Es muy complicado comentar las virtudes narrativas de 'Ventajas de viajar en tren' sin desvelar los resortes, los giros y los métodos que Aritz Moreno emplea para lanzar al espectador su poliédrica, negra y a la vez colorista visión de España y sus españoles, por mucho que el alcance de las miserias retratadas sea profundamente universal. Si conoces la novela de Antonio Orejudo en la que se inspira y adapta con fidelidad hasta el punto de tomar prestadas frases completas del texto original, sabes a qué nos referimos. Muy complicado.
Lo que sí se puede decir es que hace un equilibrio muy valioso entre el riesgo formal de una narración poco (o nada) fiable y las bases esenciales de una comedia tradicional: actores estupendamente dirigidos, gags con ritmo, ingenio visual y desparpajo verbal. Todo ello es el pegamento de un acertijo que Moreno, juguetón, invita al espectador a resolver.
Todo empieza cuando una editora literaria, Helga Pato (Pilar Castro, quizás el personaje que más cambia con respecto al libro), tras dejar a su marido en una casa de reposo, se topa con un extraño psiquiatra del centro (Ernesto Alterio) que le cuenta historias de sus pacientes. Unas llevan a otras, las otras contienen terceras. Y por supuesto, Helga Pato tiene la suya propia.
Estas narraciones no se irán sucediendo, como cabría esperar, desplegándose unas desde dentro de sus vecinas, en una narrativa simétrica y exquisita. Como la vida misma (pero menos fea), las historias de 'Ventajas de viajar en tren' se contienen entre sí, pero no siempre: a veces se suceden, como en un film de episodios, a veces se anulan, y a veces se comentan. El espectador descubre, junto a los personajes, la magia oculta tras el acto de contar una historia, una cualquiera. Un acto que siempre, como mínimo, lleva unas cuantas mentiras a cuestas.
¿Es o no es un esquizofrénico el basurero convencido de una conspiración en el gremio más insospechado? ¿De quién son en realidad las montañas de bolsas que se acumulan en un chalé de las afueras? ¿Hay forma de acabar con los raptos de niños en los que están implicados altos cargos internacionales? ¿Qué tiene de extraño el nuevo novio de Helga Pato? Y sobre todo... ¿hay posibilidades para el amor desigual entre un hombre con huesos de cristal y una mujer con una pierna más larga que otra?
'Ventajas de viajar en tren': Vamos a contar mentiras
Nada de eso realmente importa porque, como se suele decir, lo importante es el viaje. No el viaje en tren, sino el viaje por todas estas vidas de majaderos que se entrecruzan entre sí, como una versión esperpéntica de una película de Richard Altman. Y buena parte del mérito de que resulten tan magnéticas, además de un medidísimo guion de Javier Gullón (que ya se enfrentó a otra adaptación complicada, 'Enemy' a partir de 'El hombre duplicado' de Saramago) está en los actores: a los mencionados se suman Luis Tosar, Macarena García, Javier Botet o Belén Cuesta, entre otros.
Este castillo de mentiras e historias que se repliegan como garras sobre el espectador va más allá de un mero juego narrativo, también en él está el cuidadoso mensaje que Moreno ha extraído del libro original. Es decir, un absoluto pesimismo a la hora de describir en quién podemos confiar: absolutamente en nadie. Ni en las parejas, ni en la familia, ni en los mejores amigos, ni por supuesto en los desconocidos que nos hablan en el tren.
Quizás habría cabido exigir al director algo más de claroscuros en la puesta en escena, que a veces tira por recursos propios del primer Javier Fesser para inyectar caricatura en sus historias, y en unos casos funciona mejor que en otros. Cuando la película se pone grave -el tramo de los niños víctimas de la guerra es escalofriante-, no resulta tan aterradora como debería, pero son detalles menores: el tono de tragicomedia grotesca se sostiene con brillantez toda la película, y el resultado es un memorable experimento visual sobre el poder de una buena mentira.
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