico de terror italiano de los 60 seguida por una reimaginación de ‘La bestia en la jungla’ absolutamente demoledora, que da una nueva entidad a todo lo visto antes conforman un cierre de oro para una serie que quizá no pueda llegar a la altura de su predecesora, pero sigue poniendo el listón muy alto para el género en televisión de los próximos años.
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