La perfección es una cualidad casi paradójica para hablar de cine. Primero porque elaborar una película implica un proceso muy laborioso, complejo y lleno de complicaciones que van a trastocar una inmensa mayoría de veces la intención inicial. Segundo porque la perfección está realmente en los ojos del que mira, porque es casi una pura reacción visceral ante algo que es abstracto por naturaleza. Si cogiéramos distancia, podríamos señalar un problema u otro de aquello a lo que pondríamos perfectamente un 10 (o alguien de fuera se encargará de señalarnoslo).
Las obras maestras por tanto no tienen que ser perfectas. De hecho, casi deberían evitar querer serlo, porque la verdadera fascinación surge de esa alquimia de diferentes factores que crea algo abrumador, especial y estimulante. Cualquiera podría coger y exponer una de las grandes películas de la historia y comentar algo que no le gusta, pero es la conjunción de posibles fallos e increíbles virtudes sobre las que se sostienen monumentos como ‘El Padrino. Parte II’.
Cómo construir el poder
No se descubre nada al hablar de esta película de Francis Ford Coppola como una de las mejores de la historia del cine. Una gran cantidad de aficionados al cine, de críticos, de gente que se dedica al arte, la han colocado como tal desde su estreno hace ya 50 años. Hoy es un gran día para disfrutar de un clásico inmenso que se puede ver en streaming a través de Max (y también en SkyShowtime).
Habiendo asumido ya su papel como heredero del negocio familiar en la mafia neoyorquina, Michael Corleone intenta llevar la empresa hacia el siguiente nivel para consolidar su imperio. Paralelamente, seguimos la historia de un joven Vito Corleone que llega a los Estados Unidos desde Sicilia y va escalando poco a poco posiciones en el crimen local.
Si Coppola había ya contado en la primera parte una grandísima tragedia sobre la herencia de padres a hijos de un legado atroz, este ejercicio entre la precuela y la secuela expone de manera aún más grande sus ideas sobre el sueño americano. Un ideal sostenido a base de decisiones despiadadas, de traiciones, de sangre y de violencia.
‘El padrino. Parte II’: mejorando lo magistral
Trazar paralelamente los viajes de padre e hijo refuerza y hace aún más fascinante esta visión sobre un país a través de el poder y el crimen que campa libremente, pero se trata de no comentar a viva voz. Sus respectivos ascensos y consolidación muestran con increíble aplomo cómo se alcanzan realmente las cimas, qué cabezas hay que cortar para seguir subiendo y acumulando.
Aunque parezca que no haya grandes diferencias en el tono y en la pericia técnica con respecto a la primera película, el gran trabajo en la estructura narrativa y en el desarrollo de los personajes permite creer que algo tan magistral como ‘El padrino’ podía ser mejorado. Al Pacino hace una de las interpretaciones más extraordinarias que se han visto en este arte, y Robert De Niro no se queda corto en su propio trabajo, que no queda realmente ensombrecido por lo ya establecido por Marlon Brando. Cuando tantas cosas resultan tan asombrosas, la cualidad de obra maestra sobresale. Incluso aunque pueda haber quien no disfrute del viaje.
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