Principios del siglo XX, un hombre se encuentra cavando en la Tierra. Su perseverancia es encomiable, pero en un accidente termina rompiéndose una pierna. Aun así, consigue la muestra necesaria de que allí hay petróleo. Años más tarde, en una nueva localización, puede montar una compañía para que sean otros los que extraigan el maravilloso oro negro. Por desgracia, uno de ellos termina muriendo en un accidente, quedando su hijo huérfano. Aunque por poco tiempo.
Con cuidadosos detalles y con desarrollo casi de película sin diálogos, Paul Thomas Anderson y Daniel Day-Lewis nos han hecho una introducción que hace un mejor estudio de personaje que películas enteras. Es obvio decir que el primero se encuentra entre los mejores cineastas vivos en Norteamérica y el segundo es uno de los mejores intérpretes de la historia. Pero nunca está de más recordar que 'Pozos de ambición' está a otro nivel.
No sin mi pozo
La película vuelve a llamar la atención gracias a su llegada a plataformas de streaming como Netflix o SkyShowtime, y no es de extrañar, ya que en su momento ya fue uno de los mayores éxitos comerciales de la carrera de Anderson. Y también por su cimentada reputación como una de las mejores películas de este siglo, pudiendo argumentarse que se trata de la cima tanto del cineasta como del actor.
El viaje de Daniel Plainview, el inconmensurable personaje de Day-Lewis, es el mismo de una nación buscando plantar su propia bandera, aunque sea a base de perforar tierra y emanar sangre. Este magnate del petróleo, muchos dirían que hecho a sí mismo, no tiene escrúpulos a la hora de recurrir a todos los medios posibles para acceder a este nuevo objeto de culto, la única guía vital que necesita.
Es por ello que uno de los principales conflictos de 'Pozos de ambición' es una cuestión de fe. El personaje de Paul Dano irrumpe como representante de una vieja religión, con una devoción enfervorecida pero también performativa. Un espectáculo que Plainview reconoce a la perfección, y ve con cierto desprecio porque no se reviste de tanto cinismo. Su nueva religión, la del capitalismo y el petróleo, no requiere vender promesas gloriosas a grandes masas, sólo aquellas que se sitúan encima de lo que quieres.
'Pozos de ambición': imparable y cruel
No por ello su empresa deja de tener el peligro de estallarle en la cara. Momentos como el de la estación petrolífera en llamas, además de una exhibición de los mejores talentos de Anderson con la cámara, se cargan de simbolismo por todas las cosas que estallan, desde su sensación de invulnerabilidad a su convicción de que su devoción al oro negro le blindaba de caer en el abismo. Y, quizá, también expone todas sus inseguridades al presenciar el incendio de un gran artefacto cuya forma se asemeja a un falo.
Hay muchísimas cosas que rascar de una película como 'Pozos de ambición', una de las más complejas y estimulantes que ha firmado Anderson. Su mirada a la forja de imperios como el del petróleo refleja sus incisivas reflexiones sobre un país imparable y cruel. Day-Lewis logra representar eso a través de un personaje vil al que llena de manierismos y una fisicalidad aterradora, que no deja de resultar interesante de seguir a pesar de sus cualidades morales cuestionables. Su escena final es una de las que se recuerdan para siempre, siendo el mejor ejemplo del animal interpretativo que es llevando la tensión hasta sus últimas consecuencias.
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