[Continuación de una historia que empezó con esta entrada].
Cómo llegué a esa situación con Allison, empecé a explicarle, nunca lo supe. El caso, y es algo de lo cual nunca me he arrepentido, pese a como terminó degenerando todo, es que practiqué con ella todo el sexo que jamás pude imaginar. En una fiesta del American Institute la conocí. Pelo moreno, estatura media, mulata y con la belleza propia de estas mujeres. No recordaba quién me la había presentado, ni en que idioma hablamos, aunque en días posteriores practiqué un español fluido (en realidad fueron otros idiomas que desconocía ser capaz de practicar). A las dos horas de conversación me confesó que debía marcharse, y que si quería podía acompañarla. Así, después de una noche de gran juerga, terminamos en su piso. Al principio tenía mis reparos, puedo jurar que subí con buenas intenciones, pero cuando la vi desnudarse al ritmo del 'Born in the USA', lo patrióticos que llegan a ser, y follarme, porque para que engañarme eso fue lo que hizo, con el 'Sexy mother fucker' sonando de fondo, fue para mí como elevarme a los altares, como si de repente se hubiesen visto cumplidas una gran parte de mis fantasías sexuales, aunque éstas jamás habrían incluido a Prince.
Desde el inicio, yo lo pensaba y creo que ella también, sabíamos que nunca nos enamoraríamos (recientemente habíamos salido de sendos desengaños amorosos), que nuestra atracción podría resumirse a un plano meramente físico, aunque más bien era necesidad del uno por el otro, si es así como se puede decir. Disfrutar cada instante, a todas horas y sin parar, sin importar lo que en ese preciso momento estuviéramos haciendo. Eramos como un estudiante aplicado y deseoso de conocimientos y su profesora particular enseñándole la correspondiente lección.
Todavía creía que con el tiempo nos terminaríamos conociendo mejor, que a pesar de nuestras iniciales sensaciones teníamos que descubrir si podíamos conseguir modificar esos sentimientos. Pero lo que mejor conocí de Allison, y si recapacito un poco lo único, fue su cuerpo. Nunca olvidaré ni el contorno ni la forma de sus senos, ni el pequeño encanto de sus pezones, ni el lunar estratégicamente colocado a la altura de su ombligo... Hubo una semana que no paré de pensar en ella. Necesitaba sentir sus originales caricias y sus caprichosos besos, percibir cada bocanada de aire contenida en su aliento, sus jadeos al lado de mi oído, su olor en mi cuerpo..., lo que en realidad deseaba era darme continuos revolcones entre las sábanas de su cama. Era tal mi ansiedad que incluso comenté mi problema a Lucas y él me aconsejó que me aprovechara mientras pudiera. Y eso fue lo que hice: Carpe diem. En fin, no había motivos para quejarme y, a pesar de ello, a las dos semanas de hacer siempre lo mismo, tiene narices si lo pienso con el paso del tiempo, terminé por cansarme. Y aquí estuvo mi error, no fui capaz de dejarla.
La última semana que estuvimos juntos ocurrió el incidente de Woody. Ella vivía en un piso de la calle Martín de los Heros, muy cerca de los cines Alphaville y Renoir, con sus versiones originales, y que por su proximidad visitaba con frecuencia para distraerse.
Una noche decidimos ir al cine en sesión de madrugada. A Allison le encanta Woody Allen y coincidió que reponían 'Annie Hall'. Compramos las entradas y, porque la apeteció, nos sentamos en un rincón de la última fila. Ni por lo más remoto podía imaginar lo que después iba a pasar. Desde el comienzo de la película, y en el mismo instante en que apareció Woody Allen en pantalla, Allison se mostró muy cariñosa e inició su acoso en un ritual muy bien estudiado. Primero, en ese instante comprendí por qué llevaba minifalda y por qué nos sentamos al final de la sala, se quitó las bragas, me desabrochó la bragueta, sacó un preservativo del bolsillo de mi cazadora, y en la escena donde Annie intenta convencer a Alvy para que se fumen un porro, alucinar y tener nuevas experiencias sexuales, ya no recuerdo más de la secuencia, Allison, o era Annie, se colocó encima mío y empezó a moverse.
Estaba asustado, sorprendido y, por supuesto, completamente avergonzado. ¡Alguien podría vernos! A ella no parecía importarle nada ya que seguía con su sube y baja, y con sus manos frotaba mi cabello e introducía su lengua en mi oreja, y cuando me disponía a seguirle el juego me susurró al oído: "Así Woody. Sigue. Como me gusta. Sí, sí, sííí." Se suponía que estaba jodiendo conmigo y en cambio ella con quien verdaderamente creía que lo estaba haciendo era con Woody Allen. Me sentí manipulado. ¿Qué clase de broma era? ¿Cómo un tipo casi calvo, con esa cara y esas gafas y, además, enclenque podía ponerla tan cachonda? Ya comprendía sus palabras sobre que el atractivo de un hombre residía en su inteligencia.
Por venganza pensé que no era Allison quien se suponía estaba allí conmigo sino Susana. El pecho que tocaba, el cuello que mordía y la cintura que acariciaba eran las suyas, y, por primera vez desde que me acostaba con Allison, fue algo más que sexo.
No recuerdo el tiempo que estuve con la americana botando sobre la butaca, pero si que me sentía como el protagonista de una película porno, ella la actriz estrella y el resto del público en el cine los espectadores de la exhibición. Antes de que la sala fuera iluminada, de eso sí me acuerdo, se colocó en su asiento y se vistió. No hubo palabras, tampoco reprimendas ni malos gestos, y sí una sensación de que nuestra relación había terminado. Lo que acababa de suceder y lo que terminé por llamar el efecto Woody fueron la excusa.
En blogdecine | Woody, un cuento (I)