De un tiempo a esta parte, los actos políticos (cualquiera, y de cualquier partido político) tienen una doble dimensión: la real-local (ese pabellón que se llena de enfervorecidos partidarios, esos voluntarios que ayudan a organizarlo todo) y la mediática: las conexiones en directo de las televisiones, las imágenes, los gestos, los mensajes. Y, lógicamente, esta segunda dimensión tiene, por alcance, una importancia mucho mayor. Todo en este tipo de actos está pensado para las cámaras: la escenografía, la colocación de las personas entorno al escenario, los colores, las frases grandilocuentes que destacarán los medios, los gestos efectistas que reproducirán las televisiones. La atención de los televidentes (y votantes) es un recurso escaso, que hay que intentar lograr por todos los medios.
Y una Convención como la realizada por el Partido Popular es la culminación de estas estrategias. Tres días (más la semana anterior, más la semana posterior) en la que tienen asegurada una cuota de atención por parte de los medios. Lo importante es generar un buen número de frases, momentos, gestos e imágenes que permitan, por un lado, llamar la atención y por otro orientar el voto de los telespectadores.
Personalmente, me entristece. Este es el sistema político al que hemos degenerado. Importa más una frase bien dicha y convenientemente amplificada por los medios, que un montón de realidades cotidianas. Porque esa frase podrá mover más votos que cualquier realidad. La política se transforma así en un ejercicio de telegenia, donde lo que priman son los asesores de imagen y los escritores de discursos. Porque lo que diga la tele es lo verdaderamente importante. La realidad... en el fondo, ¿qué más da?