Los funcionarios del tiempo españoles se han ido de vacaciones. ‘El Ministerio del Tiempo’ ha anunciado de los cinco últimos capítulos de la segunda temporada quedan a la espera de una fecha de estreno, marcando el pequeño arco sobre Los Últimos de Filipinas y el regreso de Julián como el cierre previo a este parón indefinido. La segunda tanda de las aventuras históricas de Amelia, Alonso y, el nuevo, Pacino tenían la difícil tarea de estar a la altura de una temporada debut que había generado una legión de fieles fans y defensores.
Es apabullante el éxito que ha tenido la serie en los perfiles de edad más jóvenes, en los más involucrados con las redes y el contenido online, en los llamados seriéfilos y, en definitiva, en un público que a Televisión Española le cuesta mucho atraer (y mantener). Es un fenómeno que han abrazado y fomentado sus responsables, ofreciéndonos iniciativas modernas que otros aún no valoran, como la realidad virtual, las webseries y otro contenido online o el de verdad aprovechar las redes sociales para establecer una comunicación directa con los seguidores.
Todo esto es más que loable y quería dejarlo sobre la mesa antes de entrar al verdadero contenido de ‘El Ministerio del Tiempo’, porque sin unos buenos personajes e historias todo ese mundo paralelo no iría a ninguna parte. En febrero se estrenó una temporada que se enfrentaba a una primera dificultad: la ausencia de Rodolfo Sancho. Compensar la ausencia de un protagonista nunca es fácil, sobre todo en una historia donde la química y la dinámica entre el trío principal es la columna vertebral de la historia.
Pacino, el sustituto que se comió a Julián
Amelia, Alonso y Julián estaban bien pensados y construidos como personajes en sí, pero sobre todo tenían un estupendo equilibrio como equipo, y el universo temporal histórico de la serie formaba parte de esa armonía. Y qué miedo tenemos los espectadores (y los creadores) a que nos toquen algo que funciona. Pero bendito cambio. Pacino ha sido tal soplo de aire fresco (en una serie que aún rezumaba oxígeno por todos sus poros) que ha inyectado su energía al resto de elementos.
Huelga decir que es algo muy personal, pero Julián jugaba en desventaja al ser un personaje cuyo conflicto (y actitud) era mayormente dramático. Sus dilemas morales con respecto al poder de tener el tiempo en tus manos para cambiar desgracias del pasado fue de lo más interesante a nivel emocional en la primera temporada, y como consecuencia el personaje era (es) muy intenso (y sieso como él solo).
Buscar a un sustituto cachondo, gamberro y más despreocupado ha sido todo un acierto, sobre todo porque el relato no huyó de darle un poso dramático con la historia de su padre, pero a la vez evitó trasladarlo a todos los capítulos cuando lo resolvió en El Tiempo en sus Manos, el episodio de presentación de Jesús “Pacino” Méndez. El personaje no sólo le va al pelo a Hugo Silva sino que él consigue darle un carácter de chuleta juguetón muy disfrutable.
Más comedia
Decía que la frescura de Pacino se había contagiado al resto de la historia, y es que esta segunda temporada ha tenido un aumento considerable en su nivel de comedia. Siempre ha estado repleta de referencias, de momentos divertidos y de juegos cachondos resultado de las confusiones y enfrentamientos entre tiempos diferentes de la historia; sin embargo esta temporada hemos disfrutado con episodios tan locos como el de Napoleón (¡más misiones para Angustias!), el de los equívocos con El Cid o todas las peripecias teatreras derivadas de la venta de El Quijote, un homenaje precioso a Cervantes.
Los guiones han aprovechado aún más el potencial cómico de personajes como** Angustias, Velázquez y, sobre todo Salvador**, pero el gran acierto ha sido ese dúo cómico que formaban Pacino y Alonso, dos tipos con mucha química desde el primer momento que nos han regalado situaciones divertidas como compañeros de piso a la vez que nos transmitían la amistad que se estaba generando entre ambos. Pacino, por cierto, también ha sido una presencia relevante para el resto de personajes en cuanto a su arco de transformación, ya que su personalidad ha hecho que fuese dando empujoncitos a Alonso y Amelia hacia fuera de sus zonas de confort.
La calidad se come al fallo
Una crítica recurrente de algunos seguidores de ‘El Ministerio del Tiempo’ tiene que ver con las complicaciones argumentales que implican los viajes en el tiempo. Yo siempre defiendo la mayoría, ya que la existencia de las paradojas es algo inherente, necesario y –para mí- hasta deseable en este tipo de historias; sin embargo, el problema llega cuando estamos ante incoherencias.
Una serie fantástica y de ciencia ficción tiene libertad total para crear sus reglas para que encajen en sus propósitos. Es habitual que vayan ampliándose a medida que el universo crece, pero el peligro está en violar esas pautas que tú mismo has generado. Personalmente me chirría mucho cuando reciben mensajes de Ministerios pasados (teniendo en cuenta la propia explicación que dio la serie sobre “el futuro”) o cuando el resultado de la misma alteración temporal tiene efectos diferentes dependiendo de lo que interese, entre otros ejemplos. También hay detalles pequeños que no encajan; esos momentos, viejos sospechosos en la ficción en general, en los que te paras y te preguntas ¿pero por qué? [1]
Pero al igual que identifico los graves o los tontos, jamás me nublan la serie; y no tiene nada que ver con ese argumento de algunos de que al ser española se le perdona más. No me nubla el disfrute porque ‘El Ministerio del Tiempo’ es una serie que trabaja con cariño en sus personajes, que genera un carácter y una vida a cada persona que se cruza en las vidas de el trío protagonista. Y cuida a cada secundario.
Los episódicos tienen su universo, conectan con el espectador y llegan a emocionar a pesar de su presencia efímera. Cada trama, cada hecho o personaje histórico y cada momento se refleja, además, con sensibilidad y sutileza en los protagonistas, cuyo viaje emocional es el eje de toda la serie. Especialmente en su núcleo, Amelia, que despunta en todo esto, ya que su consternación por conocer su final está siempre levitando sobre ellos –salvo, como dice ella, cuando está concentrada en una misión-.
Veremos cómo ese cambio en la lápida , aparentemente impulsado por la noche que pasa con Pacino, afecta a su día a día y a su relación con Julián. Al final, ellos, los que trabajan para protegen la Historia, realmente no saben qué factores y decisiones están condicionando la suya.
Tengo un lugar especial para ‘El Ministerio del Tiempo’. Es una de las ficciones que más disfruto actualmente y una de las más efectivas en conseguir que conecte con sus personajes, sus aventuras, su tono, su espíritu referencial y también el crítico; con su universo. Y es de las pocas que me saca sonoras carcajadas. ¿Cuándo decís que vuelve?
[1] Por ejemplo, cuando Alonso va a Filipinas a rescatar a Julián y llega cuando ya están sitiados. Por impredecibles que fuesen los barcos que le llevan hasta allí, tenia tiempo de sobra.
En ¡Vaya Tele! | ¿Quién queréis que se quede en 'El Ministerio del Tiempo', Pacino o Julián?
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