El showcookman Jamie Oliver se ha lanzado a salvar vidas, concretamente las de la ciudad menos sana de Estados Unidos, que al parecer es Huntington (West Virginia), en un coach a gran escala de la ABC llamado ‘Jamie Oliver’s Food Revolution’ con el que pretende corregir los hábitos alimenticios de todo un país comenzando por los escolares que se zampan una pizza para desayunar y unos nuggets con salsa barbacoa para comer.
Es como aquel ‘Soy lo que como’ que duró nada y menos en Cuatro, pero con un ambicioso objetivo social tan loable como difícil de conseguir en un país que, sin embargo, hace un lustro sustituyó las galletas de Triki por fruta y verdura para intentar que los niños dejaran de desplazarse por rodamiento. El reto promete.
No es la primera vez que Oliver se pone ante las cámaras para hacer entender a los chavales que lo que comen puede hacerles daño a medio o largo plazo, ya que anteriormente trabajó con escolares en su país de origen, Reino Unido, cuando con sus shows ‘Jamie School’s Diners’ y ‘Jamie’s Ministry of Food’ cambió los hábitos alimenticios de su propio país, aunque ahora más que una continuación a su carrera como divulgador de temas nutricionales parece que Jamie Oliver esté buscando el problema en su epicentro, la ausente cocina estadounidense, y lo hace con todo su saber hacer en este terreno y en el de la comunicación masiva, que domina sobradamente.
De hecho el planteamiento inicial podría recordar a la obra de Morgan Spurlock ‘Super Size Me’, pero no es exactamente eso. Si Spurlock centraba aquel trabajo en sí mismo y en lo mal que le sentaban los bigmacs a un vegetariano como si fuera Samanta Villar en un hipotético ’21 días poniéndome hasta el culo de comer’, aquí Oliver da mucha voz a los demás para componer el retrato inicial, el trabajo y, supongo, los resultados finales de su labor, que con sólo tres programas emitidos es pronto para aventurarse a vaticinar conclusiones.
Personalmente, el rol de Jamie Oliver me recuerda más a una supernanny de los fogones, aunque en esta ocasión el coacher a veces aparece como un héroe momentáneamente vapuleado y vencido por haberse metido él solito en plena boca del lobo y con todos los elementos en su contra, lo que sin duda aporta una mesurada dosis de dramatismo al producto final.
‘Jamie Oliver’s Food Revolution’ incluye una buena cantidad de impactos visuales, algunos ciertamente desagradables, que el cocinero emplea muy hábilmente para conseguir su cometido, y no está exento de una buena dosis de emotividad bien canalizada, todo muy condimentado al gusto americano, que es de lo que se trata en definitiva. Y todo eso, con el habitual desparpajo del cocinero más desenvuelto de todos los platós culinarios del mundo, con el permiso del desinhibido Arguiñano, claro, pero sin canturrear ni contar chistes, que no es plan. O sí, no sé. ¿Alguien de los presentes se imagina al cocinero vasco cambiando hábitos en un programa similar?
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