Cada uno tiene su cultura televisiva y, en mi caso, ‘Anatomía de Grey’ entra dentro de mis dominios. Es la única superviviente de esa esplendorosa hornada televisiva de 2004-2005 que sobre todo promovió el canal ABC con datos de audiencia todavía notables. Por esto, porque todavía es vigente, las comparaciones de ‘The Night Shift’ con Meredith y compañía son inevitables.
Este es un aspecto que ya comenté con el arranque de temporada. La NBC ponía en nómina a un grupo de médicos del servicio de urgencias del San Antonio Medical Center. Teníamos a dos residentes, dos militares (uno traumatizado, el otro armariado), una psiquiatra muy atractiva y un administrador con sus propios problemas médicos. ¿Y qué aportaba de nuevo? Nada.
No tiene porqué ser malo que no tenga nada que la diferencie a primer vistazo. Se trata de una serie de verano y su intención no debía ser mayor que la de entretener. Cualquiera que leyese el guión en la cadena debía saber que no sería un fenómeno. Pero ‘The Night Shift’ es tan y tan parecida a ‘Anatomía de Grey’ que casi cualquier trama que hayamos visto tiene su equivalente.
El residente pardillo, por ejemplo, podríamos decir que es el O’Malley del grupo. Después tenemos triángulos románticos a la primera de cambio y sabemos que Jordan debe terminar con TC porque, por más que digan lo contrario, su química está por todos lados del guión. Su relación además podríamos sacarla del manual de Cristina y Owen: él con un trauma por su pasado militar y ella con el deber moral de ayudarle. Y, a pesar de todo esto, podríamos hablar bien de ‘The Night Shift’ si todo esto le funcionase, pero no es el caso.
Las tramas no trascienden
Ni los casos médicos que les han entrado por las puertas del hospital ni las relaciones personales han demostrado un especial desparpajo. No es que no hubiese una planificación correcta o unas historias potencialmente interesantes, es que su falta de identidad ha impedido que estas tramas pudieran trascender. Ocho episodios son pocos, son cierto, pero es la duración con la que sabían que contaban, así que podrían haberlo destinado mejor a crear personajes más cercanos. Y digo cercanos, no vulgares.
Por ejemplo, ¿por qué no destinaban menos tiempo a dejarnos claro que TC y Jordan están hechos el uno por el otro, algo que evidentemente llevan al largo plazo, y se centraban en la ceguera inminente de Michael? ¿Y cómo puede ser que la trama individual de Drew fuese su escondida homosexualidad y se resolviera de forma tan fácil y sin consecuencias? Apareció el conflicto, se resolvió con un beso y la automática aceptación de sus compañeros, y encima al siguiente episodio ignoran que le amputaron la pierna al adorable Luke MacFarlane.
En cambio después se supone que debemos invertir en la tensión de los dos últimos episodios, donde un mercenario obliga a dos cirujanos a operar (¿dónde he visto esto?), y esperan que nos preguntemos “qué pasará”. Como sucedió con Drew, probablemente se resolverá bien y sin consecuencias: el único fiambre es un médico que nos muestran varias veces que es la peor persona viva y que el mundo estará mejor sin él.¿Que TC inconscientemente recupera recuerdos de su paso por la guerra y Jordan está allí para ayudarle? Pues muy bien pero que no esperen que estemos aquí amargándonos por el pobre doctor que tiene tendencia a pelearse físicamente con todo aquel que le lleva la contraria. ¿De verdad a estas alturas nadie ha decidido que, efectivamente, es mejor que vaya al psiquiatra en lugar de meterse en situaciones de presión en una sala de urgencias?
Esto sí que es inverosímil y un problema que ‘The Night Shift’ arrastra desde el piloto y que parece no querer solucionar. Lo único que le queda es que el tiempo ayude a olvidarlo, hasta que llegue con su segunda temporada el próximo verano. Por entonces, que conste, ya no sabremos quién es TC, ni Jordan, ni Topher pero probablemente recordaremos que había una especie de Meredith, una especie de Owen y que todos sobrevivieron a un tiroteo mucho menos estimulante que el del Seattle Grace.
En ¡Vaya Tele! | Adiós, Cristina Yang, te echaremos de menos