El Festival de Sitges es una parada para todo tipo de propuestas relacionadas con el fantástico y el terror, entre las que siempre hay un hueco para los autores de gran personalidad. Es curioso que dos nombres del eurohorror de dos generaciones hayan coincidido en una misma jornada, en donde la leyenda del giallo Dario Argento ha regresado a su género predilecto mientras que su alumno Peter Strickland, que hizo un gran homenaje al género en ‘Berberian Sound Studio’ presentó ‘Flux Gourmet’.
Cristales oscuros en las gafas de cerca de Argento
‘Occhiali Neri’ (Dark Glasses) es la vuelta de Dario Argento, el padrino del giallo italiano, al misterio y los asesinatos, la primera película del director desde el desastre de ‘Drácula 3D’ de 2012. Aunque es más digerible que aquella, y tiene algunos momentos de estilo extravagante, no pasan de adornos superficiales en un chirriante drama con algo de sangre. El momento parecía adecuado para volver a ver a un Argento en forma, tras la nueva versión de Luca Guadagnino de su clásico ‘Suspiria’ y su propio papel de actor en ‘Vortex’ de Gaspar Noé.
Pero aunque un regreso de un maestro siempre es una buena noticia, hay bastante falta de imaginación y fuerza en el resultado. Y es una pena, porque sus primeros minutos prometen y pronto se diluyen en un misterio criminal rutinario en el que una figura misteriosa conocida por conducir una camioneta está asesinando a trabajadoras sexuales, y la mujer de la secuencia de apertura, una prostituta de lujo llamada Diana que ha estado usando gafas de sol desde el eclipse.
Pronto, los tendrá que usar de forma permanente, ya que una persecución resulta en un accidente automovilístico que la deja ciega y deja a un niño chino de 7 años bajo su cuidado. Parte de la primera hora de ‘Dark Glasses’ se limita a presenciar cómo Diana aprende a sobrellevar su condición y se le asigna la ayuda de la educadora Rita, una Asia Argento contenida y una perro guía llamada Nerea. Entre la obvia sexualización de Ilenia Pastorelli, con microfaldas y lencería en muchas escenas y el tono confuso, parece que estemos ante una película de sobremesa picante.
Salvo las escenas de persecución y coche, o algún perro que recuerda al de otro ciego célebre en su filmografía, lo argentófilos no tienen nada a lo que agarrarse hasta un clímax ridículo y sangriento que recuerda más a su ’Giallo’ (2012) que a sus buenos giallos. Sin embargo, no todo está perdido y la partitura de rock/electrónica de Arnaud Rebotini ofrece una sinfonía en la mejor tradición del cine del italiano, cargada de sintetizadores, bases rítmicas modernas, órganos góticos y toda la colección de efectos que recuerdan debidamente a Goblin y ayudan a que el pastiche no sea del todo una decepción.
El banquete de sonidos de Peter Strickland
El cineasta británico Peter Strickland se está especializando en un cine dedicado a los sentidos en el que destacan sus ideas transversales para presentar sus premisas. En ‘The Duke of Burgundy’ mezclaba lepidópteros, lesbianas y sado, con cierta atención en el perfume. Su película de terror ‘In Fabric’ presentaba un vestido asesino y prestaba atención a los procesos de color y tejido, y en ‘Flux Gourmet’ hay un colectivo de catering sónico en un instituto de élite dirigido por Jan Stevens, que vuelve al tema de frecuencias que tocó en ‘BSE’.
El colectivo está formado por Elle (Fatma Mohamed), Billy (Asa Butterfield) y Lamina (Ariane Labed), que realizan performances con sonidos de comida. Por ejemplo, Elle está desnuda y cubierta de sangre, rodando por el suelo mientras se reproducen ruidos de cocina junto con música monótona, o un hombre excitado por una mujer usando el baño, mientras Elle unta su cuerpo con un alimento que parecen ser heces. Hay diatribas sobre la toxicidad y la actual histeria culinaria, la ideología alimentaria disfuncional y una discusión sobre los egos de los artistas.
Hay actos de terrorismo artístico y estándares incomprensibles, para una de las películas más extrañas del festival. No da miedo, a ratos es repugnante, pero no tanto, y cuando llega la catarsis cocinada a fuego lento el camino ha sido tan agotador que no importa demasiado, a menos que el mundo del ASMR te fascine. Pero por lo demás es un experimento tan aburrido y tedioso como ver dos horas de gente haciendo sonidos en youtube, solo que codificado con un humor irritante que te hace imaginar a cómo los estudiantes con aspiraciones de autor hacen chistes escatológicos.
Hay una cierta sátira al mundo actual de los realities de cocina, e incluso alguna performance interesante, con un punto surrealista que indica que Strickland conoce, y probablemente adora, ‘Sweet Movie’ (1974), pero esta vez el conjunto es arrítmico, mucho menos cuidado visualmente a nivel de lentes, con una repetición de sus temas anteriores sin la magia tonal de aquellos, que dejan la impresión de un capricho autoindulgente sin tanto interés como promete su original premisa, que esperamos que tan solo sea un traspiés en una carrera única cuyas muestras menos conocidas, como su relato en ‘The Field Guide to Evil’ (2018), merecen mucha más atención que esta ‘Flux Gourmet’
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