David Broncano, Jorge Ponce, Ricardo Castella y Grison se enfrentan a su reto más complicado: llegar al mainstream y no cambiar por el camino
Hubo un tiempo en el que David Broncano no podía ni siquiera soñar con competir contra Pablo Motos. Dirigía 'La vida moderna', que era un fenómeno millennial de nicho, y colaboraba en la SER y con Andreu Buenafuente, pero nadie confiaba en que este chavalín de Orcera pudiera llevar un late night sobre sus hombros. A decir verdad, es así: 'La resistencia' es un programa que no debería existir, mucho menos durar siete años ni llegar al mainstream, porque es pura anti-televisión española. Al menos como se entiende en 2024. Tiene intencionalidad y personalidad. ¿Cómo se atreven?
La insistencia de 'La resistencia'
El verdadero artífice del éxito del formato no es Broncano, sino Ricardo Castella, un nombre que sonará a los más estudiosos de la comedia de nuestro país porque lleva a pico y pala desde los inicios de Comedy Central. La idea de hacer 'La resistencia', que se llevaba madurando desde hace tiempo, era perfecta y casi sin riesgo: un programa nocturno nacido al albor del entonces poderoso 'Late motiv' en una cadena privada que rara vez llegaba al 1% de audiencia. Si era un fracaso, bastaba con barrer debajo de la alfombra.
Nadie podrá quitarme de la cabeza que 'La resistencia' nació queriendo ser un 'The Eric Andre Show' a la española, incomodando a los invitados (de ahí nació la pregunta "¿Cuánto dinero tienes?"), con un presentador que no se preparaba las entrevistas ante un público hostil. Frente la candidez de Buenafuente y de 'El hormiguero', que estaban quedando anquilosados ante el arrollamiento absoluto de los nuevos storytellings en redes sociales y programas venidos de Estados Unidos, los late night patrios necesitaban una especie de 'La vida moderna' que recuperara al público joven perdido por otras caras, maneras de entrevistar y de narrar.
'La resistencia' ha tenido siempre claras dos cosas. La primera es que el hecho de que nadie lo haga no quiere decir que no se pueda hacer: en el programa se ha visto, entre miles de otras tonterías, desde Miguel Noguera convertido en gusano hasta Jorge Ponce haciendo una versión de una hora de 'La historia interminable' (aún ahora, el mejor gag de toda la historia del programa). La segunda, que no todos los invitados van a entender el espíritu, y que alguno va a ofrecer su peor cara cuando vea que no hay promoción y, en su lugar, le están preguntando por su montaña favorita. Y con estas dos máximas siempre en mente, han hecho algo realmente especial que ha ido macerando poco a poco.
David, bronca no
En sus inicios, el programa se pasaba intentando forzar la primera de sus reglas mostrando que eran totalmente diferentes al resto, como un niño rebelde frente a sus padres. Esto llevó a secciones olvidables como "¿Quién prefieres que se muera?" o chabacanas actuaciones de Petróleo, el grupo de Ignatius Farray (al que, fuera de su vertiente musical, adoro). Pero a medida que el público ha ido abandonándolo y ha dejado de ser un fenómeno social, 'La resistencia' se ha refinado y ha dado con la clave exacta de su grandeza. No era atacar y destruir el mainstream: era hacerlo a su manera.
'La resistencia' es Jorge Ponce montando una boda en Callao para él y un bolardo de la calle, pero también una persona del público aleatoria metida en una piscina de bolas. Y un invitado tirándose en tirolina, una caja donde se esconde un vídeo asqueroso, preguntar por las relaciones sexuales del último mes, dejarse insultar por el público, Grison con bótox, Castella cantando sobre el clicbait que crea el propio programa, Ignatius destruyendo un sofá a cuchilladas, "Le sale a pagar", Lalachus recibiendo un saludo de Leticia Sabater, Broncano y Dani Martín interrumpiendo 'El hormiguero' en patinete para saludar. El no saber nunca lo que va a pasar, la neblina de la comedia y la sorpresa que tan olvidada está en la televisión actual, apolillada entre platós.
No nos engañemos: La 1, como el resto de televisiones generalistas, es cosa de gente mayor (el televidente medio tuvo una media de 58 años en 2023). Y como tales, quieren programas que supongan una agradable rutina, un runrún de fondo. Nunca va a haber un giro que lo cambie todo en 'Y ahora Sonsoles', igual que nadie del público tiene barra libre para hablar en 'El hormiguero' o en 'Zapeando', porque no es lo que el público de esos programas quiere ver. Quiere repetición, risas fáciles y secciones que, a estas alturas, no sorprendan. Y por eso 'La resistencia', con su vocación de constante cambio, tiene todas las de perder.
¿'La resistencia' en la residencia?
Para el recuerdo queda aquel 'Lo que de verdad importa' que hicieron durante la pandemia y que supuso un antes y un después en la historia del programa revolucionando por completo su propio formato mientras el resto trataban de sacarlos adelante por Zoom con los mínimos cambios posibles. Precisamente porque no se jugaba nada, 'La resistencia' siempre ha innovado, sin permitir anquilosarse ni por un solo momento y usando sus propias desventajas a su favor. A lo largo de siete años, el late-late night canalla ha aprendido a ser un late night mainstream sin perder su espíritu. No era fácil, pero lo han hecho.
El paso a La 1 es un pelotazo gordo. Y no necesariamente por el dinero que la cadena se gastará en él (sale a 87.500 euros por programa producido, 22.500 menos que 'Cuatro estrellas', que se emite ahora en su franja), sino porque va a tener que enfrentarse al escrutinio público de verdad, sin poder esconderse tras el muro de pago de Movistar Plus+. Ese que ya va con una idea preconcebida sin haber visto un solo episodio y que no está dispuesto a darle oportunidades: solo a enfadarse ciegamente por el primer chiste de porros de Grison o la primera pregunta inoportuna de Broncano.
Y, sobre todo, porque han cometido el error más grave que se puede hacer en televisión hoy por hoy: tener estilo propio, personalidad y querer sorprender al público. Eso lleva, claro, a que muchas veces se pasen de la raya, difusa en Movistar Plus+ (para el recuerdo está la censura de sus magnates hacia el monólogo de Iggy Rubin, que llevó a que el programa del día siguiente se hiciera pretendidamente sin un solo chiste a modo de protesta) pero que en TVE tendrá que rendir cuentas ante el Defensor del Telespectador y un potencial público de millones de espectadores, entre los curiosos por ver cómo se traslada el espíritu a la televisión pública y los que quieren machacarlo.
¿Funcionará? Quién sabe. Ojalá. No porque sea especialmente fan de 'La resistencia' (pese a lo descrito aquí, soy más fan de sus partes que de su todo), sino porque la televisión lineal necesita probar formatos y rejuvenecerse para llegar a nuevo público si no quiere que dentro de unos años sea un mero recuerdo nostálgico. Pero si quiere llegar ahí, debe ser consciente de que para salir del eterno ciclo de realities de competición, edutainment y telenovelas hay que dar tiempo y espacio para que los programas con personalidad puedan crecer, florecer y encontrar su espacio. Crucemos los dedos para que alguien, en algún sitio, lo entienda.
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