Muchas y efusivas palabras se leyeron el verano pasado cuando ‘Mr. Robot’ revolucionó la parrilla estival y se convirtió en un fenómeno del que todo el mundo hablaba. Este thriller psicológico se presentaba con un discurso político-social muy atractivo que venía en un envoltorio visual que hacía el conjunto aún más llamativo y estimulante. Todo con el universo tecnológico y digital en primer plano y en relación directa con la actualidad mundial.
Con el paso de aquella primera temporada, su creador Sam Esmail empezó a hacer cada vez más evidente que el núcleo del relato del que tiraba Elliot estaba encaminado sobre todo hacia sus paranoias y fantasmas del pasado. La narrativa visual que acompañaba a este narrador no fiable hizo de ese viaje al interior de su cabeza una experiencia estimulante que transmitía y te imbuía en su paranoia.
Elliot vs. Mr. Robot, una y otra vez
Tras descubrir quién es en realidad Mr. Robot y estallar el plan de revolución de fsociety entrábamos en la segunda temporada con la duda de cuál sería el efecto que lo primero tendría en Elliot y lo segundo en la sociedad. Ya tenemos la respuesta, y nos hemos encontrado Elliot tratando de deshacerse de su desorden disociativo a base de una rutina analógica vacía de vida pero a rebosar de conflicto que vuelca en un diario.
Esa parte de la historia que lidia con la enfermedad mental de Elliot ha sido, como decía, de lo más interesante de ‘Mr. Robot’ y, sin embargo, es el mayor lastre que le veo a esta segunda temporada. Llevamos cuatro capítulos en los que Elliot se enfrenta a la imagen de su padre, en los que nos hace partícipes de su lucha interna y, más por contenido que por forma, ha resultado bastante repetitivo. Al menos los flashbacks han dado algo de color.
‘Mr. Robot’ es una serie repleta de detalles que cuida mucho el background de cada escena, el encuadre o el estado de ánimo que transmite la música en cada momento; siempre hay algo interesante que exprimir, aunque sea el estupendo trabajo de Rami Maleck. Sin embargo, la incursión a la cabeza de Elliot se ha dilatado reiterativamente durante los cuatro largos episodios que se han emitido hasta el momento, insistiendo una y otra vez en planteamientos y resoluciones de un conflicto con un final bastante predecible para el espectador.
Lo predecible no es malo por definición. Que el misterioso Mr. Robot era una proyección de los problemas mentales de Elliot era algo que se anticipaba en los primeros episodios de su temporada debut, pero confirmarlo y descubrir cómo el protagonista llegaba a ello era apasionante. Sin embargo, planteamientos como el de la partida de ajedrez se prolongan de una forma en la que no resulta especialmente sugerente y no aporta mucho nuevo a lo visto anteriormente en ese intento de Elliot de obtener el control.
La partida de ajedrez como concepto es una idea interesante para ilustrar la guerra de personalidades que existe en la mente de Elliot, pero un desarrollo más picado de su evolución habría hecho mucho bien. Utilizo el ejemplo del ajedrez porque es el más reciente argumentalmente, pero se traslada toda la trama del Elliot vs. Mr. Robot: lo mismo pero más picado habría beneficiado al conjunto. Al fin y al cabo, la mitad de la temporada anterior también la pasamos entre paranoias del protagonista, ese no es el problema.
Es evidente que a Esmail le fascina este estudio psicológico de su protagonista; disfruta llevándole a límites cada vez más extremos (lo de volver a tomarse el Adderall del vómito en el suelo es un ejemplo), por lo que no es tanto que se le haya ido de las manos sino que está concentrado en profundizar en algo que no ha tardado en antojarse reiterativo.
En lo que va de segunda temporada se han mostrado también otras tramas que avanzan de forma paralela unas a otras, por el momento. Aunque poco a poco van hacia delante, personalmente las he percibido en cierta manera frenadas por la situación estanco de Elliot, que ha de salir de su prisión analógica para volver a detonar las historias y hacer que avancen.
No es un apunte negativo sino una apreciación, ya que estas tramas paralelas siguen haciendo gala de la cualidad hipnótica y atractiva que tan bien se le da a ‘Mr. Robot’. La carismática Darliene y su papel de lideresa actual de la revolución mueve la trama más directa y clara de la serie, una trama que atrapa porque el espectador siempre sabe lo que hay en juego y es fácil sentirse involucrado.
Sin embargo, el resto son aún inicios de su propia partida de ajedrez; personajes satélite que aún tienen que revelar su papel en la partida global pero que atrapan en sí mismos. Angela, cintas de autoayuda en el bolsillo, pelea hierática por mantener el tipo en las altas esferas. Con Tyrell en paradero desconocido, Joanna se ha quedado sola y aparentemente vulnerable; ¿o nos creemos su vulnerabilidad?
Y unas palabras para la agente del FBI, Dominique, que con un escaso puñado de secuencias en cuatro episodios es otra interesante, deprimente y solitaria presencia en la historia.
El argumento ha estado tan centrado en el trastorno de Elliot que los episodios han dado poco lugar a una visión más amplia y clara de las consecuencias que el hack de fsociety ha tenido en la sociedad. Darlene sigue activa, hay un límite de dinero a disposición de los clientes, escuchamos unas declaraciones de Obama y la cúpula de E Corp está revolucionada, pero parece que tendremos que esperar un poco más para poder adentrarnos en una perspectiva más global de las cosas.
No quiero dejar con mal sabor de boca. A pesar de lo dilatada que se me antoja la trama del terror psicológico de Elliot, ‘Mr. Robot’ sigue siendo una serie hipnótica con un planteamiento autoral único y original, un tono y atmósfera sugestivos, unos personajes carismáticos y un discurso relevante. Sigue teniendo momentos de brillantez en el aspectos creativo y argumental (para el recuerdo, la bronca en el grupo de la iglesia) y el final del cuarto episodio, con Elliot sentado por fin ante una pantalla y un teclado, parece ser un punto de inflexión interesante en la temporada. Veremos qué nos depara.
En ¡Vaya Tele! | 'Mr. Robot', el perturbado viaje de Elliot hacia el autodescubrimiento y el caos
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