El thriller ibérico de los últimos años en España se ha convertido en un remanente reconocible de cine de géneros cohabitantes con cierta predilección por la tramas criminales y el cine negro, pero también elementos de venganza, acción y drama que encuentran en ‘Bajocero’ un buen resumen empaquetado en factura competente y un formato idóneo para Netflix, pese a que fue rodada con intención de pasar por salas.
Un factor común en filmes como ‘La Isla mínima’ (2014), ‘Que Dios nos perdone’ (2016) o ‘Tarde para la ira’ (2016) es su raíz profundamente hispana, que navega entre el noir, la crónica negra reconocible para el espectador, la aspereza de la España profunda y la sublevación de lo esperable en una película nacional respecto al humor y el costumbrismo, llevado a un extremo de búsqueda de realismo que apoyan la verosimilitud, pero también condenan a los films a ponerse corsés que tampoco necesitaban.
El miedo a hacer un film de acción con cierto apego a la evasión y unas gotitas de descaro contrapone los momentos de escopeta y pólvora con justificaciones dramáticas que comparten un tono común del que parece que, una vez instaurado por los grandes títulos mentados, parece difícil quebrar en pos de un material más maleable, en el que la búsqueda entre “no parece española” y “es genuinamente española” parece crear un código imposible de descifrar sin caer en el ridículo.
Pese a no despegar de esa matriz de personajes muy cerrados en el realismo de ‘Celda 211’ (2009), la nueva película de Lluís Quílez se permite concesiones y bandazos de guion, incongruencias y pequeños desajustes aquí y allá que no llegan a ser realmente molestos, pero sí que la separan de ese aroma de cine de prestigio al que muchos de los thrillers patrios aspiran atando cabos a la tierra. A cambio, su argumento de asalto al furgón blindado propio de un western se deja llevar por el entretenimiento de evasión y de videoclub sin concesiones.
Acción, gótico hispano y sangre
No faltan los ingredientes de crónica negra y venganza que la conectan, para bien o para mal, con ejemplos con los que no sale bien parada en la comparación, pero todo depende de cómo se mire. Por una parte “no llega” a ser la obra de un Alberto Rodríguez, pero por otra, es una versión más libre de ese tipo de propuestas, en donde las persecuciones, tiroteos y escenas de acción viven más en un mercado universal, pese a que el peaje sean ocasionales grapas secuenciales que no conectan bien entre sí.
Si por una parte tenemos elementos de cine criminal, que resuena a los periódicos y telediarios de los últimos años, el núcleo de la historia se centra en dos policías escoltando a un grupo de presos con los que tenemos la oportunidad de empatizar, mientras que son asaltados por lo que parece un francotirador al estilo de la brutal ‘Downrage’ (2007); y hasta cierto punto, ‘Bajocero’ tiene cierta vocación de slasher survival, con elementos que también podrían ser comunes con ‘La presa’ (Southern Confort, 1981).
Pero la convivencia con criminales, no solo nos recuerda al cine de John Carpenter de ‘Asalto a la comisaría del distrito 13’ (Assault on Precinct 13, 1976) o ‘Fantasmas de Marte’ (Ghosts of Mars, 2001), sino que se adscribe a ciertas texturas morales de la ficción española reciente, en donde el factor de la crisis, la visión de los políticos e instituciones ha cambiado radicalmente, siendo ejemplos clave para entenderlos ‘Cien años de perdón’ (2016) o ‘La casa de papel’ (2017).
Cinema de la crisis
No puede decirse que ‘Bajocero’ se decante por un subtexto especialmente dirigido hacia esa realidad, pero sí que hay ciertas simpatías, lugares grises y detalles que la podrían encuadrar en un “cinema de la crisis” muy reconocible y que sirve para entablar contactos con el espectador y navegar con él por zonas que comparte con algunos títulos de Taylor Sheridan, curiosamente más con ‘Comanchería’ (Hell or High Water, 2016) que con ‘Wind River’ (2017), con la que a primera vista tiene más puntos en común, pero de la que se separa a través de un sentido lúdico más templado.
La parte más dramática del film de Quílez se reserva para un tercer acto más angustioso y oscuro, hasta el que se llega tras un viaje de tiros, persecuciones, escapes desesperados y un generoso body count partidario de la violencia asilvestrada, con momentos gore que no se salta un ‘Irreversible’ (2002) o ‘Robocop’ (1987). Por ello, esa parte más arriesgada podría rechinar con el tono, pero se revela como una última bobina que redondea la experiencia, principalmente gracias a un Karra Elejalde que no falla.
Decir que la interpretación de Javier Gutiérrez es estupenda es lluvia sobre mojado, pero aquí consigue la solidez y conexión con el resto de personajes casi sin esfuerzo, especialmente con Luis Callejo, con quien no es difícil sentir una compasión especial. ‘Bajocero’ tiene algunas costuras de guion que se acercan a la incongruencia en alguna ocasión, pero a cambio se desmelena un poco y sacude los nuevos dogmas del thriller nacional ofreciendo un sólido recorrido de acción y sangre con sabor a viernes noche, dentro de una siempre bienvenida matriz spanish gothic y moral brumosa.
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