Resulta que el 23 de abril, además de otras cosas, celebremos o, mejor dicho, conmemoramos, el cumpleaños de la llegada de los reality a España. Tal día como hoy, en el año 2000, empezaba la primera edición de Gran Hermano. Sólo ocho años y parece que haga toda la vida que este tipo de programas están entre nosotros.
Los reality nos han enseñado una nueva forma de hacer televisión, una nueva forma de verla y de vivirla, y una nueva manera de sacarle provecho. En estos ocho años hemos podido ver de todo, los originales y los sucedáneos han inundado la programación de las cadenas y los intentos frustrados han estado a la orden del día.
Aún recuerdo aquellas argumentaciones iniciales en las que se hablaba de experimento sociológico. Creo que ahora ni la propia Mercedes Milá se atrevería a defender tamaña mentira. Aquel éxito de lo anónimo que propugnaba una oportunidad televisiva para cualquiera hoy se ha convertido en una distinción: los eternos aspirantes y los que no concursarían nunca. La profesión de concursante de reality ya tiene entidad propia y se nutre de la televisión, de la productora de turno y, a la vez, las alimenta.
Repasando la telerrealidad que se hace fuera de España veo que hay verdaderas animaladas que no han llegado aquí y creo que podemos dar gracias, o cruzar los dedos para que no tengamos que ver nunca programas como Pelotón (Chile), que se basa en el entrenamiento militar, o los que se basan en la búsqueda de empleo como El Aprendiz de Donald Trump y similares.
Se habla mucho de los juguetes rotos de este tipo de concursos, de los concursantes venidos a menos y de las consecuencias con las que más de uno ha tenido que apechugar por su mala gestión personal de la experiencia pero a estas alturas es extraño que alguien espere algo más que una notoriedad transitoria después de su paso por un concurso de estas características. Si es que no hay minutos en todas las cadenas para que todos tengan un espacio propio.
Se critica también los valores de éxito inmediato y de falta de esfuerzo que promueven estos formatos pero en esto no estoy de acuerdo. Aquí me parece que se culpa a la televisión de un mal de la sociedad que refleja y que utiliza, pero que no ha inventado. Eso sí, a juzgar por las parrillas, el reality goza de un excelente estado de salud.
No soy partidaria de pedir que se elimine nada de la programación pero sí que creo que las televisiones tendrían que hacer una gestión menos insana de estos programas. Los explotan hasta la saciedad, los convierten en noticia, los utilizan como un escaparate hasta límites que superan la pura gestión comercial. Creo que tendrían que ser tratados como un programa más y no como un acontecimiento de carácter nacional. En esto estoy con la gente a la que no le gustan estos programas y que si sintonizan cualquier canal tienen que hacer virguerías para evitarlos. Lo suyo es que una cadena generalista sea para todos y estos programas saturan las parrillas demasiado.
Más información | Telerrealidad en la Wikipedia En ¡Vaya Tele! | El reality show interminable