Ver Señora Presidenta es como asistir a un accidente tráfico a cámara lenta. Es una cuasi-continuación de la película Candidata al poder por parte del guionista y director Rod Lurie, probablemente junto a Oliver Stone uno de los cineastas norteamericanos más interesados en la política. Si allí una mujer era nombrada vicepresidenta, aquí es elevada a presidenta tras la muerte de su jefe. Pero Lurie fue despedido por la ABC tras unos pocos capítulos de la serie y Steven Bochco ocupó su función como productor principal de Señora Presidenta, echando a la mayoría de guionistas y a parte del reparto para conseguir en tiempo record cargarse la serie, que no ha sido renovada para una segunda temporada y va a quedar como uno de los fiascos de la década televisiva. Que nadie le coja demasiado cariño a Señora Presidenta.
Y es una pena, porque los dos primeros capítulos muestran un programa entretenido con un magnífico reparto que en sus mejores momentos sabe jugar con lo que es su razón de ser, no mostrar a un presidente norteamericano más haciendo su trabajo, sino incidir en qué significa para ella misma, su marido y el resto del país que una mujer ocupe esa función. Por ello la presencia del marido de Mackenzie Allen, interpretado Kyle Secor (papá Kane en Veronica Mars), es lo más logrado de un relato que funciona mejor como melodrama familiar que como drama político. Francamente, El ala oeste de la Casa Blanca ha puesto el listón demasiado alto.
Tampoco nos podemos olvidar de Donald Sutherland como Templeton, un malo malisimo obsesionado por el poder. No deja de ser irónico que aquí Donald Sutherland se empeñe en acabar con un presidente mientras que en 24 su hijo Kiefer se desviva por protegerlos. Casi me puedo imaginar un cruce entre las dos series con un enfrentamiento final entre Templeton y Jack Bauer y que en el clímax el siniestro político le soltara a nuestro agente federal favorito un Jack, yo soy tu padre.
Mención aparte merece ese especial sobre la serie promocionado a bombo y platillo y que finalmente resultó ser de agua de borrajas de apenas quince minutos de duración. Teniendo en cuenta las generalidades que algunas de las participantes soltaban sobre la serie (especialmente las políticas) me resulta dificil de creer que hubieran visto si quiera el piloto. No me esperaba un simposio político o una reflexión profunda sobre la relación entre las mujeres y el poder, pero tampoco este publirreportaje de una superficialidad insultante en el que los reunidos (sí, había algunos hombres, entre ellos Juan Pedro Valentín) se dedicaban a alabar la serie sin parar y a confesar su admiración por los actores.
Cuando se planteó algún tema de verdad relevante, las intervenciones se reducían a la mínima expresión. Para este viaje no hacían falta tantas alforjas. Sólo Victoria Prego se atrevió en un momento dado a criticar la figura del marido en la serie por irreal, algo que probablemente le han permitido porque el programa fue producido por El Mundo TV (de ahí la inexplicable presencia de Gallego y Rey) y no estaba mal de paso afianzar su imagen de periodista librepensadora. Si esto es un precedente de lo que podemos esperar de los informativos de La Sexta, nos podemos ya poner en lo peor.
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