No soy un sicópata, soy un gran sociópata.
La verdad es que llamarse Sherlock Holmes no es moco de pavo precisamente. La historia del audiovisual se ha fijado en muchísimas ocasiones en ese personaje creado por Arthur Conan Doyle en 1887 y que se ha convertido en un referente literario de primer orden, a la altura de unas pocas criaturas como nuestro Don Quijote o los amantes más famosos del mundo: Romeo y Julieta.
Pero, en los últimos años, su nombre ha saltado a la palestra por la magnífica serie que la BBC se ha atrevido a producir en una revisitación de su universo que deja a un lado la época victoriana para traernos al tiempo actual a un hombre que no pasa desapercibido para nadie y a quien el actor Benedict Cumberbatch, simplemente, borda.
Sherlock, el genio
Los héroes no existen y si existieran, yo no sería uno de ellos.
Sherlock Holmes es un genio, no cabe ninguna duda. No es que sea inteligente, es que, con sus deducciones, tiene una de las armas más poderosas del mundo: saber desnudar las intenciones, motivaciones y secretos de cualquier individuo, muchas veces, haciendo gala de un poder de observación que le lleva a descubrir detalles que a otros nos pasan desapercibidos.
Sherlock tiene una alta consideración sobre sí mismo y sus capacidades, lo que le lleva a protagonizar momentos cómicos con el resto de los pobres sufridores que están a su alrededor. Pero también es un soñador, aunque seguramente, él rechazaría esta premisa. Su brillante mente le habría permitido desarrollar cualquier profesión o disciplina pero él, ha preferido ser "detective asesor, el único en el mundo".
Aunque eso sí, no está dispuesto a aceptar cualquier caso. Quiere desentrañar los misterios más perturbadores y meterse hasta las cejas en los asuntos chungos de narices. Verle entusiasmarse ante un cadáver es un clásico, aunque no todos (o más bien nadie) de los que tiene en su entorno pueden comprender su alegría frente a los retos.
Sherlock, el hombre
¿Cómo es estar en vuestros pequeños cerebros? Debe de ser muy aburrido.
Incluso las mentes más prodigiosas no pueden escapar de una realidad: deben vivir en el mundo, junto con otros, y hacerse comprender y querer por los demás. Esto, por si no lo habíais sospechado, no es precisamente el fuerte de Sherlock. Seguramente, la forma en que se burla de lo que él considera escasa pericia, no ayuda mucho.
Menos mal que está Watson, otro "rarito", otro hombre que busca su lugar y que se convierte en el acompañante multidisciplinar de nuestro protagonista. No sólo es su mejor amigo, también es su cuidador, su protector, su madre... e incluso su pareja sentimental. Mucho se juega con la verdadera naturaleza de esta relación. A veces no es necesario poner palabras a algo que podemos ver por nosotros mismos.
Pero claro, el mundo se compone de otros individuos y a Sherlock no le queda otra que tener que relacionarse con ellos. Y, curiosamente, él, que es tan antisocial y demoledor, despierta una terrible fascinación en todos: en los lectores del blog de Watson, en su casera, en Lestrange, en Molly y, evidentemente, en los criminales más tocados del ala que podamos imaginar, como ese Moriarty tan peculiar que la serie creada por Moffat y Gatiss nos ha regalado.
En ¡Vaya Tele! | La importancia de llamarse
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