Resulta más barato realizar el programa grabado, pero los cortes se podrían realizar con más gracia para evitar que el producto resultara tan enlatado. Miriam Díaz Aroca anda despitada como maestra de ceremonias, pero sus continuos errores no distraen al espectador de la apariencia plastificada que le ha dado un exceso de cirugía. Y la división entre concursantes masculinos y femeninos unida a la distribución por bloques resta ritmo al resultado. Lo único bueno había sido la presencia del director de escena Jerome Savary como el malo del jurado, pero esta semana nos quedamos sin él. Cabe preguntarse cuál fue el propósito de sustituirlo por dos jueces más cuando ello daba pie a inevitables empates y más aún el sentido de incluir a Jordi Estadella, que estaba destinado a heredar el rol de Savary. Se puede ser borde y gracioso como Savary, pero Estadella optó por ser borde a secas y sus votaciones parecieron llegar más por un ataque de estreñimiento que por un propósito de sinceridad. Con tanto cambio desde la primera entrega, a veces pienso que el programa parece ser más un casting de jurados que de artistas.
Sin embargo, a pesar de todos los errores a nivel formal, no puedo evitar sentirme atraída por el programa, quizás porque también soy admiradora del teatro musical. Hay dos o tres concursantes genuinamente talentosos a los que merece la pena seguir (como Quim, cuya relación con la jurado Aída se pone interesante) y el número de Bombay Dreams con Serafín Zubiri de esta semana fue francamente notable. Cierto que también hay horrores diversos, intérpretes que no entienden el número en el que están y vestuarios discutibles, pero la irregularidad es algo que está garantizado en el formato. Pero la suerte del programa se puede palpar viendo la confianza que tiene en ella una cadena como La Primera que ni siquiera se ha dignado darle algo tan imprescindible en estos días como una página web.
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