Sin embargo, el programa es muy irregular. Este tipo de series documentales fly-on-the-wall funcionan mucho mejor cuando tienen como protagonistas a familias, como en el caso del exitoso Los Osbourne. En las familias de excéntricos (y en menor medida en todo tipo de familias) el conflicto es el pan de cada día. Los insultos directos o velados, las jugarretas, los chantajes emocionales y los trapos sucios dan para buena televisión. La dinámica con los amigos es muy diferente. Eso es lo que hacía tan divertidas las desventuras de los Osbourne y las de sus equivalentes ficticios, los Bluth de la genial Arrested development.
Lo que Pocholo tenía en Hotel Glam y Aventura en África, una pseudo-familia en forma de grupo de personalidades dispares obligadas a convivir que potencia los rasgos más asociales de su personalidad, no lo tiene ahora en sus aventuras en solitario. Cuando Pocholo está con gente que podemos considerar más o menos equilibrada, pierde su magia. La conversación entre Miguel Temprano y la novia de Pocholo de hace unas semanas no proyectaba de él una imagen de diversión y exuberancia, sino que parecía más bien una terapia de auto-ayuda. Como la sal, en cantidad suficiente Pocholo puede ser mortal. Pero en las ocasiones en las que está rodeado de personas con una sensibilidad, digamos, especial, su personalidad irradia el programa. En el capítulo de ayer eso ocurrió cuando apareció un gurú que se llevó a Pocholo a una aventura en una montaña de pura piedra. Pocholo miraba furtivamente a la cámara entre divertido y desesperado por la situación. Cuando el gurú sacó de un agujero en una cueva unas mantas andrajosas, tres cazos y unos botes cuyo contenido no me atrevo a adivinar, el mundo de Pocholo llegó a su máxima expresión.
En ¡Vaya Tele! | Demasiado Pocho