Thomas Leo Clancy nació en 1947 en Baltimore, Maryland, Estados Unidos y allí murió ayer mismo a la edad de sesenta y seis años. Lo de Clancy fueron los universos tempranamente nostálgicos de la Guerra Fría, tal vez porque alcanzó la máxima popularidad en los últimos eslabonazos de tensión, hacia finales de los setenta y los ochenta.
Para la Guerra Fría que terminaba, y daba paso a una era marcada por el fin de la Historia y una cierta hegemonía de los Estados Unidos en materia de política exterior, se inventó un héroe, o más bien varios, llamado Jack Ryan, que por no ser no era ni guerrero ni policía y sí un agente de la CÍA, cada vez en rangos mayores.
El universo de Clancy pues se ajustaba como un guante al audiovisual y aunque publicó numerosos libros, pronto se hizo evidente para todos que lo suyo era irlos adaptando o incluso concebirlos directamente para PlayStation, como bien saben los lectores y lectoras que lleven tiempo enganchado a la consola.
Su Jack Ryan ha tenido un montón de encarnaciones cinematográficas, siendo la primera adaptación, que no novela del ciclo, la que comentamos hace poco, 'La caza del Octubre Rojo' (The Hunt For Red October, 1984) dirigida por un hercúleo John McTiernan.
En sus siguientes encarnaciones fue Harrison Ford quien lo interpretó y John Milius quien aderezó los guiones que firmaba Steven Zaillian. Las películas las dirigió un australiano, Philip Noyce, y se llamaron 'Juego de Patriotas' (Patriot Games, 1992) y 'Peligro Inminente' (Clear and Present Danger, 1994). Para cuando Ben Affleck tomó el relevo con 'Pánico Nuclear' (The sum of all fears, 2002) era demasiado tarde o tal vez demasiado temprano para seguir con las tensiones en un mundo cuya geopolítica exigía también ficciones más ambiguas.
Y justo ahora, que viene la quinta adaptación de Ryan, bajo el genérico nombre de 'Jack Ryan' (id, 2013) se ha ido su autor y queda en manos de Kenneth Branagh y la estrella de turno, Chris Pine, demostrar si el agente de la CIA puede tener validez en un mundo en el que los rusos no causan tanto pánico (pese a que las autoritarias administraciones de Putin no sean, precisamente, una sombra de tranquilidad) ni existe una clase política capaz de llevar al límite ciertos conflictos.
Son, desde luego, tiempos extraños. Clancy ha dejado tras de sí un puñado de fantasías militares estadounidenses que pueden darnos tardes de desconexión cerebral y meridiana diversión: a fin de cuentas, los españoles siempre fuimos pequeños generales cuando se trataba de hundir la flota.
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