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Eurovisión 2010, después del espectáculo

¿Es justo que el festival de Eurovisión celebrado en Oslo se recuerde por el asalto al escenario perpetrado por Jimmy Jump durante la actuación del español Daniel Diges? Seguramente no. Una cosa es que a uno le dé por buscar lo más friki de entre los participantes y otra muy diferente, negar la valía como espectáculo televisivo que ha tenido la 55ª edición del Festival europeo de la canción.

No podía ser de otra manera en un escenario simplemente espectacular y, teniendo en cuenta el trabajo que conlleva esta retransmisión en directo, el resultado como producto audiovisual no puede recibir otra respuesta que elogios.

Claro, que el contenido del festival también tiene mucho que ver. Y en esta ocasión el contenido no ha desmerecido el continente. Había mucha balada y muchos ritmos alegres, que ya dije que los había que eran ideales para irse de fiesta por ahí, como las canciones de Moldavia, Francia, Grecia, Islandia o Alemania, y el hecho de que los estilos fueran alternados ha servido para mantener el tempo del programa, algo a lo que también han contribuido las ágiles presentaciones de los participantes. En resumidas cuentas, uno tenía la sensación de que el tiempo volaba mientras se sucedían las canciones, a pesar del empacho de baladas a golpe de ventilador.

Pero es inevitable hablar de la aparición por sorpresa del provocador Jimmy Jump, y en este aspecto es de destacar la intervención de Daniel Diges instantes después del incidente sufrido sobre el escenario, confesando con nerviosa simpatía que se había dado cuenta de que había alguien que sobraba allí arriba (mejor me callo el chiste) y dando en el clavo de lo que es Eurovisión:

Como ganemos, todo el mundo va a meter un espontáneo todos los años.

No ha sucedido tal cosa, porque el título de la canción española era premonitorio de cómo iba a quedar nuestro representante entre sus competidores, pero desengañémonos, que la gente le tiene tomada la medida a Eurovisión. Algo que quizá no se entendió cuando hablé del frikismo imperante en el certamen es que los países envían cantantes más o menos competentes musicalmente, no diré que no, pero buscando causar sensación, a veces a cualquier precio. Y tienen éxito, tanto, que la gente se apunta al carro e identifican esto de Eurovisión con ir a montar el número. Si pudo ir un pavo irlandés a participar, por muy Espinete que sea en su país de origen, ¿por qué no va a entrar en escena un espontáneo casi profesional? Todo vale, ¿no es eso?

Hablando de lo de causar sensación, es remarcable la cantidad de personajes que han cantado descalzos. Los de Georgia y Armenia, por ejemplo, han salido a escena con los pies al aire libre, como hicieran la británica Sandie Shaw en 1967, la española Remedios Amaya en 1983, la turca Athena en 2004 o la húngara Magdi Rúzsa en 2007. Pero es que este año he perdido la cuenta de los dedos que he llegado a ver sobre el translúcido suelo de Oslo. Curioso, cuanto menos.

Además, y por citar algunos otros ejemplos, digamos extraños, tenemos la guitarra con precinto de Chipre, el tío de la amoladora por parte de Turquía o los mismos soldaditos de plomo de España, por no hablar de las votaciones cantadas desde Estonia. Aunque para mí, el dolor ha venido de la mano de Serbia, cuando el cantante “inquietante, un poco saltarín y ambiguo”, en palabras del (este sí que) inquietante Uribarri, ha aparecido en escena sin el show de trajes regionales que esperaba yo, ¡maldita sea!

Ah, y ahora que he dicho el nombre de Uribarri, ahí va una petición: ¿alguien puede emplear el precinto de la guitarra chipriota para amordazar a este buen hombre? Es que sus comentarios durante las votaciones son exasperantes: entre sus babeos en cuanto sale en pantalla alguna chica guapa y sus constantes spoilers sobre cómo van a quedar las votaciones antes de que queden en algo, no hay dios que lo soporte, por mucho que sepa sobre el asunto.

Finalmente, y aunque el terreno musical no es de nuestro negociado, no puedo evitar hablar de cómo la representante ucraniana ha defendido su canción a grito pelado, que responde a lo que estaba ensayado pero que no acaba de convencerme, pero si hay algo que me ha parecido increíble ha sido el corral de gallos desatados por: la cantante danesa, el participante británico (que, como dicen en la redacción, parece sacado de High School Musical) y el representante israelí. Oyendo sus desafinos, creo que no hubieran pasado un casting dirigido por Risto Mejide ni de casualidad pero, en fin, será que no entiendo cómo funciona el tema eurovisivo. Al fin y al cabo, la canción ganadora me gusta y Uribarri no ha dejado de decir en toda la noche que la alemana es una cría que canta en un karaoke. ¿Alguien me lo explica?

En ¡Vaya Tele! | Eurovisión 2010, nuestros principales rivales

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