Comenzó en TVE tocando un cencerro y ahora es el capitoste de laSexta. Con semejante tarjeta de presentación, Emilio Aragón me parece un animal televisivo hecho a sí mismo a base de mucho trabajo y tesón, lo cual no siempre es sinónimo de calidad final de unos productos televisivos que a veces nos han hecho quitar el sombrero y que a veces hemos sentido que perpetraba para la pequeña pantalla.
Emilio (y digo “Emilio” porque para acortar no le llamaré “Aragón” y así evito confundir a maños, oscenses y turolenses) nos ha hecho reír y también se ha quedado en el intento, nos ha entretenido y también nos ha aburrido soberanamente, nos ha puesto tiernos y nos ha hiperglucemiado. Por lo general Emilio Aragón cae bien... excepto a aquellas personas que no lo tragan, que son legión.
A mí me cae bien aunque no soporto los payasos ni el circo en general. Y es que Emilio Aragón se crió en el seno de una familia de artistas de la carpa que daba como para montar un pueblo entero (en serio, que tuve que pillar apuntes cuando me puse a leerme con detalle la genealogía de este buen hombre). Su debut televisivo vino de la mano de los ‘Los Payasos de la Tele’ (“¿Cómo están ustedeees? ¡¡¡Bieeen!!!”) y ahí es donde recuerdo yo al primer Emilio, Milikito en aquel momento, emulando a un Harpo Marx sin demasiada gracia al que su padre Miliki, su tío Gaby y su primo Fofito le habían robado la capacidad de charlar y que se conformaba con menear un cencerro para reivindicar su libertad de expresión. Visto con los ojos de hoy, era ciertamente patetiquillo.
Tras la afortunada emancipación familiar, llegó ‘Ni en vivo ni en directo’, que resultó ser una oportunidad para respirar aire fresco en el apolillado panorama televisivo de la época y que nos dejó para el recuerdo y en YouTube la escena del “Menos samba e mais trabalhar”, el eterno sketch de la línea blanca con la música de ‘El puente sobre el río Kwai’, que se convirtió en una broma recurrente sin más pretensiones, y la muletilla del “Buenas noches, soy Emilio Aragón… y usted no lo es”, un plagiomenaje a Chevy Chase que pegó fuerte entre los críos del momento. Esos eran los ganchos de un programa deshilachado y con más altibajos que el Dragon Khan, pero con la total complicidad emocional de un público que alucinaba caracoles al ver a Milikito actuando en solitario y trayéndonos algo de humor semibritánico o algo así, que entonces tampoco lo teníamos muy claro.
Luego llegaría el autonómico ‘Saque bola’ y su inconfundible saludo a las masas (“Hola, hola, hola, esto es… ¡¡¡Saque bola!!!”), que a mí me retrotrae al grito de guerra de los payasos al saludar a los niños. Milikito se lanzó a la ardua tarea de conducir un concurso de chistes malos de asesinato, pero con mucho tirón entre la audiencia de Canal Sur, y ese lanzamiento como showman lo hizo ya sin frenos, como se vería cuando fichase por la que prometía ser nuestra cadena amiga.
Y es que con un Milikito que ya no quería ser Milikito sino Emilio, llegaron ‘VIP’ y todos sus vipitos: VIP Noche, VIP Guay, VIP Desayuno, VIP Merienda, VIP naranja escribe fino, VIP cristal escribe normal… y por si conseguíamos darle esquinazo con el mando, ahí llegó ‘Noche Noche’. En esta amalgama de programas que en el fondo eran todo lo mismo, Emilio Aragón estaba ya lanzao y no le importaba que lo tuvieran 35 horas al día ante las cámaras pegando botes y gritando “yeah, alright!” como un loco en medio de un completo descontrol en el plató, que culminó en mi ranking personal de recuerdos aproximados cuando la azafata Belén Rueda se fue contra el decorado con un Renault Clio de los que se regalaban a los concursantes. Sí, aquello era un follón de programa y, para ilustrar esto que digo, a la parodia (ma non troppo) de Martes y Trece me remito:
En pleno éxtasis televisivo, Emilio Aragón ejerció uno de esos transfuguismos que duelen. Se fue directamente del explosivo Telecirco a la triste Antena 3 a presentar junto a Lydia Bosch y Patricia Pérez la primera temporada de ‘El Gran Juego de la Oca’, un macroconcurso al uso de la época que se mantuvo en la parrilla hasta que en los despachos de Antena 3, fieles a su curiosa forma de entender la televisión, asesinaron el programa a fuego lento y recreándose en el dolor de todos. Quizás en compensación, Emilio se puso a presentar en la misma cadena una de tantas temporadas de ‘El Club de la Comedia’ y a las penas, puñalás.
Llegados a este punto, o Emilio Aragón ya se había calmado o quizá la edad le empezaba a pasar factura tras tantas cabriolas en el plató y fuera de él, con numerosas actuaciones musicales, varios discos en el mercado, algo de doblaje… El caso es que el buen mozo se nos puso tierno y ahí llegaron, de la mano de su productora Globomedia, sus tres series familiares hasta la médula: ‘Médico de Familia’, nueve temporadas de guilty pleasure dotado de una ñoñería in crescendo pero aceptadísima con unos datos de audiencia imbatibles, ‘Javier ya no vive solo’, que duró tres dos temporadas en antena dejavuneándonos con la serie del médico pero con otros personajes, y ‘Casi perfectos’, un intento de hacernos reír con dos temporadas seguramente excesivas a partir del segundo capítulo de la primera. Que sí, que es cuestión de gustos, ya lo sé, no hace falta que me apedreéis.
Y Emilio Aragón decidió que todo eso estaba muy bien, pero que había llegado la hora de dejar los platós para los demás y el despacho, para él. Y bien que hizo. Ahora nos ha sorprendido con una incursión como director de cine que no hace más que reafirmar su carácter polifacético como artista. Sin duda, Emilio Aragón es un incombustible del medio audiovisual que, gustos aparte, se ha ido forjando su saber hacer desde la base. Pocos hay como este animal televisivo, ¿verdad?
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