Es cuestión de tiempo. Los reality show empezaron con un nivel aceptable, pero a medida que avanzan las ediciones, hay que ir incrementando el listón del morbo porque, si no, la audiencia se aburre. ¿Edredoning? ¿Sexo explícito? ¿Violencia de género? Pues nada, ahora un paso más.
En la edición australiana de este año, el padre de la concursante Emma Cornell ha fallecido durante la estancia de la chica en la casa. Y la decisión de la productora (siguiendo el expreso deseo del padre, que no quería "interrumpir la carrera al estrellato de su hija") ha sido... ocultárselo. Todo el mundo sabe que su padre se ha muerto, menos ella y sus compañeros de la casa.
La televisión está alterando los valores morales. Resulta que es más importante "el estrellato" (con todas las comillas del mundo, recordemos cuántas "estrellas" y la calaña de las mismas que han salido de Gran Hermano) que el duelo por un padre muerto. Yo no puedo entenderlo. Supongo que el fín de todo esto es generar revuelo, que se hable en los medios del programa y revitalizar la audiencia. ¿El coste? Qué más da.