Acaba Sitges 2020 y toca hacer repaso de lo mejor que nos ha ofrecido una edición complicada pero que puede calificarse como un éxito, a pesar de todo. De entre todas las propuestas de terror que nos ha ofrecido la muestra hay que destacar una pequeña gran producción de Hungría, vendida como la primera película de terror de su país. Si bien esa afirmación no es cierta, sí que puede decirse que es la mejor de su historia, y añadimos que también la mejor del festival.
Hacía mucho tiempo que el terror europeo no ofrecía una muestra tan despreocupada por el qué dirán, capaz de aunar las tendencias comerciales de antes de ayer con el horror tradicional gótico y la fantasía con raíces en el folklore local y grandes autores como Nicolai Gogol. Además, consigue confluir el tono de fábula con la comedia macabra más fúnebre y despreocupada, con el splatstick con sabor al Sam Raimi de ‘Arrástrame al Infierno’ (Drag Me To Hell, 2009) o el Peter Jackson de ‘Agárrame esos fantasmas’ (The Frighteners, 1996).
Terror Húngaro y aventura sobrenatural a lo Raimi
Una mezcla que puede resultar indigesta por sus peculiaridades de tono, muy coherentes con la sensibilidad eslava, del cine centroeuropeo o del este, pero que gracias a su excentricidad consigue dotar de un nuevo aire a las películas de terror que han llenado las carteleras durante los últimos años. Tiene detalles de ‘Insidious’ (2010) y la saga ‘Expediente Warren’ (The Conjuring, 2013), pero no solo es mejor que cualquier muestra posterior de su universo, sino que alberga una historia central con más enjundia que la clásica familia en casa encantada a la que hay que exorcizar.
La trama de ‘Post Mortem’ tiene algunas briznas de drama histórico de época, ya que gira en torno a un ex combatiente de la Primera Guerra Mundial reconvertido en fotógrafo de personas fallecidas tras tener una experiencia cercana a la muerte. En un lapso de vislumbrar el túnel ve a una chica que parece sacarle del trance y salvarle la vida. Durante una feria conoce a una niña que reconoce como su salvadora sobrenatural y esta le invita a ir a trabajar en su pueblo que ha sido víctima de la pandemia de Gripe Española de comienzos del siglo XX.
Un 'Logan' del cine de terror
En vez de una casa encantada, lo que se encuentra Thomas es todo un pueblo entero embrujado y asolado, además de por la miseria, por fenómenos poltergeist bastante duros. La conexión que siente con la niña tiene una razón, puesto que esta también vivió una experiencia cercana a la muerte como él y tienen un vínculo que les hace hacer equipo frente a la amenaza sobrenatural. Este aspecto de la película, con un hombre maduro y una niña con una relación “extraña” ha sido puesto en cuestión en muchas lecturas un tanto sensacionalistas, cuando no puritanas.
La suciedad está en el filtro del que mira, que dicen, y en el caso de Thomas y Anna queda claro desde un principio que el interés del fotógrafo por la niña es el de descubrir algo que le atormenta, quién es y por qué se le apareció. Esto da lugar a una relación singular, parecida a la de 'Logan' (2017) o más bien a la que tiene Dan Torrance y Abra Stone en ‘Doctor Sueño’ (Doctor Sleep, 2019), solo que en este caso la niña es huérfana y busca en Thomas una figura paterna, mientras que él desarrolla de inmediato un instinto de protección bastante tierno y nunca incómodo.
Otra cosa es la interpretación de Fruzsina Hais, que no acaba de encontrar un una forma en la que sus miradas no tengan una sonrisa perpetua, que se ve también en algunas escenas de terror, con lo que puede llevar a una sensación de extrañeza, pero el tropo del hombre y la niña tiene más que ver con el de un ‘Valor de Ley’ (True Grit, 2010) sobrenatural con un toque más simpático en cuanto hacen equipo para que sus fuerzas ayuden a salvar al pueblo.
La memoria de los muertos
Fuera de este detalle, otros debates sobre la película dejaban entrever que no queda muy claro lo que cuenta, cuando es algo bastante sencillo, más allá de la aventura de terror sobrenatural que propone, ver que todo da vueltas sobre una idea de partida similar a ‘Destino Final’ (Final Destination, 2000), en la que la muerte reclama de alguna manera una deuda a Thomas, y todo el misterio gira sobre ello, llevando a un clímax esclarecedor, que conecta directamente con imágenes concretas de la primera secuencia —los chorros de agua en las paredes, una casa enterrada y una fosa común— que se conectan de forma armónica para crear un ciclo existencial bastante evidente.
El desarrollo de la película tiene tres actos bien diferenciados, una introducción con el elemento visual y temático más impactante, la fotografía memento mori como motor de la aventura, que extiende lo que ofrecen algunas muestras recientes como ‘Dead Still’ (2020), una brillante miniserie de comedia macabra, otro film de 2014 también con ese mismo título, ya de horror sobrenatural puro, y, sobre todo, el extraordinario corto ‘Post Mortem Mary’ (2017), con el que tiene varias cosas en común.
La descripción del día a día de su tratamiento de los cadáveres es grotesco y espeluznante, con algunos muertos con elementos anatómicos repulsivos, como el terrible hombre de cuello estirado. El uso y manejo de los cuerpos es tan terrorífico como a veces lleno de humor negro y da paso a la investigación sobrenatural de la extraña pareja, separada en pequeñas piezas de costumbrismo rural intercaladas con métodos casi steam punk para captar a los espectros, llevando la investigación sobrenatural al terreno de clásicos literarios como Carnacki, el cazador de fantasmas de William Hope Hodgson.
De la fantasía splatstick al expresionismo
De hecho, la película podría ser la primera de una saga con el hombre y la niña, a modo de serie de películas que podrían recordar irremediablemente a la serie sobrenatural rusa ‘Gogol’ (2017-2019), que a su vez tenía elementos de ‘Sleepy Hollow’ (1999) presentes también aquí. Al final, relatos como ‘El Viyi’ o, sobre todo ‘Veladas en un caserío de Dikanka’ de Gogol tienen mucho en común con los relatos fantásticos de terror de Washington Irving, con pueblos asolados por leyendas y supersticiones y los pequeños relatos que surgen de ese día a día.
En su último tramo es en dónde la película se desmadra y los fantasmas y seres muestran su enfado con levitaciones, posesiones y asesinatos muy macabros que no respetan ni a los niños. Señoras volando, golpes contra la pared, el alcalde zarandeado y todo tipo de fantasmagorías que alternan lo truculento y el tortazo que dotan de su alocado tramo final de un irresistible punto bizarro que puede encontrar el cielo del paladar de espectadores poco familiarizados con esta tradición casi surrealista.
Con todo, el film de Péter Bergendy es modesto en su presupuesto y usa un naturalismo inmediato que se puede quedar algo corto para plasmar su retrato de época, pero resulta una necesaria muestra de la resurrección del fantástico europeo, con ideas afines a la estonia ‘November’ (2017), pero que atesora cierto gamberrismo soviético de los cazabrujas de filmes como ‘Gongofer’ (1992) y comparte con ambas una fotografía desaturada y tenebrista, que lleva a la obra de los artistas europeos más oscuros, precisamente de la época que retrata.
Buscar el vanguardismo en las tradiciones silenciadas
Hay estampas que parecen salidas de la pluma de ilustradores de grabados y lápices como como Hugo Steiner o Alfred Kubin, que a su vez inspiraron el propio cine expresionista alemán que influencia el clímax febril del film, con figuras en grandes espacios de un limbo que parecen estampas de cine silente de terror. Quizá es ahí también en donde vemos más claramente la influencia del film de Wan, aunque también tiene momentos que parecen sacados de cierta escena de ‘Inferno’ (1980) de Dario Argento. Es un auténtico festival.
Algunos han achacado el uso de efectos digitales en algunas manifestaciones sobrenaturales de ‘Post Mortem’, pero el CGI tiende a la plasmación sencilla, usando un efecto difusor de movimiento que recuerda al de los viejos trucajes de emulsión de fotos espiritista victoriana, lo que conecta, de nuevo, con la temática Memento Mori. Muchas de esas apariciones son como sombras reptantes con formas que podrían aparecer en la obra del polaco Zdzisław Beksiński. En general tienen una coherencia estética que tan solo añade a un film sorprendente, escalofriante, grotesco y tan divertido que llevó a los gritos de las plateas de un Sitges entregado.
En un momento del fantástico en el que hay tanto análisis agotador de lo que ofrece o no de fresco el terror, con voces empeñadas en empujar hacia una idea de lo vanguardista que, por mucho que se busque, el tiempo siempre acaba llevando a superficies familiares, es más necesario que nunca forzar la mirada hacia una progresión que no se fuerza, sino que aparece, como esta visión decididamente exótica y de sabores muy nuevos, que algunos rechazan por el envoltorio, ignorando que forma parte de un acervo cultural igual de opaco y minoritario que otras nuevas miradas más sencillas de reivindicar.
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