Hace un año, cuando Londres se vio sacudida por una cadena de brutales atentados terroristas, la prensa inglesa nos dio una lección de mesura a la hora de tratar este tipo de acontecimientos luctuosos. Y cada vez que ocurre algo similar, como hoy en el metro de Valencia, de nuevo la prensa española demuestra su falta de gusto, de corazón y de ética. Como ejemplo tenemos a España Directo, cuyos corresponsales se dedican a incordiar a una herida en el accidente que ni siquiera todavía ha conseguido localizar a sus dos hijos pequeños. O a retrasar a familiares que no saben si sus seres queridos están entre las víctimas.
O a sacar a los miembros de los servicios de emergencia siempre que pueden las frases más dantescas que puedan sobre cuerpos desmembrados y partes amputadas. No vaya a ser que a alguien se le olvide que cuando hay un accidente como éste los cuerpos no quedan precisamente en buen estado. Una corresponsal ha llegado a decir que se juega el cuello a que el Papa hará alguna referencia a la tragedia cuando visite Valencia dentro de unos días. Llamar poco afortunada la frase se queda corto. Cuando los periodistas que salen a la calle representando a la televisión pública se comportan como los más ansiosos carroñeros de la prensa amarilla, una se pregunta cuál es exactamente la utilidad social (o la utilidad a secas) de Televisión Española.
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