Siempre me ha dado un cierto morbo pensar que El Gran Wyoming podría haberme examinado las amígdalas en su consulta médica. Me lo imagino gritándome “¡¡¡Diga 33, maldita sea!!!” con esa manera tan suya de gritar y me parto la caja. Por suerte para mi garganta, hace años que Chechu Monzón colgó el fonendo para dedicarse a vivir de algo más entretenido que curar catarros. Se puso un mote grandilocuente para que al menos eso diera el pego y se lanzó a los escenarios de la Movida madrileña para entretener a la basca acompañado del mítico Maestro Reverendo. La tele vendría después y con ella el humor más mordaz y sangrante que se haya emitido jamás desde España.
Ocurre sin embargo que el sentido del humor es como los culos: cada uno tenemos uno propio. Por eso El Gran Wyoming colecciona abnegados admiradores dispuestos a autodepilarse las cejas a mordiscos por él y también fieros detractores que esconden en sus casas extraños guayominitos a los que clavarles alfileres vuduistas. En cualquier caso, si somos justos reconoceremos que El Gran Wyoming representa la esencia del animal televisivo. Llena la pantalla con su presencia, y no sólo porque le sobren algunos kilos, que seguramente le sobran. Él es un showman en toda regla.
Lo verdaderamente gracioso de este hombre no es ya su forma de destripar la realidad, sino la manera que tiene de abandonar los sitios en los que trabaja. Normalmente vemos cómo lo arrojan a la calle tal y como se echa a un borracho de taberna que no paga. Pero él, fiel a su imagen, se levanta, se sacude el polvo y clama a los cuatro vientos que se va porque él quiere, pero que volverá cuando le salga de las #@#~#¬!, faltaría más. El Gran Wyoming es así... and proud of it.
Entrar en las razones de sus ires y venires sería más aburrido que ver una retransmisión de la Final Four narrada por Jesús Quintero. En cualquier caso, podemos quedarnos con un detalle. El Gran Wyoming puede ser grande a ratos, o a programas, pero incluso sus acólitos se lo hacen pagar cuando baja el listón de su tremenda genialidad, que la tiene. Quizá si se hubiera puesto un mote como El Apocao de Callao no iría por el mundo despertando expectativas que luego no siempre cumple. Claro, que con un nombre así, a ver quién es el guapo que le confiaría un programa…
En realidad, El Gran Wyoming es un animal televisivo necesario en el ¿momento? político que atraviesa España desde hace casi dos décadas. Lo necesitamos como necesita pan el membrillo para que unos y otros bramemos a favor o en contra de él y mientras nos peleamos entre nosotros no le prendamos fuego a nadie. A falta de un payaso realmente eficaz como el de ‘La hora chanante’, El Gran Wyoming es el bufón que todo rey quisiera para sí. Y no hay que darle muchas más vueltas a la tortilla, que se marea y las patatas salen volando por la cocina.
Decantarse por él es fácil. Puede ser cruel y vengativo con quienes no están a su altura a la hora de criticar. Y si no, que se lo digan a los de Intereconomía. Eso gusta a sus seguidores porque ellos ven en El Gran Wyoming una especie de robinjud todopoderoso que pone en su sitio al villano y se regodea públicamente después de meterle una paliza cual Chuck Norris, a golpe de sarcásticas y ágiles patadas voladoras. Es la ventaja de tener un cuerpo calloso multiplexado.
Ponerse en su contra también es fácil. Basta con sacar a pasear la neurona de la reflexión y decidir que, bromas aparte, el hombre tiende a cargar hígados ajenos, por lo que ya es bueno que no prosiguiera con su profesión inicial. Pero es que, si dejamos las bromas aparte, más vale que optemos por otro canal. Mirar a El Gran Wyoming y no desfallecer exige ponerse a sus pies y aceptar de buena gana lo que él nos eche. Y el resto es vivir para sufrir.
De todas formas, también es verdad que hemos venido a este mundo para sufrir. Y por eso, ahora os paso la patata caliente a vosotros, si es que habéis llegado hasta aquí. ¿Qué pensáis de este animal? Televisivo, se entiende.
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