Posiblemente, la parodia de la vida en los barrios residenciales (lo que los estadounidenses llaman "suburbios", que en español se reserva para las zonas más deprimidas de la ciudad) alcanzó su cima en los años ochenta y noventa, con películas tan diferentes entre sí como 'No matarás al vecino', 'Parents', 'Escuela de jóvenes asesinos' o 'Happiness'. Pero su potencial como vehículo para la sátira sigue intacto.
Los suburbios son (y siguen siendo, lo demuestran series como 'Breaking Bad') el perfecto símbolo de una vida prefabricada, falsamente perfecta, planificada hasta la náusea. Una vida literalmente indistinguible de la del vecino, que como tú y como yo es otro desalmado engranaje del sistema capitalista. La superficial perfección de las residencias suburbiales son materia primordial para la parodia de lo cotidiano... y para algo más.
'Vivarium' lo demuestra perfectamente con una historia que se desarrolla en sus compases iniciales como un episodio de 'Twilight Zone', pero que cuando parece que agota sus recursos coge renovados bríos y se convierte en una seca y negrísima reflexión sobre la futilidad de la vida cotidiana, de las familias de estructura convencional, de una existencia programada desde el nacimiento hasta la muerte.
En 'Vivarium', las casas idénticamente perfectas de los suburbios son buena metáfora del borrado de la personalidad distintiva que hace la sociedad con nosotros, pero también, más adelante, de nuestra carencia de objetivos y metas a un nivel casi existencial. En la banda sonora de la película de Lorcan Finnegan suenan himnos clásicos de The Specials (en un precioso guiño que parece decir que la única forma de vivir que merece la pena es bailando ska, principio con el que comulgamos), pero en sus entrañas parece sonar también un cover de ecos existenciales de 'Once in a lifetime' de Talking Heads.
'Vivarium': La vida moderna
'Vivarium' arranca con una situación fácilmente reconocible: una pareja joven (Jesse Eisenberg y Imogen Poots) buscan casa. Por casualidad se tropiezan con una agencia que las vende en las afueras y van a visitar una de las residencias, la número 9, en compañía de un extraño e inquietante agente. Pero una vez dentro del complejo de viviendas quedan atrapados, sin poder volver a la ciudad. Y eso no es todo: pronto tendrán ocasión de poner en marcha una familia disfuncional perfectamente normal.
La película arranca acogiéndose a los códigos del cine paranoico y satírico como las sucesivas versiones de 'Las poseídas de Stepford', o de series como la mencionada 'Twilight Zone'. Tanto, que el tono es algo derivativo de clásicos como los míticos compases iniciales de 'Terciopelo azul'. Pero es cómodo, no obstante, porque nos encontramos en zona conocida. Algo de atmósfera kafkiana, algo de exquisito diseño de producción que recuerda a Magritte, con sus estructuras cálidas pero deshumanizadas, sus colores planos y sus nubes irreprochablemente perfectas.
Pero pronto esa belleza se ve corrompida mientras la película inyecta ideas cada vez más abstractas y corrosivas en su trama. El espectador que busque una intriga kafkiana con toques de ciencia-ficción rara la obtendrá, pero posiblemente el conjunto se le antoje innecesariamente alargado. Los diamantes de 'Vivarium', más allá de la estética, están en sus puyazos al núcleo familiar, a las frustraciones laborales, al sexo conyugal y a la necesidad de mantener la mente ocupada aunque sea en tener hijos.
Poco complaciente, pero divertidísima gracias a las trágicas y patéticas interpretaciones del fantástico dúo protagonista, 'Vivarium' acaba dando más de lo que promete en su primer tercio, una especie de 'El proceso' suburbial. El resto, mucho menos complaciente, es difícil de tragar, pero eh: la verdad nunca lo es.
Ver 2 comentarios