El estreno de ‘La mujer en la ventana’ (The Woman in the Window, 2021) en Netflix ha puesto fin a una carrera accidentada que ha mantenido la película en la nevera durante varios años, a lo que la pandemia ha dado la última puntilla relegando su distribución a plataformas domésticas, cuando precisamente la adaptación de la novela de A.J. Finn de 2018 es una producción lujosa llena de nombres de primera categoría, empezando por su director Joe Wright.
La espera es una publicidad en sí misma y en este caso parece que ha jugado en contra de la recepción del film, del que parece que se esperaba un thriller de actuaciones con grandes diálogos y ese toque de prestigio de propuestas más contenidas a las que esta apuesta por el riesgo con Amy Adams desatada no tiene ninguna intención de parecerse. Sin embargo, la dura reacción inicial de crítica y público, comparándola absurdamente con una mera imitación de ‘La ventana indiscreta’, o un telefilm de sobremesa, no puede ser más injusta.
Grandes apuestas de estudio condenadas al culto
Hablábamos hace poco de grandes apuestas de estudio de terror que acaban siendo estrenadas por la puerta de atrás, incomprendidas por sus productoras, y muy habitualmente por el público, una vez salen a la luz empujándolas a una ola de negatividad contagiosa a la que es fácil apuntarse en un primer momento, pero que luego, con casos como ‘La cura del bienestar’ (A Cure for Welness, 2017) o ‘The Empty Man’ (2020), se convierten en un seguimiento de culto, cuando una segunda mirada desvela que hay piezas de cine que, al menos, se salen de lo convencional.
El caso de ‘La mujer en la ventana’ no es tanto uno de filme excesivamente extraño, ya que en el proceso de ventas y absorción de Fox por parte de Disney —un punto en común de muchas de estas aventuras de gran estudio— hubo un pase previo que obligó a rodar material para hacer todo más masticable, ya que los sujetos de prueba parecieron no entender mucho qué pasaba. Viendo la película, queda patente la cualidad indescifrable de buena parte del metraje, con lo que el corte del director podría haber sido una gran rara avis en el thriller de horror psicológico.
Lo que queda tiende más a un film medianamente accesible, pero su naturaleza de homenaje navega entre diferentes texturas que no son las que puede encontrarse en un estreno de viernes de Netflix, ni prácticamente en el cine de gran estreno actual. Esto es, una revisión del cine de suspense que navega desde Hitchcock al terror psicológico de mujeres al borde del colapso mental, propio de las odiseas laberínticas de Roman Polanski y su trilogía de los apartamentos, pasando por el thriller y terrores domésticos aún más difíciles de clasificar de los 90.
De Hitchcock al giallo
‘La mujer en la ventana’ tiene una protagonista con agorafobia, pero ese miedo al exterior apenas se utiliza en el film, como sí lo puede hacer ‘Copycat’ (1995) o la más reciente ‘Wolf Hour’ (2019), y aquí el recurso sirve como explicación del estado mental que se construye sobre Anna, la doctora interpretada por Amy Adams, que riega sus noches de alcohol y pastillas y permanece encerrada en un espacio que toma formas y ambientes diferentes conforme sus estados emocionales. Wrigth está más interesado en definir la geografía para jugar en ella que en la trama criminal, porque en realidad, el film nos está describiendo el mundo de un narrador no fiable.
Puede que ciertas decisiones naden contracorriente de esta idea, pero la historia lineal no es tan importante como la forma en la que es percibida por Anna. En lugar de un ambiente puramente opresivo, grave y juguetón, ‘La mujer en la ventana’ decide volar libre y funcionar como un gran viaje por el cine de género a partir de ‘La ventana indiscreta’, que más que del film de Hitchcock —a quien hace muchos homenajes directos e indirectos, de ‘Vértigo’ a ‘Recuerda’— parece funcionar en la liga de sus imitaciones más descaradas y desatadas.
Del matiz obsesivo y voyeur de ‘Blow-Up’ (1966) a la desfachatez caricaturesca de ‘Doble Cuerpo’ (Body Double, 1984), la idea de la visión de un asesinato por la ventana es demasiado icónica como para no haberla descubierto en decenas de filmes, pero Wright está más pendiente del estilo y la forma de esas grandes variaciones de Hitchcock que incluso se adentra sin casco en el giallo puro, precisamente con escenas como la del asesinato, que parecen tener en mente obras inspiradas en la de Antonioni, incluso también protagonizadas por David Hemmings, como ‘Rojo Oscuro’ (Profondo Rosso, 1975).
Doble impacto
De hecho, la puesta en escena del film se remite a los orígenes del giallo —no olvidemos que el film fundacional del género, ‘La muchacha que sabía demasiado’, era un gran homenaje a Hitchcock, como la gran parte de los filmes posteriores— e incluso a la iluminación irreal del Mario Bava de ‘Las tres caras del miedo’ (1963), cuya historia ‘El teléfono’ es el ABC de los filmes de mujer sola en casa con asesino al acecho, como, por ejemplo, en el inicio de ‘Scream’ (1996). Y no por casualidad, la presente acaba teniendo un tercer acto desenfrenadísimo que hubiera firmado el Wes Craven más adicto a los gags de porrazo al asesino y charcos de sangre.
Pero mientras otros tratan de imitar el exceso de la escuela italiana con filtros de color y un uso más o menos toco y arbitrario de la iluminación, la exquisita fotografía de Bruno Delbonnel difumina los halos para componer una elegante dimensión cromática que trabaja junto a la atmósfera telúrica, jugando a la forma sobre el fondo sin pudor, casi en un ejercicio de fetichismo visual que recrea la pesadilla sin conciencia del tiempo de la protagonista en un purgatorio irreal.
Esto crea un estilo muy marcado pero sutil, que se apoya en una planificación y diseño de arte magistrales, que no pueden estar más lejos de "un telefilme de sobremesa", sino que proponen un escenario lleno de detalles, posibilidades, distancia e ideas que recuerdan al mejor cine de género de los 70. Wright no tiene ninguna vergüenza y plantea transiciones chifladas y demodé con detalles que hasta idealizan hallazgos fuera de época, llevando a flashbacks vertiginosos con soluciones secuenciales majaras, planos violentamente divididos, split diopters y otros trucos de la escuela De Palma.
Un desenfreno trasnochado con postre splatter
Mientras, el misterio deja de tener tanta importancia como la paranoia de no saber si la percepción de la protagonista la engaña a ella o a nosotros, y cuando todo se descubre, el film también muestra en su baraja sus raíces de terror de Grand Guignol, de la hagxploitation al slasher, sin miedo al descarrile cómico y ocasionales momentos de gore que no muestran ningún miedo al ridículo. Tampoco lo tiene su colección de grandes nombres, con Anthony Mackie o Wyatt Russell en pequeños papeles y Julianne Moore y Gary Oldman como secundarios en modo absolutamente over the top para reforzar el divertidísimo dislate.
La presencia de Jennifer Jason Leigh pone a una cara familiar para el thriller de los 90, gracias a cintas como ‘Mujer Blanca soltera busca’ (Single White Female, 1992), pero ‘La mujer en la ventana’ tiene más que ver con rarezas ocultas en su filmografía como ‘Corazón de medianoche’ (Hearth of Midnight, 1989) y otras películas de horror psicológico en las que la construcción arquitectónica es un personaje más, como ‘Apartment Zero’ (1988), donde la intriga no tiene tanto peso como la desorientación dentro de grandes edificios.
La solidez de ‘La mujer en la ventana’ sufre en el montaje, y se nota que la banda sonora de Danny Elfman es un trabajo de apaño conservador, pero incluso en su imperfección logra ser un estreno inusual, de una estética apabullante y un equipo de primer nivel que eleva su propuesta muchos enteros por encima del catálogo de Netflix. Una fiesta que no tiene miedo en mostrarse mamarracha —esa foto con gato y vaso de vino en un plano con vaso de vino— mientras juega con recursos visuales creativos, deliciosamente anacrónicos y sin filtro, todo un hallazgo para una época encorsetada a los mismos patrones de narración sin inventiva y películas cortadas por plantilla.
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